Es un pedazo de tierra cubierto completamente de hielo en la Antártica. Una isla de apenas un kilómetro de largo por 430 metros de ancho. “Graciosa y poco convencional”, resume el paleobotánico Marcelo Leppe. Él es preciso en los detalles, pese a que aún no la conoce. Pero hay algo aún más relevante: esa pequeña isla, situada en el margen occidental de la península antártica, llevará su apellido.
Marcelo Leppe (55, experto en fósiles de plantas) tiene trayectoria larga. Fue director del Instituto Antártico Chileno (INACH) entre 2018 y 2024, donde fue el primer científico que llegó a ese cargo, desde dentro de esa institución, por concurso de Alta Dirección Pública. Le tocó trabajar desde allí con tres gobiernos. Ha sido parte de investigaciones multidisciplinarias en la Patagonia y en la Antártica, como las que dieron con los fósiles de dos dinosaurios chilenos: el Gonkoken y el Stegourus. Ha ido 18 veces al continente blanco. Hoy es académico del centro Gema en la Universidad Mayor y miembro del Núcleo Milenio Evotem. Además, vicepresidente del Scientific Committee on Antarctic Research (SCAR) y asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores. Un extenso currículum, que lo ha movido por distintos escenarios, pero que nunca había incluido una isla con su nombre. Reconoce que eso lo descoloca un poco: “No sé cómo tomarlo”.

La iniciativa de bautizar Leppe a una isla al fin del mundo es del Instituto Antártico de Bulgaria, entidad con la que el paleobiólogo chileno ha colaborado en investigaciones antárticas conjuntas. En la isla Livingston, por ejemplo. Pero él no sabía nada de esto. Se enteró por casualidad mirando internet hace tres semanas: “Estaba actualizando mi currículum y buscaba un documento en particular. De pronto, en Wikipedia encontré una mención a mí y a la isla Leppe. Empecé a chequearlo y ahí aparecía que el Instituto Antártico Búlgaro había presentado mi nombre para esa isla al Comité de Nombres Geográficos del Tratado Antártico, para que el Scar Gazeteer hiciera la publicación oficial. Yo no tenía idea”, dice.
A principios de año estuvo con científicos búlgaros, quienes no le comentaron nada. “Se quedaron calladitos”, dice. Como si todo esto fuera un secreto. Además, explica Leppe, es algo bastante inusual: “Lo habitual es que los países busquen nombres entre sus propios personajes. Chile, por ejemplo, tiene una tremenda lista de topónimos con chilenos y ha presentado muchas veces en el Scar Gazeteer. Tiene un comité creativo de nombres geográficos, donde participan instituciones como el SHOA y el INACH. Habitualmente presentan nombres chilenos. Entonces, es una sorpresa que Bulgaria, un país de otro lado del mundo, te presente como nombre”.
Luego de leer la información en internet, Leppe tomó contacto con el geólogo y explorador polar Christo Pimpirev, fundador y actual presidente del Instituto Antártico de Bulgaria, quien le envió el documento oficial que enviaron al Tratado Antártico. “Está escrito en ruso, uno de los idiomas oficiales del mencionado tratado. Tengo también la transcripción en inglés”, precisa.
Contactado Pimpirev, da más detalles: “Pensamos en el nombre del chileno Marcelo Leppe por su permanente ayuda con nosotros. La isla la habíamos identificado por imágenes de satélites y en mapas. Propusimos el nombre en febrero de 2021 y en abril de 2025 solicitamos su inclusión en el Scar Gazeteer”. ¿Y por que no le habían dicho al paleobotánico? “Lamentamos no haber informado personalmente al profesor Leppe sobre este honor”, comenta el científico búlgaro, compungido, sobre ese olvido.
“Es un área bastante ruda”

“Estuve mirando la isla en Google Earth y en un app del Tratado Antártico. Es un lugar bien difícil de hacer landing, por su ubicación y porque tiene hielo hasta casi el borde. Hay solamente un pequeño peñasco que yo creo que no debe ser más grande que unos 100 metros cuadrados. El resto es una capa de hielo bien continua y abrupta. El farellón de hielo es elevado”, señala Leppe sobre la isla que lleva su apellido. “Además está cerca del Círculo Polar. Es un área bastante ruda”.
- ¿Tienes planes de ir a conocer la isla?
- Me encantaría, pero quiero practicar algo que dije hace tiempo atrás: “Los científicos para ir a la Antártica deben tener un buen plan de trabajo”. Y yo tendría que ir a hacer algo muy bien pensado, además verificado por pares que hayan revisado la propuesta y hayan dicho que tenga valor. Así que por ahora no está en mis planes.
- ¿Ni siquiera una vuelta en plan turístico?
- No. Mejor le pediré a un colega que vaya a pasar por ahí que me filme la isla.
Mientras, Leppe imagina que tal vez ya la vio en alguno de sus viajes a la Antártica, pero que no sabría reconocerla, pues son miles de islas las que están en esa zona. Reflexiona sobre la que, entre todas ellas, lleva su nombre: “La isla Leppe tiene un manto de hielo que esperemos sea perpetuo, considerando el escenario de cambio climático que enfrentamos y porque está justamente en la franja de los lugares que más abruptamente están cambiando en la Antártica. Es lo que llamamos el área de clima peninsular, en la transición hacia la Antártica profunda: al sur de eso está Bahía Margarita, el límite hasta donde crecen las dos plantitas de la Antártica: Deschampsia antarctica y Colobanthus quitensis, conocidas comúnmente como pasto antártico y clavelito. Luego de eso, más al sur, es el imperio de los líquenes”, cuenta.
“Estuve mirando la isla en Google Earth y en un app del Tratado Antártico. Es un lugar bien difícil de hacer landing, por su ubicación y porque tiene hielo hasta casi el borde”, dice Leppe.
- ¿Y qué se podría hacer en la isla Leppe?
- Estoy conversando con amigos científicos y también del mundo de la literatura para que quizás sea una isla que aloje sueños. Dejarlo en ese ámbito. Lo otro, construir algo ahí, tendría que ser con una muy buena justificación. Construir por construir no tiene sentido en la Antártica. Entonces prefiero pensar algo así como en la época de Lovecraft, cuando se construyen estas historias épicas y míticas de la presencia humana en la Antártica. De hecho, estoy en las primeras fases de un libro sobre eso: levantar mitos modernos y antiguos, y hacer una revisión desde la ciencia y también desde una mirada un poco más humanista.
- ¿Pero algo más concreto?, ¿investigación por ejemplo?
- Es una maravilla tener un ancla en un lugar, porque luego le doy un poco connotaciones mágicas, a pesar de que yo soy súper racionalista. Respecto de tu pregunta, creo que lo que rodea la isla ha sido siempre muy interesante. Estudiar el ambiente marino, la zona costera, la zona profunda de los canales, los fiordos.
Un salud con prosecco

Marcelo Leppe tuvo precozmente claros sus intereses. Cuando niño, en Viña del Mar, era visitante frecuente al Museo Fonck, donde una pareja de arqueólogos le permitían mirar sin prisas la colección antigua. Luego se maravilló con vidas como la de Carl Sagan. Y ya como estudiante de enseñanza media en Talcahuano, se apasionó por la botánica y por sitios remotos como la Antártica. Estudió Biología en la Universidad de Concepción, donde también hizo un doctorado en el tema. Nunca, claro, se imaginó una isla con su nombre.
Dice que su sorpresa, casi su timidez, respecto de que su apellido sea hoy también el de una isla antártica -“me provoca cosas encontradas”, reconoce- se deba quizás a su formación profesional. “En ciencia podemos decir que hay dos grandes grupos naturalistas: los zoólogos y los botánicos. Los primeros se dedican a los animales; los segundos, como yo, más a las plantas. Y los botánicos somos mucho más pudorosos en poner a nuestros hallazgos nombres de científicos que estén vivos. Los zoólogos son mucho más libres en eso”, explica. “Por ejemplo, el Chilesaurus diegosuarezi está dedicado a Diego Suárez, hijo del geólogo Manuel Suárez, quien está vivo. Eso en botánica va a ser más difícil, porque somos más estrictos, de la escuela tradicional de los naturalistas”.
Y recuerda una historia. “Hace un tiempo atrás, mientras estábamos en un campamento en Cerro Guido, en la Patagonia, un colega paleozoólogo propuso poner mi nombre en el nombre científico de una nueva especie de dinosaurio que habían encontrado. Yo le dije que me daba mucho pudor, que me sentía un poco incómodo porque en botánica estas nominaciones son póstumas”. Finalmente no se concretó.
Respecto de la isla Leppe, dice que varios científicos que se han enterado le han mandado mensajes de felicitaciones. Él les responde un poco nervioso con el tema, con textos como “compartamos un día una buena botella de prosecco”. Pero siempre está consciente de poner las cosas en su contexto: “Obviamente implica mucho más trabajo y años de investigación el sacar un paper en una buena revista, que es algo que va a quedar para el resto de los tiempos. El conocimiento es un ladrillo de base. Lo de la isla es bonito, es simpático”.
- Pero acaricia el ego…
- Sí, por supuesto. Pero abre puertas raras, me pone en un territorio inexplorado para mí.
Adicción antártica
- ¿Extrañas el INACH?
- Extraño a la gente. No extraño el estrés. La gente no imagina que este instituto que está en Punta Arenas pueda tener tanto estrés. Hay posturas respecto de la Antártica que están, digamos, en pugna constante. Se lucha también contra la desinformación. Hay corrientes que han vuelto a germinar después de 500 años, los terraplanistas o gente que niega el cambio climático. El INACH, además, tiene una cara internacional a través del Tratado Antártico.
A fines de 2023, Marcelo Leppe no fue ratificado por la Cancillería para un tercer periodo a cargo del INACH y dejó la dirección a inicios de 2024. Antes de ese cargo, había sido 13 años investigador del Departamento Científico de ese instituto. A fines del año pasado se mudó de Punta Arenas a Santiago. Pero, de alguna manera, nunca se ha ido del sur. Ni de la Patagonia austral, donde ha hecho la mayor parte de sus investigaciones, ni de la Antártica, la cual visitó por primera vez en 2002 y a la que define como “adictiva”.
“Eso explica por qué, por ejemplo, parte importante del mundo académico que va a la Antártica lo hace en los recesos universitarios, en sus vacaciones. Y por qué hay gente que todavía quiere ir allá, donde estás con las manos congeladas, con la punta de las orejas con dolor, con herpes que te atacan los labios y la nariz por la respiración. Me refiero fundamentalmente a los científicos que trabajan en campamentos o los que salen a terreno desde las bases. Con una sensación de frío que no se te va nunca. Pero ahí estás”.
- ¿Pero por qué, pese a todo eso, estás ahí?
- Porque yo diría que es el camino más corto para hacer algo que tú sabes que puede ser importante para la humanidad, sin maquillaje y sin disfraz. Lo que tú hagas en la Antártica es literalmente algo que puede tener una bajada directa en la vida cotidiana de muchas personas. Además, en tu trabajo, vas reconstruyendo piezas de una de las últimas fronteras de la ciencia en la Tierra, que son las grandes llanuras abisales.
Leppe continúa: “Es uno de los lugares donde la gente cree efectivamente que hay una gran barrera de hielo que tiene ocultas civilizaciones antiguas, a pesar del mundo híper racional que se supone vivimos. Y si uno trata de buscar una explicación psicológica para eso, diría que es porque nos falta todavía poner en conocimiento la maravilla de la realidad de la Antártica, que supera mil millones de veces a la ficción”.
Alejado de la responsabilidad del INACH, Leppe tiene más tiempo para sus propias investigaciones, las que ahora pueden además postular a fondos públicos. “Este año espero cumplir una de las metas importantes. Nothofagus es el género al cual pertenecen los robles, el raulí, los coigües, las lengas; o sea, el dominante en la flora arbórea de Chile. Comienza su historia natural en la Antártica y el registro fósil más antiguo lo encontramos nosotros, en la isla Nelson. No lo hemos comunicado todavía por paper; estamos ahora enfocados en eso”.