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Florece mercado de Buenos Aires en medio de la estancada economía argentina

Por: Benedict Mander, Financial Times | Publicado: Jueves 25 de junio de 2015 a las 04:00 hrs.
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Mientras Buenos Aires duerme, La Salada despierta con un rugido. Alrededor de las 3 a.m., los compradores recorren caóticamente sus caminos a través de los estrechos pasillos del mercado informal más grande de América Latina, cargando sacos abultados que pueden contener cualquier cosa, desde ropa de marcas falsas hasta DVD piratas.

"¡Mira esto, a sólo 135 pesos!", exclama satisfecho Rodrigo Vega mientras muestra un par de jeans, y explica que el precio, alrededor de US$15 al sobrevaluado tipo de cambio oficial, es por lo menos una quinta parte de lo que podría costar en un centro comercial argentino más lujoso.

Para Vega, al igual que para muchos otros argentinos que luchan por sobrevivir con salarios afectados por la inflación de dos dígitos y una economía decadente, valió la pena el viaje en autobús de siete horas desde el interior del país para llegar a La Salada, que tiene unos ingresos anuales de al menos US$3 mil millones, según los organizadores. Otros vienen de lugares tan lejanos como Paraguay y Brasil para unirse a los cientos de miles que en los días de mercado recorren hasta 40,000 puestos de malla de alambre amontonados en almacenes a la orilla de un río pútrido en las deterioradas afueras de Buenos Aires.

Su popularidad creció rápidamente por primera vez durante el colapso económico del país a inicios de este siglo a medida que los argentinos en busca de gangas se sentían atraídos por los bajísimos precios de los textiles hechos en talleres locales. Pero conforme La Salada tiene auge una vez más, su popularidad es un irónico recordatorio de los casi 13 años de gobierno de Cristina Fernández y su fallecido esposo, Néstor Kirchner, quien llegó al poder en 2003 después del impago argentino de 2001 y la posterior devaluación.

"Durante los malos tiempos, La Salada florecía, pero cuando las cosas mejoraban [durante el auge de los productos básicos] la gente ya se había acostumbrado a venir aquí, así que siguió creciendo", dijo Jorge Castillo, imagen pública de La Salada y administrador de su mayor almacén. Dice que el mercado vende al menos US$20 millones de mercancía en jornadas de puertas abiertas, y tiene ventas anuales que rivalizan con todo el comercio electrónico argentino de alrededor de US$4.4 mil millones.

Aunque la Sra. Fernández afirmó durante un viaje a Europa la semana pasada que menos del 5 por ciento de los argentinos vive en la pobreza – después de que el gobierno dejó de publicar sus ampliamente cuestionadas estadísticas de pobreza en 2013 – grupos independientes estiman que más del 25 por ciento de la población había caído por debajo la línea de pobreza hasta el año pasado, cuando los precios subieron hasta un 40 por ciento.

Conforme llega el final de su presidencia, y se espera que las elecciones previstas para octubre den paso a una administración más favorable al mercado, la Sra. Fernández defiende ferozmente su historial político. Es parte de un esfuerzo para reunir el apoyo entre su base de poder, en gran medida humilde, para mantener cierta influencia una vez que deje el cargo.

Aunque La Salada ha sido puesta en la lista negra de la Oficina del Representante Comercial de EEUU a causa de sus productos falsificados – los logotipos de marcas como Adidas, Nike o Lacoste llaman la atención en todo momento – su popularidad la ha protegido de la estricta intervención estatal que es normal en el resto del país.

De hecho, el gobierno incluso ha invitado a representantes de La Salada en misiones comerciales a países como Angola y Vietnam con el propósito de exportar su modelo de negocio, el cual reduce los costos al eliminar los intermediarios.

Todo comenzó en 1991 cuando un grupo de inmigrantes bolivianos estableció por primera vez puestos en La Salada para venderles sus productos manufacturados directamente a los consumidores. Los comerciantes locales tenían dificultades para competir con las importaciones baratas en los primeros años de la presidencia de Carlos Menem, defensor del libre mercado, quien acababa de eliminar barreras comerciales y fijar la paridad del peso al dólar.

Poco después, Castillo compró tierras en La Salada – llamada así porque antes era un spa de agua salada que se había echado a perder a causa de la contaminación industrial. Fue una inversión astuta que le permitió transformarse de zapatero de poca monta a poderoso magnate de negocios y jefe político local.

Castillo califica las acusaciones de evasión fiscal como mala propaganda por parte de las "sanguinarias" élites empresariales argentinas tradicionales quienes simplemente tienen miedo a perder ganancias. "Los empresarios argentinos no saben cómo competir. No quieren pagar impuestos, quieren crédito fácil, quieren dólares baratos. Quieren el paraíso, para vivir como reyes", dice.

Ahora, Castillo tiene la esperanza de competir con las empresas estadounidenses también, pues tiene planes de abrir en Miami una versión de la feria.

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