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Taylor Swift encabeza la venganza de los sellos discográficos contra Internet

“Es mi opinión que la música no debería ser gratuita”, escribió Swift en el Wall Street Journal este año.

Por: Ludovic Hunter-Tilney | Publicado: Lunes 10 de noviembre de 2014 a las 05:00 hrs.
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El nuevo álbum de Taylor Swift, 1989 –el año en que nació–, está disfrutando unas cifras extraordinarias. En su primera semana, vendió 1,3 millón de copias, casi un cuarto de todos los discos comprados en EEUU. La última vez que a un álbum le fue tan bien en su primera semana fue en 2002. En ese entonces, tuiteó emocionada la cantante de 24 años a sus 46,3 millones de seguidores, ella "tenía doce y estaba pasando por mi 'fase de trenzas'". La prueba del tropiezo de moda vino con una foto adjunta de Instagram.

Además de enviar fotos de ella a Taylor Nation, como son conocidos colectivamente sus fans, Swift también encontró tiempo para un brutal golpe de poder. Hace dos semanas, retiró no sólo 1989, sino también sus cuatro álbumes previos, de Spotify, que reaccionó como uno de los novios despechados de sus canciones, pidiendo una segunda oportunidad. La cantante era una de las principales atracciones en el servicio sueco de streaming.
Es la última escaramuza en la larga guerra de la industria discográfica para sobrevivir en la economía digital. El contexto es un acelerado declive en las ventas de álbumes, la principal fuente de ingresos para el negocio. El nuevo lanzamiento de Swift es el primer álbum en vender 1 millón de copias este año. A diferencia de 1989, un año en que cada álbum que alcanzaba el número uno en los registros en EEUU vendía al menos esa cantidad.
Las cifras de ventas de Swift son un regreso a esa era. También lo es su actitud hacia la economía de la industria discográfica. "En mi opinión la música no debería ser gratuita, y mi predicción es que los artistas individuales y sus sellos algún día decidirán cuál es el precio de venta de un álbum", escribió en el Wall Street Journal este año.
Su rechazo a Spotify y sus 40 millones de usuarios ha sido cuestionado como totalmente retrógrado. ¿No se da cuenta de que el álbum va de salida? ¿Está consciente de que los ingresos por streaming están comenzando a rivalizar con los de los servicios de descarga como iTunes, donde los usuarios compran unas pocas canciones en vez de pagar un arriendo por acceder a una enorme biblioteca? Las palabras de una de sus canciones podrían perseguirla: "Quizás la culpa es mía y de mi porfiado optimismo".
Nacida en Tennessee pero criada en un suburbio de Pensilvania, Swift tuvo una crianza acomodada. Su padre es un corredor de bolsa. Su madre también trabajó en la industria de servicios financieros antes de renunciar para cuidar a su familia. Fue de ese entorno estable y acaudalado que Swift emergió como esa cosa rara: una niña estrella que no se decarriló.
Publicó su primer álbum a los 16: alcanzó el top 5 en EEUU. Comenzó en la música country, firmó con un sello independiente de Nashville y, aunque el énfasis ha cambiado hacia el pop, ella mantiene el temperamento de Nashville. Que Swift diga garabatos o se quite la ropa es tan probable como que Miley Cyrus se convierta en una monja.
Su imagen es íntegra y de buen humor. Sus canciones parecidas a un diario de vida delinean el arco de una vida feliz, un mundo de padres amorosos y cálidas amistades, temas azucarados, pero relatados con un ojo agudo que le ha permitido ganarse su seria aclamación como una letrista. Los desastres románticos se desparraman en sus canciones como la ropa desordenada en la pieza de una adolescente, y también están animados con un tono de diversión, no de sensiblería.
Nada afecta su naturaleza alegre. Con una tendencia a salir con hombres famosos, entre ellos el músico de blues John Mayer, el actor Jake Gyllenhaal y el cantante de One Direction Harry Styles, ha hecho de su vida privada una propiedad pública al nivel que llevaría a la mayoría de las personas a la locura. Pero Swift no se hace problemas. Ella tiene el extraño don de disfrutar la fama sin que se le suban los humos a la cabeza.
Ha encarado el odio de las fans de One Direction por "robarse" a Styles y fue víctima de la ira de Kanye West cuando el rapero interrumpió su discurso en una entrega de premios de MTV para quejarse de que Beyoncé no había ganado.
Cuando compró un departamento en Nueva York este año por US$ 15 millones también compró uno al frente, por US$ 5 millones, para su personal de seguridad, ex Marines que tratan sus salidas como recorridos públicos de un jefe de Estado.
Cuando cantó en el O2 Arena de Londres este año, el show terminó con una persona invadiendo el escenario y corriendo hacia ella con una nota. Una superestrella más paranoica se habría puesto inmediatamente en modo de protección ejecutiva. Swift sólo mostró una media sonrisa y encogió los hombros antes de continuar la canción.
Junto a su comportamiento amable hay una mente astuta para los negocios. Cuando tenía once años decidió que la mejor manera de tener exposición era cantar el himno nacional en eventos deportivos. En uno de ellos impresionó tanto al entonces manager de Britney Spears que rápidamente la fichó.
No hay razones para pensar que la acción en contra de Spotify es menos inteligente. Al atacar el concepto de música gratis, la cantante, que nació poco después de la caída del Muro de Berlín, está anticipando una nueva era de barreras de pago en Internet. El acceso a contenido Premium –Swift prefiere llamarlo "arte"– va a requerir un pago. El argumento no se refiere tanto al precio de los discos, sino al precio de la música.
Los peligros están en el lado de Spotify. Swift marcó un precedente. Otros artistas de renombre podrían sentir que ellos también deben probar que son más grandes que el servicio de streaming dejándolo. Hasta que los servicios similares a Spotify y iTunes sean capaces de presentar nuevos talentos, tendrán que permanecer dependientes de los sellos discográficos.
Habiendo reaccionado al comienzo de la era digital como miembros de la mafia en pánico, las disqueras están intentando revertir los errores del pasado, encontrando formas de acomodar a los arribistas tecnológicos recién llegados o hacerlos retroceder. Swift está tomando este último enfoque. Está apostando a que Spotify la necesita más a ella que ella a él. La líder de la Taylor Nation, una comunidad global más grande que España, está en lo cierto. Una nueva era de proteccionismo está comenzando. Para los mayores nombres del pop, los días de la música distribuida gratis se irán de la misma forma en que las trenzas de Swift.

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