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Iglesias

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 8 de abril de 2016 a las 04:00 hrs.
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Ya en el mundo animal prima el instinto y urge la necesidad de un territorio, una guarida, un hábitat, un nido que proteja la seguridad y la vida de sus moradores. El ser humano participa del mismo instinto y necesidad y por razones adicionales: cobijar su intimidad, vincular sus memorias y emociones a un lugar, dejar huella y herencia para la posteridad. Con razón el Derecho consagra y cautela la inviolabilidad del hogar, sede natural de la familia, núcleo fundamental de la sociedad.

Las iglesias, templos, sinagogas, mezquitas, lugares de oración y culto a Dios participan genéricamente del nombre de casa u hogar, pero agregándole valor específico: por ser casas de Dios, son al mismo tiempo y por esa razón casas del Hombre, hogares de encuentro de personas y familias que se congregan allí para escuchar a Dios, implorar su favor paternal, reconocerse como hermanos, purificar sus conciencias, exhortarse y fortalecerse mutuamente para acercarse y parecerse cada día más al Dios de su esperanza. En todos estos lugares de culto se visibiliza la centralidad del Libro. Es antiguo, tiene miles de años. La fe de sus lectores, auditores y expositores reconoce a Dios como su inspirador y autor: es PALABRA DE DIOS. Procede de su eterna Sabiduría, expresa su infinito Amor, promete Misericordia y Fidelidad por todas las edades y de una a otra generación. Quienes frecuentan esas casas de Dios viven literalmente de esa fe.

En las iglesias católicas, el Libro comparte su centralidad con el Altar, ornado por la Cruz, cercano al Sagrario y ligado al Confesionario. Allí, personas y familias ofrecen el sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesús Salvador, comen de él, adoran al Crucificado, veneran su presencia real en las hostias reservadas, se reconcilian con el Padre misericordioso mediante la humilde confesión de sus pecados. Al reunirse -como sagrado deber y vital necesidad- en el Día del Señor, reafirman ser el único Cuerpo de Cristo, unido a su Cabeza inmortal. En esa Casa, en ese Día se alimenta la Fe de la cual viven y por la cual darían su vida, de ser necesario.

Si perder la casa propia cuenta como una de las peores desgracias de una familia, ver su iglesia reducida a cenizas es, para la Familia de Dios, una devastación de su patrimonio espiritual. En ese lugar se guarda el Tesoro. Más aún: allí vive y reina el Creador y Guardián del Tesoro. Quienes criminalmente incendian una iglesia saben muy bien lo que hacen y por qué lo hacen. Destruido el lugar, entienden erosionar la fe y carcomer la esperanza de quienes lo frecuentan para iluminar y alimentar sus frágiles vidas.

Pero no. La fe hace resurgir de las cenizas, y la esperanza en Dios no queda nunca defraudada. No hay fuego superior al Amor divino.

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