Sólo pasó un mes entre la primera y segunda vuelta para elegir al nuevo Presidente de la República. Y ese lapso no sólo dejó a un claro ganador, como el representante de la oposición, Sebastián Piñera, sino que a muchos actores políticos del oficialismo evidentemente perplejos.
Los más de nueve puntos con que se impuso el próximo mandatario -que subió de 36,6% a 54,6% de los votos- ante la carta oficialista Alejandro Guillier -pasó de 22,7% a 45,4%-, barrieron con la tesis de un resultado estrecho. Este había sido alimentado en parte por expectativa de recibir al menos parte del sorprendente 20,27% de los sufragios que obtuvo la abanderada del Frente Amplio, Beatriz Sánchez, el 19 de noviembre.
Si esto último fue inesperado, también lo fue el respaldo para el mismo Presidente electo. De hecho, las explicaciones se han sucedido toda esta semana en los más diversos círculos, destacando los centros académicos de pensamiento.
Diario Financiero reunió en estas páginas las visiones de seis de ellos, representados por el coordinador Programa de Opinión Pública del Centro de Estudios Públicos, Ricardo González; la investigadora COES-INAP, U. de Chile, Claudia Heiss; el director ejecutivo del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), Alejandro Fernández; el académico de la Escuela de Gobierno de la UAI, Daniel Brieba; la directora del Instituto de Políticas Públicas de la Facultad de Economía y Empresa UDP, Kirsten Sehnbruch, y el coordinador legislativo de Fundación Ciudadano Inteligente, Octavio Del Favero.
¿Hay esquizofrenia en los votantes chilenos?
La primera vuelta presidencial fue una sorpresa. Las expectativas, ancladas en torno a la información provista por las encuestas, indicaban que Sebastián Piñera tendría una votación más alta que el 36,64% que obtuvo y que Beatriz Sánchez alcanzaría mucho menos que el 20,27%. Más aún, la suma de lo conseguido por los candidatos de izquierda superaba el 50%, lo que para muchos analistas y la presidenta de la República, Michelle Bachelet, era una señal de que la ciudadanía demandaba continuar con la agenda de grandes transformaciones que su administración había iniciado.
No obstante, las recientes elecciones parlamentarias y de CORES e incluso las municipales del año pasado señalaban algo contrario a esa lectura. En todas esas elecciones, Chile Vamos obtuvo rendimientos superiores comparados con comicios anteriores. Más aún, esta coalición tuvo uno de los mejores desempeños, en términos de escaños conseguidos en el Congreso, desde el retorno de la democracia. Visto de esa manera, los resultados de la segunda vuelta presidencial no parecen sorpresivos.
¿Qué pasó con las fuerzas de izquierda en la segunda vuelta? Una simple descomposición de los votos por comuna, cortesía de Francisco Gallego y Felipe González, profesores de la PUC, muestra que, en promedio, cerca de un 30% de los votos de Sánchez no se traspasó a Alejandro Guillier en segunda vuelta, probablemente porque ese grupo decidió abstenerse de votar, ya que el traspaso de esos votos a Piñera, de acuerdo a sus estimaciones, fue casi cero. Por otro lado, Piñera y Kast lograron movilizar muchos más electores en las comunas que les favorecieron en la primera vuelta. Por lo tanto, ¿estamos en presencia de un electorado esquizofrénico? Para nada. Los resultados, ¿indican que los chilenos se derechizaron? No, ya que el número de personas que se identifican con alguna posición ideológica ha disminuido constantemente, de acuerdo a las cifras acumuladas de las encuestas CEP. De hecho, por estos días hay menos gente que se identifica con la derecha que en 2005, año de elecciones en las que también compitió Sebastián Piñera.
¿Cómo se pueden interpretar estos resultados entonces? Primero, como un rechazo al diagnóstico de la Nueva Mayoría, ese que sostenía que había un malestar transversal en la ciudadanía ―cuyo origen estaba en la desigualdad y en la mercantilización de ciertos ámbitos de nuestra vida en sociedad ― y que se requerían cambios radicales a la institucionalidad político-constitucional y un nuevo modelo de políticas económicas y sociales para atenuarlo. Segundo, como un respaldo a un camino en que el crecimiento de los ingresos sigue siendo importante y de reformas específicas a los servicios públicos y privados, que contribuyan a reducir la desigualdad de acceso a éstos y a proteger a la clase media, concepto que Piñera reiteró durante la campaña, de eventos que puedan perjudicar la situación económica de los hogares que, con tanto esfuerzo, han logrado cimentar.
La primera señal
Sebastián Piñera finalmente obtuvo un triunfo contundente. Sin embargo, sería un error asumir que una gran mayoría de los chilenos "giró hacia la derecha". Primero, porque si bien la participación electoral subió considerablemente en segunda vuelta, un 50% de chilenos no votó. Además, si sumamos los votos de Sebastián Piñera y José Antonio Kast en primera vuelta no llegan al 45%. Los 800 mil votos adicionales que obtuvo en el balotaje probablemente provengan del llamado centro político, compuesto por ex votantes DC, "viudos" de la Concertación y amplios sectores de clase media, cuyas preferencias no pueden atribuirse con facilidad a un sector político u otro. No sería extraño que en el corto plazo pasen a ser opositores del próximo gobierno.
En ese contexto, y con este indefinible votante (habrá que esperar varios meses para conocer datos por mesa), Piñera tiene el gran desafío de lograr fidelizar a esos electores y ampliar su base de apoyo si quiere tener gobernabilidad y proyectar su sector político hacia el futuro. Para ello, deberá comenzar por representar adecuadamente esa diversidad de sensibilidades en su gabinete de ministros y subsecretarios.
En términos concretos, esto significa incorporar en forma lo más equitativa posible a hombres y mujeres, no solo porque en nuestro país ya no es presentable un gabinete sin presencia femenina, sino también porque incorporar mujeres permite analizar y responder a los problemas sociales considerando la mirada de ese 50% de la población. Representar esa pluralidad también implica integrar personas con distintas trayectorias de vida y donde se exprese el discurso meritocrático que este sector dice defender y promover. No debiera volver a repetirse un gabinete donde la gran mayoría provenga de colegios particulares del barrio alto.
Asimismo, se requiere un gabinete con experiencia, pero que también apueste por rostros frescos y jóvenes, que comprendan el Chile actual y que puedan estar en 4 u 8 años más disputando elecciones parlamentarias y presidenciales. Para eso, Piñera deberá estar dispuesto a no ponerse primero en la foto y darle mayor protagonismo a sus ministros y, eventualmente, a sacar del Congreso a parlamentarios como Felipe Kast y Jaime Bellolio. Salvo excepciones, sólo desde el gobierno los políticos logran transformarse en figuras de carácter nacional, con amplio conocimiento y proyección política.
Finalmente, se requiere ministros que hagan del servicio público una vocación de vida y que, por lo tanto, tengan un compromiso que trascienda el gobierno, ya sea para que a su salida de La Moneda compitan en cargos de elección popular (la exposición pública que tienen los ministros los deja en una posición privilegiada para competir por el Congreso), o bien se incorporen a centros de estudios, fundaciones o municipalidades. Por el bien de Chile y su sector, los futuros ministros de Piñera no debieran terminar en la gerencia legal de una gran empresa, como ocurrió con su primer ex ministro del Interior, sino trabajando incansablemente por ganar el gobierno como, por el contrario, sucedió con su otro ex jefe de gabinete. Si la conformación de su primer gabinete responde a ello, estará enviando una señal de haber entendido, al menos en parte, a este aún indescifrable votante.
¿Son de derecha los chilenos? Algunas pistas para interpretar estas elecciones
Las elecciones de noviembre dieron una sorpresiva adhesión al Frente Amplio. La DC sufrió una fuerte merma. El nuevo Congreso quedó conformado por tres bloques, cada uno con gran heterogeneidad interna: Chile Vamos, la Fuerza de la Mayoría y el Frente Amplio. Quienes habían planteado la derechización del país producto de la modernización y el crecimiento parecían equivocados y, en su lugar, se habló entonces de una tendencia a contrapelo del "giro a la derecha" en América Latina. El neoliberalismo y la desprotección social habrían izquierdizado al electorado. Si Guillier conseguía los votos del FA sin enajenar a la ex Concertación podría ganar. Una alta participación electoral beneficiaría a la centroizquierda mientras que una alta abstención daría el triunfo a Piñera.
Nada de eso ocurrió. La participación electoral aumentó del 46% en primera vuelta al 49% en segunda, añadiendo 300 mil nuevos votantes. Esos votos nuevos no fueron, sin embargo, para Guillier sino para Piñera.
El holgado triunfo de Sebastián Piñera en la presidencial podría explicarse por la división de la centro-izquierda en tres grupos (DC, Fuerza de la Mayoría y Frente Amplio) donde sólo uno se sentía representado por el candidato, y por la movilización de nuevos votantes de derecha estimulados por la amenaza del Frente Amplio y su éxito en primera vuelta.
Tanto en la desafección concertacionista con la candidatura de Guillier como en el temor que movilizó al voto apático de derecha puede haber influido una percepción de insuficiente capacidad para dirigir el país. El liderazgo de sociólogos y periodistas alienó a quienes ven a los economistas como los únicos capaces de diseñar e implementar políticas.
¿Significa esto que el electorado se ha derechizado? Sería simplista sacar esa conclusión. Hay que recordar que sólo votó la mitad del padrón. La diferencia entre Piñera y Guillier fue de poco más de 635 mil votos sobre 14.300.000 personas con derecho a sufragio. Igual de liviano hubiese sido leer una izquierdización tras la primera vuelta.
Informes del PNUD y otros han mostrado que los chilenos valoran el crecimiento y creen en el esfuerzo individual y la meritocracia. Al mismo tiempo, son cada vez más quienes consideran "injusto" que la capacidad de pago determine la calidad de la educación o la salud a la que se puede acceder. Distintos estudios reflejan una creciente demanda por derechos sociales que no se condice con las instituciones actuales del país.
Los chilenos, seguramente, quieren crecimiento y consumo, pero también protección social en la vejez y en la enfermedad, así como un Estado que los proteja de los abusos. Ni izquierdización ni derechización, el electorado chileno no sólo es diverso sino que tiene demandas y convicciones que no pueden reducirse a estereotipos dicotómicos. Quienes aspiran a obtener su confianza en las urnas tendrán que esforzarse más por entender esa complejidad.
Ciegos que no quieren ver
Durante cuatro años todas las señales parecían indicar que el país estaba saturado del gobierno y sus reformas. Medios, encuestas y columnistas fueron muy persuasivos para convencernos de ello. La conclusión era que la población ya no abrazaba los principios y prácticas que la izquierda política proponía al país.
Todo ello pareció derrumbarse con los resultados de la primera vuelta, la suma de los votos de los sectores de izquierda superaban el 50% de los votantes. Un escenario de incertidumbre se apoderó del proceso que restaba hasta la segunda vuelta y comenzaron a aparecer los gestos dirigidos a persuadir a los votantes de los sectores de izquierda que habían quedado en el camino.
Sin embargo, nuevamente pareciera que las conclusiones que se sacaron fueron apresuradas. La segunda vuelta mostró un contundente triunfo de la candidatura de Sebastián Piñera. El país había vuelto al cauce trazado durante 27 años de transición.
Esta aparente volatilidad está determinada por los lentes del intérprete y no en el interpretado, están dadas por el hecho de que es la estrecha elite, sus encuestas y limitadas matrices de análisis las que configuran la discusión pública. Por ejemplo, el análisis lineal de la conducta electoral en el eje izquierda-derecha, ha demostrado no ser un buen predictor y que nos quedaremos constantemente desconcertados si seguimos analizando sólo desde ahí.
Lamentablemente, en la semana post elecciones no se ven indicios que la elite esté avanzando a asumir formas más complejas de interpretar y, finalmente, conectarse con la sociedad. Pretende seguir dirigiendo el rumbo del país a la distancia y para ello todos interpretaron los resultados de forma tal de confirmar sus propias hipótesis y supuestos previos, finalmente, simples prejuicios. No se vislumbra que asuman que estamos más bien a oscuras, que ya no es tan simple interpretar a la gente y que debemos complejizar nuestras aproximaciones. Especialmente cuando más de la mitad de la población no participa en las elecciones.
Esto parte de algo que se ha profundizado durante ya un largo tiempo, la política y sus clivajes han dejado de ser, en buena medida, el lugar donde se resuelve el futuro de los habitantes del país. Hoy, el mercado y el consumo aparecen como esferas que tienen una influencia mucho mayor en la cotidianeidad, transformando la política en un espacio anecdotario, saturado por la superficialidad de la irrelevancia.
Fortalecer los procesos políticos mediante el involucramiento de la ciudadanía es el camino para conectarla con las decisiones que le afectan y devolverles el control y supervigilancia constante sobre las mismas, impidiendo que sean otros -en el Congreso o directorios de empresas- quienes la interpreten a su antojo y conveniencia, dejando fuera sus intereses. Se trata, entonces, de llenar la toma de decisiones con más democracia y representatividad, en lugar de tecnocracia, academicismos e instrumentos abiertamente limitados para interpretar a la población.
Elecciones presidenciales y el triunfo de la posverdad
El cambio que se produjo entre la primera y la segunda vuelta presidencial tiene nombre y apellido: Beatriz Sánchez. Antes de la elección, nadie había esperado que la candidata del Frente Amplio lograra un porcentaje tan alto de los votos. Contra todo pronóstico de las encuestas, el pacto logró posicionar una visión de país que capturó la imaginación de una gran parte del electorado que, por cierto, es ideológicamente fluido, y deseoso de transformaciones. El que ese electorado se haya convencido de respaldar una visión de país que quebraría estructuras establecidas en Chile desde hace más de 30 años atemorizó a la derecha tradicional. Ese miedo se tradujo en una campaña del terror en las redes sociales, una campaña basada en verdades falsas o posverdades, que sacó partido de la alarma de los votantes, y que es más fácil de instalar cuando la atención mediática se enfoca solamente en dos candidatos.
Y fue la campaña de Piñera la que instaló esas verdades falsas en la antesala del balotaje, con una fuerza que nunca antes se había visto en Chile. Se levantaron consignas como que "con Piñera, el país volverá a crecer", como si el país no hubiera crecido nada durante estos últimos años. Como si el crecimiento dependiera, mágicamente, del Presidente y no del precio del cobre o del contexto internacional. "Con Piñera volverá a haber empleos", como si durante el gobierno de la Presidenta la tasa de cesantía se hubiera disparado, en vez de haber sido más baja que durante el anterior gobierno de Piñera. Y la peor posverdad: "con Guillier Chile va a terminar como Venezuela". Esta última frase, la de Chilezuela, se replicaba frenéticamente en las redes sociales, generando una verdadera ola de pánico entre la gente que la creía. En las poblaciones, incluso, la gente que siempre vota por la izquierda, me preguntaba insistentemente si esto era verdad. "Mira" me decían, mostrándome alguna propaganda que les había llegado por Facebook o por WhatsApp, que transformaba a Guillier en Maduro. Ni hablar de mis amistades más pudientes, muchos de las cuales se "compraron el cuento", sin ninguna capacidad o esfuerzo de contrastar efectivamente entre la verdad y la mentira.
Todo lo que dicen los analistas políticos de esta elección es cierto: el gobierno no "vendió" bien su legado. Guillier no logró ni convencer ni encantar. La izquierda no estuvo unida. El voto del Frente Amplio no lo mandó nadie. Pero, finalmente, ganó la famosa frase de la campaña de Bill Clinton: "¡Es la economía, estúpido!".
Lamentablemente, este enunciado triunfó, no por la genuina articulación de una visión de país que plantea las reformas necesarias para crecer de una manera más sostenible, sino porque se instaló a través de una propaganda de apelación al miedo basado en verdades falsas.
Chile progresó muchísimo durante las últimas décadas hacia una democratización más profunda, más desarrollada y con instituciones que funcionan mejor. La expresión máxima de esta democratización ha sido las elecciones parlamentarias de la primera vuelta, que quebraron buena parte del poder político que se había concentrado en las manos de una elite extremadamente limitada y regida por las malas prácticas políticas, abriendo espacio a la entrada de nuevos actores al Congreso. Desgraciadamente, todo este avance queda en nada si, a futuro, nuestras elecciones se basan en la propagación de posverdades que siembran pánico y terminan polarizando aún más a un electorado fragmentado.
Votos vemos, corazones no sabemos
Solemos olvidar que puede haber una gran diferencia entre las razones que tuvo un electorado para escoger a un político y la interpretación que éste hace de esas razones. Bien lo sabe quien fuera presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, quien en 1992 basó su campaña en una gran reforma de la salud, solo para tener que abandonar dicha reforma una vez en el poder ante el creciente rechazo a ella por parte de la misma opinión pública que lo había llevado a la victoria.
Por lo mismo, así como probablemente fue un error interpretar el apoyo electoral a Michelle Bachelet el año 2013 como un mandato para un programa de reformas profundas, también lo sería el leer los resultados de primera y segunda vuelta como un plebiscito sobre éstas. Sabemos por las encuestas que dichas reformas no han sido populares, pero no sabemos si el apoyo o rechazo a ellas fueron determinantes para las personas a la hora de votar.
La preparación para gobernar, el deseo de caras nuevas, la marcha de la economía y tantas otras razones se conjugan también a la hora de escoger.
Por ello, para entender lo que pasó otro punto de partida puede ser más fructífero. Desde el 2009 en adelante, el cambio político en Chile ha sido impulsado fundamentalmente por un electorado urbano y de clase media.
A pesar de sus profundas diferencias ideológicas y de estilo, es en comunas como Puente Alto, Maipú, La Florida y muchas capitales regionales donde ha estado la fortaleza de Marco Enríquez-Ominami el 2009; de ME-O, Parisi y Andrés Velasco el 2013; y de Ossandón y de Beatriz Sánchez este año.
Esto sugiere pues lo siguiente: la nueva y joven clase media chilena no está ni afectiva ni ideológicamente alineada bajo las coordenadas políticas de los partidos de la transición. Anda en busca de proyectos políticos que interpreten y representen políticamente su propia trayectoria vital. Y en eso, caben tanto proyectos políticos de derecha como de izquierda, porque si bien valoran el acceso al consumo y los resultados de la modernización capitalista, no ven eso como incompatible con querer universidad gratis o mayor seguridad social. Y por lo mismo, lejos de cualquier ideología, no consideran un sacrilegio votar por Sánchez o ME-O en primera vuelta y por Piñera en segunda.
Los datos de votación por comuna son aquí muy sugerentes. Más que la entrada de un "ejército de reserva" de votantes piñeristas en segunda vuelta –del cual cuesta encontrar evidencia– lo decisivo fue que el candidato de Chile Vamos subió con mayor fuerza su porcentaje de votación allí donde a Sánchez y a ME-O les fue bien, pero no donde a la carta de la Democracia Cristiana, Carolina Goic le fue bien. El electorado de esta última, fiel a su identidad concertacionista, parece haberse inclinado por Guillier en mucho mayor medida. No fue el antiguo centro DC el que abandonó a Guillier, sino estos nuevos (y más jóvenes) votantes.
Por ello, desde el Frente Amplio hasta la UDI, la lucha política de estos tiempos no será por el centro ideológico, sino por el corazón de la nueva clase media.