Una primera lectura nos podría indicar que, a grandes rasgos, este IPoM no tuvo grandes sorpresas: el Banco Central ajustó al alza la estimación de inflación para este año (a 4,3%), mientras que el rango estimado de crecimiento se mantuvo entre 5,5% y 6,5% (con una estimación puntual de 6,2%). Sin embargo, debemos considerar que el mensaje de este informe va mucho más allá que dichos cambios al escenario macro.
En particular, un análisis más detallado nos permite apreciar la fuerte preocupación del ente rector por el incremento que han presentado los riesgos inflacionarios, tanto por elementos locales como externos. Dentro de los primeros, reconoció explícitamente que el desempeño del escenario internacional ha sido mejor de lo contemplado en el informe previo, razón por la cual eliminó el sesgo negativo contemplado en dicho entonces (que incluía una reducción de medio punto en el crecimiento global de consenso) y además, hizo hincapié en el incremento de algunos precios internacionales, principalmente alimentos y energía. Dentro de los factores locales, el escenario de crecimiento anticipa no sólo mayores presiones sobre los precios de los bienes no transables, sino también riesgos de sobrecalentamiento local (las brechas de capacidad estarían prácticamente cerradas, y el crecimiento no provendría de acumulación de inventarios, por citar algunos). Finalmente, tal como se ha señalado en las minutas de las reuniones de política monetaria, nuevamente el Central hizo referencia al desanclaje de expectativas inflacionarias (que a nuestro entender constituye el principal desafío que actualmente enfrente el ente emisor), lo cual eleva significativamente los riesgos de efectos de segunda vuelta. A pesar de dichos elementos, el Central destacó que su escenario base contempla una convergencia de la inflación a la meta de 3,0% en los próximos años.
En este contexto, creemos que el mensaje es bastante claro: el Banco Central continuará subiendo la TPM, a la velocidad que sea necesaria, con el fin de anclar expectativas y acotar los efectos de segunda vuelta. Esto implica, en gran medida, que la normalización de tasas continuaría siendo cóncava, es decir, volvería a subir la tasa en 50 puntos en al menos una reunión más y la ubicaría en casi 6,0% en diciembre. Si bien esto sería crucial para la convergencia a la meta inflacionaria, tendría como principal costo una apreciación real del tipo de cambio (al menos en los próximos meses) y una desaceleración de la actividad hacia fines de año. No obstante, debemos tener claro que tanto la evidencia empírica como los trabajos académicos son determinantes en señalar que los beneficios de largo plazo de anclar expectativas superan por mucho los costos de corto plazo que provengan del ajuste en la política monetaria.