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Publicado: Sábado 4 de mayo de 2013 a las 05:00 hrs.
Blanca Arthur
Un serio traspié con impensables efectos políticos para la carrera electoral de la oposición fue la incapacidad de los partidos para sellar un acuerdo destinado a participar en las primarias parlamentarias.
Es que luego de que los propios dirigentes partidistas se mostraran abiertamente partidarios de este mecanismo como fórmula de participación ciudadana, llegado el momento se enfrentaron a una realidad que no pudieron -o no quisieron- solucionar.
La consecuencia más inmediata fue la decisión de Andrés Velasco de analizar si participa en primarias o llega hasta el final, acusando a los partidos de negarse a que se incorporen rostros independientes o ajenos a sus propias maquinarias, discurso que no sólo podría redituarle a su candidatura, sino dañar a las demás, especialmente a quien probablemente termine siendo la abanderada de los partidos, como Michelle Bachelet.
Múltiples fueron las acusaciones recíprocas al momento de sindicar a los responsables del fracaso de un acuerdo. Porque mientras algunos apuntan al Partido Radical por pedir un cupo supuestamente para postular al senador José Antonio Gómez después de que fuera derrotado en las primarias, otros indican que fue la Democracia Cristiana la causante de bloquear el entendimiento al no aceptar medirse en algunos de los distritos en que esperaban competir candidatos del movimiento Revolución Democrática, como era el caso de Giorgio Jackson en Santiago Centro.
Cuales sean los detalles que impidieron la realización de primarias -aunque tampoco en el PS o en el PPD había intención de realizarlas- lo cierto es que el problema de fondo por el que abortaron las primarias fue que no hubo disposición a que los actuales parlamentarios arriesgaran sus cupos, mientras además los partidos defendían supuestos derechos adquiridos en determinados lugares.
Elocuentes fueron las palabras de aquellos que reconocieron que los partidos no supieron estar a la altura, porque de inmediato se entendió que la posibilidad de conformar esa “nueva mayoría” que postuló Michelle Bachelet apenas aterrizó en la arena presidencial, era una quimera.
Ella intentó restarle importancia aludiendo a que ésta no se agota en los partidos, pero desde la propia oposición apuntan a los riesgos de este episodio para lograr la configuración de una lista parlamentaria con los mejores candidatos con el fin de obtener el máximo de doblajes de manera de tener la mayoría a que aspiran en el Congreso.
Eso en términos concretos. Porque desde una mirada más general, la principal preocupación -tal como apuntó Bachelet- era la mala señal que daba ante la ciudadanía el no haber sido capaces de responder a su promesa de más participación, a lo que se suma la imagen de falta de gobernabilidad que mostraron los partidos.
Es imposible desconocer que los primeros responsables son sus dirigentes, aunque desde su interior reclaman que el escenario sería otro si los candidatos presidenciales de los distintos partidos se hubieran jugado por un acuerdo. Descontado el caso de Gómez por ser sindicado como uno de los causantes del problema, los dardos apuntan por una parte al DC Claudio Orrego, quien no colaboró para que su partido se allanara a competir, pero también con especial fuerza a Bachelet, básicamente por el liderazgo que representa.
Es cierto que desde su comando mostraron inquietud e incluso se hicieron algunos intentos para impedir el fracaso, pero fue tarde, cuando los tiempos se habían agotado.
En el mundo político no pareció suficiente el argumento -refrendado por ella misma al responder las críticas- de que por no ser la abanderada de todos los partidos, no podía erigirse en la líder de todo el conglomerado.
La gran incertidumbre que al final produjo este episodio es cómo se podrá manejar, tanto durante la campaña, como en el caso de que la oposición regrese al gobierno, las pugnas en las filas partidistas que nadie ordena.
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