IDEÓLOGOS
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 24 de septiembre de 2010 a las 05:00 hrs.
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Tener ideas y sostenerlas en el ámbito público es bueno, incluso necesario. También es bueno que las malas ideas se amparen en el derecho de su autor para ser expuestas sin censura previa. Reservar el derecho de circulación exclusivamente a las buenas ideas nos enredaría en el problema de determinar quién, y con qué autoridad, goza de la facultad de decidir cuáles ideas son buenas y cuáles, por malas, deben contentarse con subsistir en el secreto del corazón de quien las pensó. La sana opinión pública, base de sustentación de una también sana democracia, requiere de la libertad de informar y opinar sin otra cortapisa que la responsabilidad exigible a quien abusa de todo derecho.
Esta libertad y pluralidad de opinión se torna más complicada cuando ingresa al terreno de la libertad y pluralidad de acción. Desde el momento en que mis personales ideas y opiniones se van a plasmar en conductas externas capaces de afectar bienes tangibles o intangibles, como la vida, la libertad, el orden público, la salubridad y seguridad nacional o derechos anteriores y superiores de otras personas, la tan invocada libertad de opinión debe someterse a controles preventivos o punitivos acordes con la gravedad de su amenaza a valores de mayor entidad. La libertad de opinar sobre los efectos, recomendabilidad y libre venta y consumo del cigarrillo entra en colisión y sumisión jerárquica con la ley justa que prohibe su expendio indiscriminado y sin la rotulación de sus perniciosos efectos. Se puede opinar lo que se quiera sobre la belleza y tierna inocencia de un niño, pero la sociedad civilizada prohibe la apología y castiga la práctica de la pedofilia.
Quien adscribe a una ideología debe permanecer conciente y vigilante de no caer preso de su lógica restrictiva y aun falsificativa de la realidad. Para el Diccionario, en tercera acepción, ideólogo es una persona que entregada a una ideología desatiende la realidad. El riesgo de degenerar en fanatismo es evidente y comprobable. Una vez definido el sistema de ideas fundamentales, nada detiene al ideólogo de llevarlo a consecuencias extremas, sin detenerse ante la lesión grave de derechos ajenos y superiores al suyo.
Hoy se lee y escucha a médicos invocando como sagrada la ideología de la autonomía del paciente en desmedro de la beneficencia del doctor, y llamando a todo médico a negarse a prestar alimentación al que se muere en huelga de hambre. La ideología de la libertad prima sobre el bien fundante de toda libertad, la vida. Pero alimentar al hambriento no es un tratamiento médico. Para cumplir con ese deber elemental basta una persona humana.
Esta libertad y pluralidad de opinión se torna más complicada cuando ingresa al terreno de la libertad y pluralidad de acción. Desde el momento en que mis personales ideas y opiniones se van a plasmar en conductas externas capaces de afectar bienes tangibles o intangibles, como la vida, la libertad, el orden público, la salubridad y seguridad nacional o derechos anteriores y superiores de otras personas, la tan invocada libertad de opinión debe someterse a controles preventivos o punitivos acordes con la gravedad de su amenaza a valores de mayor entidad. La libertad de opinar sobre los efectos, recomendabilidad y libre venta y consumo del cigarrillo entra en colisión y sumisión jerárquica con la ley justa que prohibe su expendio indiscriminado y sin la rotulación de sus perniciosos efectos. Se puede opinar lo que se quiera sobre la belleza y tierna inocencia de un niño, pero la sociedad civilizada prohibe la apología y castiga la práctica de la pedofilia.
Quien adscribe a una ideología debe permanecer conciente y vigilante de no caer preso de su lógica restrictiva y aun falsificativa de la realidad. Para el Diccionario, en tercera acepción, ideólogo es una persona que entregada a una ideología desatiende la realidad. El riesgo de degenerar en fanatismo es evidente y comprobable. Una vez definido el sistema de ideas fundamentales, nada detiene al ideólogo de llevarlo a consecuencias extremas, sin detenerse ante la lesión grave de derechos ajenos y superiores al suyo.
Hoy se lee y escucha a médicos invocando como sagrada la ideología de la autonomía del paciente en desmedro de la beneficencia del doctor, y llamando a todo médico a negarse a prestar alimentación al que se muere en huelga de hambre. La ideología de la libertad prima sobre el bien fundante de toda libertad, la vida. Pero alimentar al hambriento no es un tratamiento médico. Para cumplir con ese deber elemental basta una persona humana.

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