La historia era así: en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el papel de la Oficina Federal de Investigación (FBI, su sigla en inglés) se remitía a evitar e indagar situaciones de fraude electoral, y la institución se mantenía al margen del ambiente de campaña. Pero la votación de este año está lejos de ser normal y, por primera vez, las acciones del organismo tuvieron consecuencias en las encuestas de cara a la Casa Blanca e, incluso, en los mercados financieros.
El organismo marcó presencia en los discursos electorales como nunca antes en una elección gracias a su director, James Comey, quien se mantuvo en los titulares estadounidenses: en julio, el funcionario dijo que, aunque Hillary Clinton había sido “extremadamente descuidada” al usar un servidor privado para comunicarse mientras era secretaria de Estado, no había sustento para un proceso judicial contra ella. Pero el 28 de octubre, a apenas once días de la votación, dijo que la oficina reabriría la investigación. El domingo pasado, dio un paso atrás: dijo que el FBI no había cambiado su conclusión.
Odiado por republicanos y demócratas, Comey alienó al organismo que dirige y tensó las relaciones, alguna vez amigables, con la Casa Blanca.
“Hay acuerdo bipartidista de que él es una catástrofe”, dijo en redes sociales el ex asesor del presidente Barack Obama, Bill Burton. Por su parte, el senador republicano Charles Grassley, presidente del Comité Judicial del Senado, responsabilizó al director del FBI por un “anuncio vago” que dejó “un número creciente de preguntas sin responder”.
Político y apolítico
James Comey inició su período como director del FBI en 2013, nombrado por Barack Obama, y confirmado por una mayoría aplastante en el senado: 93 votos a favor y uno en contra.
El respaldo transversal llegó a pesar de que fue militante republicano por varios años, “la mayor parte de mi vida adulta”, reconoció la semana pasada ante el congreso, donde aseguró que ya no está registrado en el partido y que el FBI se mantiene “absolutamente apolítico”.
Su historia con los Clinton había comenzado antes. A mediados de los años ‘90, como consejero distrital del Comité Whitewater en el senado, investigó un presunto fraude inmobiliario conectado a la familia del que sería el presidente de la república por ocho años. No existieron cargos entonces. Tampoco los hubo cuando, en 2002, como fiscal federal, lideró una investigación sobre el indulto concedido por Bill Clinton a Marc Rich, acusado de lavado de dinero.
Corney comenzaba a forjar una reputación como profesional y apolítico, la misma que destruiría en esta elección.
Hora de reconstrucción
Medios dentro y fuera de EEUU apuntan hacia Comey como el primer perdedor en esta carrera presidencial.
“La reputación personal del director del FBI no es lo que era hace años”, dijo al periódico británico Financial Times el investigador de Brookings Institution Benjamin Wittes, quien agregó que “muchas personas que tenían confianza en él la semana pasada ya no la tienen”.
Por su parte, el presidente del grupo de abogados conservadores Judicial Watch, Tom Fitton, dijo al New York Times que “esto es igual de malo para Comey como lo es para Hillary”.
Sea quien sea que ocupe la Oficina Oval a partir de enero, es difícil que Comey salga de su cargo. Su designación dio pie a un período de diez años de trabajo independiente, en un sistema diseñado para apartar al FBI de los vaivenes políticos, algo que él mismo parece haber olvidado.