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China no debe copiar los errores del Kaiser

¿Podremos sostener una economía global abierta, a la vez que equilibramos las...

Por: | Publicado: Miércoles 4 de diciembre de 2013 a las 05:00 hrs.
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¿Podremos sostener una economía global abierta, a la vez que equilibramos las tensiones entre una autocracia naciente y las democracias en relativo declive económico? Esa fue la pregunta que se planteó por la llegada de la Alemania imperial como el poder económico y militar de Europa en el siglo XIX. Es también la pregunta que se plantea hoy en día por el ascenso de China comunista. Ahora, como entonces, la desconfianza es alta y creciente. Ahora, como entonces, las acciones de la potencia en ascenso plantean riesgos de un conflicto potencial. Sabemos cómo terminó la historia en 1914. ¿Cómo terminará la nueva, un siglo más tarde?
La decisión de China de crear una “zona de identificación de defensa aérea en el Mar de China Oriental” que abarca las islas deshabitadas en la actualidad bajo el control de Japón (llamadas Senkaku por Japón y Diaoyu por China) es evidentemente provocadora: las zonas de defensa aérea de los dos países ahora se superponen. Ni Japón ni Corea del Sur reconocen la nueva zona que China parece estar dispuesta a defender. EEUU no reconoce la zona tampoco, y está obligado por un tratado de apoyar a Japón en caso de conflicto. Sin embargo, el Departamento de Estado también ha indicado que “espera” que los aviones comerciales de EEUU cumplan con las demandas chinas, con el fin de evitar poner en peligro las vidas de personas inocentes.

Las señales, por lo tanto, son confusas, lo que es habitual en este tipo de situaciones. Pero, como William Fallon, ex jefe del Comando del Pacífico de EEUU, comentó, la zona china plantea la posibilidad de un conflicto accidental. ¿Qué sucedería si aviones militares chinos y japoneses se dispararan entre sí? ¿Qué pasaría si jets militares chinos dispararan contra un avión civil o lo forzaran a aterrizar? Las señales contradictorias de EEUU pueden incluso aumentar los riesgos de un conflicto.

Como también aprendimos del inicio de la primera guerra mundial, acontecimientos aparentemente menores pueden escalar rápidamente a proporciones catastróficas. Europa nunca se recuperó de los desastres de esa guerra, ni de la guerra aún peor que tuvo lugar 25 años después. Hoy en día, con China bajo el liderazgo de Xi Jinping, un nacionalista asertivo, Japón bajo el liderazgo de Shinzo Abe, un nacionalista no menos firme, y EEUU comprometido por un acuerdo con la defensa de Japón en caso de un ataque, existe nuevamente el riesgo de un conflicto ruinoso. Tal acontecimiento está lejos de ser inevitable. Ni siquiera es probable. Pero no es imposible y es más probable de lo que era hace un mes.

Una vez más, hay un paralelismo con el ascenso de Alemania. A comienzos del siglo XX, esa nación lanzó una carrera armamentista naval con el Reino Unido. En 1911, Alemania envió un cañonero a Marruecos en respuesta a la intervención francesa en ese país. El objetivo era, en parte, poner a prueba las relaciones entre Francia y el Reino Unido. En ese caso se consolidó la alianza, así como es probable que la acción de China consolide las alianzas entre Japón y Corea del Sur, por un lado, y EEUU por el otro. Y, como fue el caso del Reino Unido en ese entonces, EEUU está cada vez más preocupado por el desafío que presenta el deseo de China de hacer valer su creciente poder regional.

¿Por qué tomaría una acción tan provocativa el presidente chino? Ya que parece que goza de una posición cada vez más poderosa dentro de su país, Xi probablemente tomó esta decisión deliberadamente quizás con el fin de promover este tipo de acciones. Sin embargo, para un observador desinteresado, las ganancias que acarrean asumir el control sobre algunas rocas deshabitadas se ven muy superadas por los riesgos para su nación, que recién se ha embarcado en reformas económicas complejas, está profundamente arraigada en la economía mundial y a la cual todavía le falta un largo camino para lograr su objetivo de convertirse en un país de altos ingresos.

Ésta fue exactamente la pregunta que se hizo Norman Angell, el liberal inglés, en su libro de 1909 “La gran ilusión”. Angell no planteó, como algunos alegan, que la guerra entre las grandes potencias europeas era inconcebible. Él no era tan insensato. Sostuvo, en cambio, que una guerra sería inútil, incluso para los vencedores. El absorber territorios conquistados no añadiría nada útil para el bienestar de sus ciudadanos, salvo permitir que ellos y sus líderes se cubriesen en una gloria temporal. Nunca fue más cierta una predicción: la guerra, cuando se produjo, hirió catastróficamente a las principales naciones combatientes.

Ahora uno se pregunta nuevamente por qué los líderes chinos piensan que hacer valer su soberanía sobre algunas rocas justifica el riesgo. Sí, China puede salirse con la suya esta vez, la siguiente, y la que le sigue. Pero cada tiro de los dados renueva los riesgos. ¿Qué beneficios pueden justificar las posibles pérdidas?
Los expertos militares suponen que en un conflicto frontal, China perdería. A pesar de que su economía ha crecido de forma espectacular, sigue siendo menor que la de EEUU, y ni hablar de la de EEUU y Japón juntos. Por encima de todo, EEUU todavía controla los mares. Si sucediera un conflicto abierto, EEUU podría interrumpir el comercio mundial con China. También podría congelar una buena parte de los activos externos líquidos de China. Las consecuencias económicas serían devastadoras para el mundo, pero ellas, casi con toda seguridad, serían peores para China que para EEUU y sus aliados.

China es, después de todo, una potencia excepcionalmente abierta, con una mayor proporción de comercio con respecto al PIB que EEUU o Japón. Pobre en recursos, China depende de las importaciones de una serie de materias primas vitales. Aunque avanza rápidamente en sus habilidades tecnológicas, el país es mucho más dependiente de conocimientos externos y de la inversión extranjera directa que el resto del mundo en las habilidades de China. Un conflicto podría obligar a muchas empresas occidentales y japonesas a retirarse e ir a algún lugar considerado como más seguro. Sus reservas de divisas, equivalentes a 40% del PIB están, por definición, almacenadas en el extranjero. Mucho, pues, estaría en riesgo.

Evidentemente, como Angell nos diría, el riesgo de un conflicto no tiene sentido para China. Las ganancias mutuas del comercio creciente y la interdependencia económica son órdenes de magnitud mayor y, podría pensarse, más persuasivas que unas ganancias territoriales marginales. De la misma manera, no hay ganancia que pueda justificar el desastre de la primera guerra mundial. Sin embargo, la historia, por desgracia, también nos enseña que las fricciones entre el status quo y las potencias revisionistas bien pueden conducir a un conflicto, sin importar cuán ruinosas sean las consecuencias. De hecho, Tucídides, el gran historiador de la antigüedad, argumentó que la calamitosa guerra del Peloponeso se debió a la alarma que despertó el creciente poder de Atenas en Esparta.

Las ambiciones nacionalistas y el resentimiento acerca de los errores del pasado son sentimientos muy humanos. Pero este juego es demasiado arriesgado. Por el bien de los intereses a largo plazo del pueblo chino, Xi debe pensarlo nuevamente, y detenerse.

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