El hombre del fin de la historia
En un restaurante típicamente inglés, el escritor y académico Francis Fukuyama discute el levantamiento árabe, China y el autoritarismo “de alta calidad” y por qué Pakistán es el lugar más peligroso del mundo.
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Por Martin Wolf
Francis Fukuyama llega tarde a nuestra cita en Roast, un típico restaurante inglés en Borough Market. Finalmente, 20 minutos después de lo acordado aparece vestido con un traje gris y corbata, pidiendo disculpas y diciendo que no se había dado cuenta de cuánto le tomaría llegar hasta el lugar. El escritor y académico estadounidense de origen japonés está en Londres para la campaña publicitaria de su nuevo libro, The Origins of Political Order, que analiza el desarrollo de las instituciones políticas en la historia. Un tema tan vasto que Fukuyama lo encara en dos volúmenes, el primero de los cuales cubre desde los prehumanos a la Revolución Francesa.
Acordamos pasar del vino y las entradas, y concentrarnos en el plato fuerte: pastel de pollo y tocino para él, y cordero asado para mí.
Fukuyama, que tiene 58 años y es profesor e investigador de la Universidad Stanford, es más conocido por su libro El fin de la Historia y el último hombre, publicado en 1992, en el que declaró que la democracia liberal era la única manera de gobernar un Estado moderno. Mi impresión es que ahora su apoyo a la democracia es mucho más condicional que entonces.
“Lo que pienso ahora es que la pregunta de qué sistema va a funcionar mejor en el futuro cercano, si uno autoritario de alta calidad o uno democrático paralizado, con muchos controles y contrapesos, tiene una respuesta discutible. En el largo plazo, será más fácil mantener un sistema con controles y contrapesos, precisamente porque estos permiten la adaptación. Uno puede deshacerse de un mal dirigente”, dijo Fukuyama quien, tras agregar que los estados autoritarios no reconocen la dignidad de sus ciudadanos, señaló que, de todos modos, “desde muchos puntos de vista, los gobiernos asiáticos, y no sólo China, sino también Singapur, y en otros tiempos Japón y Corea del Sur, tienen gobiernos que se parecen más a directorios de empresas (...) Manejan todo el país como una compañía, y creo que esa es una de sus ventajas en este momento”.
Concentrándose en China, el experto opinó que “una de las ventajas de su forma de autoritarismo es que, después de Mao, llegaron a la conclusión de que nunca más iban a permitir que un único individuo ejerciera un dominio de ese tipo, y por eso tienen límites en los períodos en el poder y todas las decisiones deben tomarse colectivamente. Pero, en última instancia, ese sistema también va a tener sus ineficiencias”.
Sin embargo, a medida que avanza la conversación se hace evidente que tampoco tiene un muy buen concepto del sistema político estadounidense. “Basta ver cómo los grupos de intereses tienen poder de veto sobre las reformas más simples. En EEUU permitimos deducciones sobre las tasas de interés hipotecarias sin tener en cuenta lo caras que son las casas. ¿Y por qué? Porque tenemos un sector inmobiliario que dice que no hay que pensar siquiera en cambiar eso”, puntualiza Fukuyama.
En cuanto a su nuevo libro, lo que se pregunta el historiador es cómo surgió el Estado moderno, al que define con tres características: instituciones burocráticas formales, estado de derecho y rendición de cuentas. Sin embargo, ignora la antigüedad clásica occidental y empieza, en cambio, con la aparición del Estado burocrático en China. ¿Por qué?
“El problema con el enfoque eurocéntrico clásico es que el arquetipo que estuvimos usando, que es la historia de Inglaterra, es una experiencia extraña, no creo que deba considerarse como modelo”.
¿Y qué es lo que hace que sea única la historia china? “No es única. Todos eventualmente llegan a la forma de Estado burocrático moderno, pero los chinos ya habían inventado un examen para los empleados públicos en el siglo III antes de Cristo. Llegaron primero”.
Ponemos avance rápido. ¿Qué explica la supremacía occidental en los dos últimos siglos? “La invención del método científico y su institucionalización en las universidades, la creación de un sistema para explorar la naturaleza y, después, la comercialización del resultado de esas cosas. Lo que se da en Europa en los siglos XVII y XVIII es una intersección de ideas e instituciones sociales”.
Le pregunto si ahora que China está poniéndose al día tan rápido, contribuirá proporcionalmente al stock global de innovación. “Una cosa que siempre me llamó la atención es que no hay un nivel alto de abstracción en la religión o el pensamiento chinos. La idea de que hay fuerzas ocultas que son universales, como la ley de gravedad, y se aplican en todo el universo, es muy occidental”.
Fukuyama, que come más lentamente, finalmente termina su pastel. Declinamos el postre y pedimos espresso doble para mí y té verde para él.
Comento que cada vez se ve más en Occidente lo contrario al tradicional respeto chino por la autoridad intelectual. En muchos temas —el cambio climático, por ejemplo— pensamos que la opinión de la gente común vale lo mismo que la opinión científica. La autoridad no cuenta para casi nada.
Está de acuerdo: “En realidad, este es un gran problema en la administración pública occidental porque pienso que un buen ejercicio del poder es una especie de fenómeno aristocrático. Y no nos gusta la deferencia hacia los expertos, no nos gusta delegar autoridad en los expertos. Por eso creamos todas esas normas que los limitan, porque no confiamos en ellos. En EEUU es donde esta enfermedad avanzó más”.
Su opinión parece ser que el mundo está atrapado, con muy poca democracia en Oriente y demasiada democracia en Occidente.
En cuanto al segundo volumen de Fukuyama, que llega hasta la época actual, el autor señala que “hay varios temas que quiero tratar. Uno de ellos es la historia de la corrupción en el gobierno. Si se analiza la administración pública en EEUU o Gran Bretaña a principios del siglo XIX, se ve que es tan mala como la de muchos países en desarrollo hoy, pero evolucionaron hacia formas más impersonales de gobierno. Así que quiero hablar de cómo ocurrió eso”.
Sugiero que otro tema importante es el de la reacción contra las elites, tan fuerte en EEUU. “Así es, y tiene muchas raíces diferentes, pero ciertamente es más profunda en EEUU. El Tea Party viene de esa tradición que empezó con Andrew Jackson quien, cuando fue elegido en 1828, se preguntó por qué iba a dejar que las elites manejaran el país si había ganado las elecciones. Hay ecos de esto en Sarah Palin, que es popular precisamente porque no fue a Harvard y se opone a un presidente que sí fue a Harvard. Y cada uno de los países europeos, incluyendo a todos esos escandinavos tan impecables, tienen partidos populistas de derecha”.
Fukuyama también quiere encarar el tema de cómo, en el choque entre las sociedades occidentales y las instituciones tradicionales en otras partes del mundo, algunos países no occidentales salieron intactos, como los del este de Asia, y otros quedaron totalmente debilitados. “Los japoneses, por ejemplo, que estuvieron entre los más exitosos en adaptarse, no adoptaron simplemente las instituciones occidentales, sino que conservaron sus tradiciones”, señala el historiador, y agrega que “en un país como Pakistán, que es el lugar más peligroso del mundo ahora, si uno mira bajo la superficie de instituciones supuestamente democráticas, lo que se ve es una jerarquía de familias lideradas por señores feudales. Dirigen el país con redes de patronazgo. Por eso la democracia nunca ha funcionado bien ahí”.
Le comento que en África subsahariana también hay Estados sin raíces históricas. “Es peor que eso”, y explica que allí los colonizadores europeos, a diferencia de lo que ocurrió en lugares como Hong Kong o India, no dejaron instituciones fuertes; “decidieron hacer colonialismo barato y establecieron un sistema de gobierno indirecto, respaldando a hombres fuertes locales. Además, se fueron después de un período relativamente corto y les dejaron a los nuevos países fronteras irracionales”.
Fukuyama no se muestra muy optimista con respecto al gran acontecimiento político actual: el levantamiento árabe. “Antes que nada, debo decir que estoy encantado porque no se logra la democracia a menos que haya movilización popular. Todos pensaban que por alguna razón los árabes no podían hacer eso, y ahora demostraron que sí pueden. Pero crear instituciones lleva tiempo, y en este momento la gente más democrática, más tolerante, no está bien organizada. No tienen experiencia. La sociedad civil fue reprimida, así que todas esas cosas que apuntalan las instituciones democráticas fuertes no estaban presentes”.
China, sin embargo, se está moviendo rápidamente hacia una economía moderna y le pregunto a Fukuyama cómo afectará la prosperidad al orden político.
“Creo que este es uno de los grandes conductores de la democracia que no ven las personas que sólo miran las condiciones económicas”, dice. “Si uno es un campesino pobre, la única preocupación es poner comida en la mesa. Pero a medida que uno se educa, puede preocuparse por cosas como ‘¿me permite participar mi gobierno?’ La imagen del entorno cambia. No hay razón por la que esto no debiera ocurrir en China”.
Añade que “creo que tiene razón en cuanto a que un país con una clase media de 800 millones de personas con educación superior no se puede manejar de modo paternalista, desde arriba. El problema es que estas mismas personas podrían ser motivadas por nacionalismo, hay muchas otras maneras de movilizar a la gente”.
Resalta que “lo que preocupa es que los militares tienen esta narrativa completamente diferente del siglo 20, que los pone al centro del nacionalismo e intensidad china, y parecen estar conduciendo cada vez más la política exterior china”.
Respondo discutiendo la situación en EEUU, donde hay políticos populistas. Obama es un tipo de ser humano racional, de perfil bajo, prácticamente de lo mejor que podría esperarse, pero no es difícil imaginar que otro llegue al poder —en particular si la economía no se recupera muy bien, lo que es bastante probable— con una agenda diferente.
“Es cierto, pero pienso que Obama será reelegido”, opinó Fukuyama.
Sobre el autor
Martin Wolf es el principal comentarista económico de Financial Times. Fue galardonado como Comandante del Imperio Británico en 2000 “por servicios al periodismo financiero”.
Es miembro del cuerpo directivo en Nuffield College, Oxford, miembro honorario del Corpus Christi College, Oxford University, miembro honorario del Oxford Institute for Economic Policy (Oxonia) y profesor especial en la University of Nottingham. Ha participado en el Foro Económico Mundial en Davos desde 1999.
La University of Nottingham le confirió el Doctorado en Letras en julio de 2006 y la London School of Economics lo nombró Doctor en Ciencia (Economía) honoris causa en 2006. Sus publicaciones más recientes son Why Globalization Works (Yale University Press, 2004) y Fixing Global Finance (Johns Hopkins University Press, 2008 y Yale University Press, 2009).