Por Brooke Masters
Recientemente las noticias han arrojado abundante evidencia de que el apetito por firmas tecnológicas está subiendo a alturas no vistas desde la burbuja de las punto com a fines de los ‘90.
No sólo King, creador de Candy Crush, anunció planes de listarse en Nueva York a un precio que le dará una valorización de US$ 7.600 millones, sino que Boohoo.com, el retailer en línea británico con ganancias antes de impuestos anuales de sólo 3,2 millones de libras esterlinas, vio sus acciones aumentar más de 50% al debutar en Londres, dándole una capitalización de más de 850 millones de libras esterlinas.
Los inversionistas no son los únicos buscando gangas de moda. Compradores estratégicos han estado quitándose de las manos empresas tecnológicas y de datos como si el mundo se fuera a acabar. Monsanto, la firma de semillas de EEUU, gastó
US$ 900 millones en una start-up de análisis de datos.
Las fusiones y adquisiciones tecnológicas globales saltaron 65% en 2013 a un máximo post burbuja de US$ 188.200 millones, según cifras de EY. Los compradores corporativos no tecnológicos también están representando una creciente porción de la torta con 14% de los acuerdos por valor, un alza de 10%.
Pero hay altas probabilidades de que gran parte de este impulso comprador termine en llanto. El paisaje está lleno de acuerdos de adquisición o fusión que se quedaron cortos, como la desventura de News Corp cuando compró MySpace y la vendió tras seis años.
El peligro para las firmas es que sus clientes siempre están buscando última novedad.
Los capitalistas de riesgo están muy conscientes de las dificultades de invertir en tecnología innovadora. Generalmente respaldan a diez start-ups con la esperanza de que una triunfe. A los inversionistas ordinarios y a las firmas les haría bien aprender de esta experiencia.