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En primera persona: cómo abrir una cuenta en un paraíso fiscal

Por: Michael Stothard | Publicado: Martes 19 de abril de 2016 a las 04:00 hrs.
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“Literalmente, díganos qué necesita y se lo conseguimos”, dijo Emily, una alegre asistente de ventas de la sociedad inglesa CFS International Formations, parte de un sector en crecimiento que brinda asesorías sobre cómo constituir empresas offshore. Estaba claro que no le importaba quién era yo, sólo hacía hincapié en que el proceso sería sencillo. “No hay mucho papeleo que hacer. Se constituye la empresa y le enviamos los documentos.”

En medio de tantos escándalos, me daba curiosidad saber qué tan difícil sería crear mi propia empresa offshore, las preguntas que me harían y si me resultaría fácil ocultar mi identidad. Incluso en 2013, cuando me comuniqué por teléfono con CFS, el asunto ya era una creciente preocupación para los legisladores; por entonces, la estimación de la riqueza de las empresas offshore había alcanzado los US$ 9 billones (millones de millones), una cifra cercana a la producción económica anual de China.

Este mes el mundo se vio sacudido por la filtración de más de 11 millones de documentos de Mossack Fonseca, un estudio jurídico panameño que se especializa en la constitución de empresas offshore en paraísos fiscales. Los documentos, denominados “Panama Papers”, revelaron cuentas de gobernantes autoritarios, multimillonarios rusos e incluso el primer ministro de Islandia, arrojando luz sobre el modo en que las personas hacen uso, y en algunos casos abuso, del sistema financiero.

En 2013, sólo me interesaba saber cómo se hacía y Emily estaba feliz de mostrarme. Mi primer puerto de escala fue la página web de CFS. Por su tipografía y gráficos parecía que lo habían diseñado en los comienzos de la era de Internet, pero ofrecía un gran abanico de opciones. Se podía optar por crear una empresa en Belice, las Islas Vírgenes Británicas, Chipre, Delaware, Malta, Panamá, Seychelles y las Islas Cook por unos pocos cientos de libras. Cada alternativa incluía una explicación del alto grado de confidencialidad. CFS dijo que también podía ayudarme a encontrar contadores, secretarias, abrir cuentas bancarias para la sociedad e incluso comprar empresas “vintage” con años de experiencia comercial.

La opción de Seychelles me llamó la atención, principalmente porque tenía unos de los requisitos más laxos en términos de papeleo. Con un costo de tan sólo US$ 480, para constituir una empresa en las islas Seychelles no se exigía residencia, no era necesario presentar balance anual, no había que pagar impuestos y la confidencialidad era un “aspecto central”. ¿Realmente me permitirían constituir una empresa aquí? “Creo que me inclino por una empresa en Seychelles”, dije. “De acuerdo, señor, pondré eso en su carrito de compras online ahora mismo”, respondió Emily, y me pidió que realizara la transferencia a través de la página web.

Hasta ahí, ningún problema. Luego le pedí a Emily que agregase, el servicio, aparentemente, habitual de ocultar mis datos como titular mediante directores “fiduciarios”. Estos directores fiduciarios son los dueños de mi empresa y la controlan en los papeles, pero en la práctica me ceden todo poder de decisión a mí. Este servicio tiene un costo anual de US$ 570. Le pregunté a Emily si los directores fiduciarios podrían escapar con mi dinero, ya que técnicamente son los dueños de mi empresa: “Son directores y accionistas, pero sólo aparece su nombre y firman para confirmar que no participan activamente en la empresa”, respondió para tranquilizarme.

Para que todo fuese aún más confidencial, decidí que la empresa de Seychelles fuese propietaria de otra empresa fantasma en Delaware, la jurisdicción de Estados Unidos que tiene unas de las normas de presentación de información menos estrictas del mundo. Esta “superposición” de empresas es una técnica clásica para ocultar activos, según me dijeron después personas que se ganan la vida ocultando dichos activos.

La complejidad extra de la estructura ayuda a confundir la aplicación de la ley y a los investigadores privados. Los grandes jugadores de Rusia, por ejemplo, suelen crear 20 o 30 empresas con un solo activo.

Días después pagué US$ 2.600 online y envié fotocopias de un pasaporte y una factura de servicios reciente para demostrar que era una persona real. No una persona honesta con un propósito legítimo de crear empresas, dejemos esto en claro, pero sí una persona real. Había que completar unos formularios con detalles tales como el nombre que le quería poner a las empresas. En la parte inferior de uno de los formularios, había un pequeño recuadro en el que se preguntaba cuáles eran mis objetivos empresariales. Como no quería mentir, llamé a CFS. “No se moleste en completarlo”, dijo un colega de Emily. “Déjelo en blanco no más”.

En menos de dos semanas, estaba en la cocina hojeando un montón de parafernalia corporativa oficial que me habían enviado por correo. Los documentos de la empresa de Delaware llegaron en una gran carpeta con el nombre de mi empresa -Stuffed Parrot Inc.- en letras doradas en el lomo. En la carpeta había un libro de certificados de acciones y una simpática carta del estado de Delaware. “Estimado empresario”, comenzaba.

Los documentos de la empresa de Seychelles -denominada “Pirate’s Chest”- eran aún más entretenidos, aunque un poco improvisados. Decían erróneamente que yo era titular de un pasaporte checo. También decían que mi director y accionista fiduciario era una compañía llamada “Universal Enterprise”, domiciliada en Rue de la Perle, Seychelles.

Ahora tenía dos empresas que, por muy poco dinero o trabajo, me permitían realizar casi cualquier tipo de negocio en cualquier parte del mundo en forma anónima. En teoría, me daban la libertad de poseer departamentos de millones de libras, donar dinero a campañas políticas, importar plátanas o poseer obras de arte y vehículos veloces, todo ello sin que ninguna autoridad ni ninguna otra persona se enterara jamás.

Para probar cuán secretas realmente eran mis empresas, fui a los profesionales de GPW, una firma de inteligencia empresarial con sede en Mayfair, Londres. La firma se dedica a la localización de activos offshore ocultos a pedido de personas que sospechan que una esposa, un marido o un socio comercial podrían tener más riqueza de la que revela.

Tras algunos días de hurgar en los documentos oficiales, los investigadores descubrieron un documento con el nombre de las dos empresas y el lugar donde estaban inscritas, pero -afortunadamente para mí- eso fue todo. “Sería prácticamente imposible vincular estas empresas con usted sin un proceso muy serio de litigio”, sostuvo Andrew Wordsworth, cofundador de GPW.

Su conclusión fue que cualquier persona que buscara al dueño de, por ejemplo, un elegante barco mío, sólo vería que era propiedad de una empresa fantasma de Delaware llamada Stuffed Parrot Inc. Sería preciso un procedimiento judicial para identificar al propietario de la empresa, que revelaría -suponiendo que la demandante ganara- que es propiedad de una compañía de Seychelles denominada Pirate’s Chest. A su vez, encontrar a los dueños de Pirate’s Chest requeriría un segundo procedimiento judicial, e incluso en ese caso, técnicamente la empresa no es de mi propiedad, sino de mi fiduciario.

Sin embargo, si me vieran conduciendo la embarcación muchas veces, correría peligro de terminar capturado y se podría montar una causa judicial en mi contra para demostrar mi efectiva propiedad de la misma. Pero en los papeles, estaba a salvo. Un contador del Reino Unido, que se negó a revelar su identidad, declaró más tarde que la estructura era tan secreta que no había ninguna razón para declararla incluso al gobierno británico en mi próxima declaración jurada de impuestos: “Nunca la descubrirían”, añadió riéndose.

No se pudo ubicar a CFS para que hiciera un comentario sobre lo que podría haber cambiado desde que estuve en contacto con la empresa. Wordsworth, sin embargo, agregó que desde 2013, la creación de empresas offshore no es más difícil, pero utilizarlas para ocultar activos sí lo es. El establecimiento de vínculos bancarios, por ejemplo, es un desafío.

Al final, dejo que mi estructura offshore caiga poco después de su puesta en marcha. A diferencia de algunos de mis colegas offshore, no estaba en condiciones de asumir el costo anual de mantenimiento de US$ 1.000.

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