La empresa Hostess desciende de una gran panadería del siglo XIX y creó los populares pastelillos Twinkie. Cuando ITT la vendió a Ralston Purina en 1984, no habría sido impropio hablar de sinergias.
En enero, Hostess se declaró en bancarrota. Los gourmets no llorarán su pérdida. Pero los empleados sí. La era oscura de la alta cocina de EEUU fue una era dorada de buenos trabajos. Hostess, sindicalizada en 80%, era arcaica. También debía US$ 1.000 millones. Hostess había pedido a sus 18.500 empleados aceptar recortes salariales y advirtió que de otra forma la empresa moriría. Un sindicato aceptó, el otro no.
La principal deuda de Hostess eran sus pensiones negociadas. Estas no encajan con la lógica de la competencia global y la seguridad social. Y las jubilaciones de Hostess eran ilógicas. Muchas eran planes de pensiones multi-empleador (MEPP), un fondo común de la misma industria. Lo bueno es que los empleados podían moverse de una firma a otra, mientras conservaban sus pensiones. Esto incentivaba la puja salarial al alza. Lo malo es que los MEPP asumían la estabilidad total en la industria. Los empleados buscaban disfrutar una estabilidad medieval mientras profitaban del dinamismo de la era de la información. En esto no eran tan diferentes a sus jefes. Pero es más fácil que a una firma se le acabe el dinero a que a un sindicato se le acabe el trabajo.
Ahora que se advierte contra las grasas trans, los precios de la harina, el azúcar y el maíz suben y los ingresos caen, ¿de donde van a venir los beneficios de los empleados y los salarios de los ejecutivos? Las empresas, a diferencia de los Twinkies, alcanzan un punto en que puedes decir que están pasadas.