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Muere el audaz líder guerrillero que personificó el socialismo

Como uno de los líderes nacionales que más tiempo estuvo en el cargo, primero como primer ministro y luego como presidente, creó su propia leyenda, manteniendo incluso durante la vejez su barba y uniforme verde olivo.

Por: Financial Times | Publicado: Sábado 26 de noviembre de 2016 a las 10:36 hrs.
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Tomó el poder audazmente en 1959 y lideró hasta el final a seguidores dentro y fuera de Cuba. Pero durante más de medio siglo en el poder, Fidel Castro, quien murió hoy a los 90 años, paso´de ser un líder guerrillero popular y carismático a un caudillo tradicional, un símbolo autocrático de otra era.

Al final de su vida, aunque fue impulsado por el surgimiento de nuevos aliados como el fallecido líder venezolano Hugo Chávez, fue atacado por gobiernos extranjeros y grupos de derechos humanos y rechazado por quienes alguna vez lo respaldaron, incluso su hija. Aun así, Castro siguió siendo una de las figuras revolucionarias más notables del siglo XX.

Como uno de los líderes nacionales que más tiempo estuvo en el cargo, primero como primer ministro y luego como presidente, creó su propia leyenda, manteniendo incluso durante la vejez su barba y uniforme verde olivo que lo hacía una figura mundial instantáneamente reconocible. El eslogan que acuñó y repitió en sus últimos años, "socialismo o muerte", es un epitafio apropiado para un rebelde convertido en estadista terco, que nadó la corriente de la historia cuando fue necesario, pero se atrevió a desafiarla cuando se le volvía en contra.

Incluso después de que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, impulsó el restablecimiento de las relaciones diplomáticas para poner fin a más de cinco décadas de embargos entre Washington y La Habana, en un acuerdo que impulsó el Papa Francisco en diciembre de 2014, Castro siguió desconfiando de EEUU. Días después de una visita histórica a Cuba de Obama en 2016, Castro escribió una carta desdeñosa contra el presidente, diciendo que Cuba no necesitaba nada de su antiguo enemigo.

Impulsado por la certidumbre de su destino de derrocar la dictadura corrupta de Fulgencio Batista, logró una habilidad extraordinaria de líder. Una combinación de disciplina, coraje un instinto astuto sobre las sensaciones populares, suerte y pura fuerza de personalidad, logró ser más que un rival para el gran ejército de Batista. La victoria de Castro dio esperanza a los movimientos guerrilleros en todo Latinoamérica y fuera de ella.

Para desechar la hagiografía existente de que la revolución no puede apartarse del viaje heroico en el que se embarcó Castro cuando, el 24 de noviembre de 1956, salió de la costa de México en el Granma, una lancha vieja, con destino a Cuba. El Granma estaba diseñado para que cupieran sólo ocho personas, pero 82 camaradas armados entraron a bordo. La nave llegó rota a la costa, convirtiendo su arribo en un hundimiento, y sólo 21 sobrevivieron el primer ataque.

Castro lideró a algunos de ellos hacia las montañas cubiertas de bosques de Sierra Maestra, entre ellos su hermano menor Raúl y Ernesto "Che" Guevara, el legendario doctor argentino que se convirtió en revolucionario internacional.

En dos años, el régimen de Batista se derrumbó, a medida que la rebelión cada vez más popular de Castro explotaba las debilidades internas de su gobierno, que al final resultó abandonado, incluso por EEUU. En enero de 1959, el barbudo Castro montaba triunfante a bordo de un tanque por las calles de La Habana. Tenía apenas 32 años. Cuba estaba a sus pies.

Esa hazaña militar, junto al fracaso del intento del presidente de EEUU John Kennedy de removerlo en 1961 -a través de una invasión de exiliados cubanos en la Bahía de Cochinos- encendió la imaginación de una generación n el mundo en desarrollo, así como de estudiantes en Europa y EEUU. Para muchos en la izquierda, el experimento socialista de Castro prometía el inicio de una nueva era para naciones emergentes.

Castro escribió desde la Sierra: "Cuando esta guerra termine, una guerra más amplia y grande comenzará para mí: la guerra que le declararé (a EEUU). Tengo conciencia de que ese es mi verdadero destino".

A través de la sola fuerza de su personalidad, Castro remeció el escenario mundial en las décadas de los '60 y '70. Era un miembro influyente del movimiento de los no aliados, que se veía a sí mismo como un David desafiando a un Goliat imperial. Presa de los miedos generados en la guerra fría con la Unión Soviética, EEUU veía a Castro como una amenaza directa a su hegemonía regional y administraciones sucesivas en Washington se obsesionaron con Cuba al punto de que su propia capacidad de realizar travesuras se exageró.

Tanta era la percepción de amenaza que representaba Castro para EEUU, que la CIA generó una serie de supuestos planes y esquemas para intentar asesinarlo o desacreditarlo. Los más bizarros de ellos involucraba a cigarrillos envenenados, conchas de mar explosivas y químicos para que se le cayera la barba.
Incluso si Washington hubiera estado menos obsesionado, Castro n habría sido un socio fácil. Su actitud hacia EEUU era compleja y ambivalente. Aunque era apasionado fanático del baseball, su corazón siempre percibió a EEUU como la nación agresora. Nunca perdonó a EEUU por apoyar al régimen de Batista. Esta postura, junto a su propia marca de socialismo, lo llevó casi inevitablemente a Moscú. La alianza era un matrimonio por conveniencia: el líder soviético Nikita Kruschev y sus sucesores enviaron ayuda económica y militar intensa para usar Cuba como una pata de gato en la guerra fría contra EEUU.

La crisis de los misiles de 1962, durante la cual el mundo estuvo al filo de una guerra nuclear, reveló algunos de los peligros de esa política. La confrontación fue por los sitios de construcción de Rusia en Cuba, que podía albergar misiles nucleares de alcance inmediato para amenazar a EEUU. Castro mismo fue un jugador marginal durante el episodio y se enteró de la decisión de Moscú de retirar los misiles a través de la agencia de noticias Associated Press.

Bajo el paraguas soviético, aunque no siempre en acuerdo con Moscú, Castro continuó sus ambiciones internacionalistas, despachando ayuda y consejeros militares a África, el Medio Oriente, Latinoamérica y el Caribe, para apoyar a gobiernos y movimientos guerrilleros. Quizás se sentía constreñido dentro de los confines de una pequeña isla de apenas 11 millones de habitantes: tenía que exportar su revolución para hacer que fuera seguro el hogar.

Su medida más eficiente y efectiva fue enviar tropas a Angola en 1976 para respaldar al nuevo gobierno respaldado por los soviéticos. A mediados de 1980, ellas se convirtieron en una fuerza de más de 50.000 soldados que finalmente se retiró en medio de un alto al fuego negociado con EEUU y un acuerdo de independencia en la vecina Namibia.

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