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Salvando un sueño de siglos

Confrontada con la turbulencia en las provincias, la eurozona ha enviado nuevos gobernadores.

Por: | Publicado: Miércoles 16 de noviembre de 2011 a las 05:00 hrs.
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Confrontada con la turbulencia en las provincias, la eurozona ha enviado nuevos gobernadores. En el lugar del díscolo George Papandreou, Grecia ahora tiene a Lucas Papademos, ex vicepresidente del Banco Central Europeo. En vez del rebelde Silvio Berlusconi, Italia tiene a Mario Monti, ex jefe de política de competencia de la Comisión Europea. Europa está nombrando a estos nuevos gobernadores a países miembros que han caído al estatus de clientes. ¿Funcionará? No sin una enorme cantidad de apoyo desde los países del centro.

Lo que está en juego hoy no es sólo la estabilidad de la economía europea -y quizás también la mundial-, sino la supervivencia del intento más exitoso -y ciertamente el más civilizado- para unir a Europa desde la caída del Imperio Romano de Occidente hace 1.535 años atrás. Como destaca Walter Scheidel, de la Universidad de Stanford en un fascinante ensayo: “hace dos mil años, quizás la mitad del mundo había caído bajo el control de tan sólo dos potencias, los romanos y los han”* Ambos colapsaron. Pero el imperio chino fue restaurado sucesivamente y ampliado, mientras que el romano se dividió irremediablemente. Sin embargo, el sueño de la reunificación nunca murió. Esto fue evidente en los reclamos de los papas y “santos emperadores romanos”. Fue llevado a cabo por las águilas de Napoleón. Es la aspiración que está imbuida en la Unión Europea.

El giro en el centro de gravedad hacia el norte también es antiguo.

Así que, cuando la alemana Angela Merkel, canciller del estado más poderoso de Europa, hace un llamado para “que Europa construya una unión política que sostenga al euro y ayude al continente a emerger de su hora más difícil desde la Segunda Guerra Mundial”, yo la tomo en serio. No tengo dudas tampoco de que la mayoría de las empresas y elites políticas de Alemania creen que la supervivencia del euro y de una Europa unida es en el mejor interés del país. La pregunta es si están preparados para pagar el precio.

En los siglos tras la caída de Roma, Europa se convirtió en una Babel. Unir tal diversidad es un enorme desafío. La política es local, no europea, al igual que los políticos. Esto podría no tener importancia si las decisiones tomadas a nivel europeo no fueran muy importantes. Pero las políticas monetaria y fiscal o la regulación del mercado laboral están en el núcleo de la política democrática. Mientras mayor es la divergencia política dentro de la eurozona, mayores son las tensiones. Desafortunadamente, las divergencias en competitividad, antes de la crisis, y en el precio del crédito, después de ella, han sido enormes. Esto, entonces, es a lo que ha llegado el proyecto mismo de la Europa de postguerra. De su fortuna pende la economía europea, el sistema global de la banca y quizás la economía mundial.

Mi interpretación de las acciones de Merkel es que “justo lo suficiente, y justo a tiempo” es en sí misma la estrategia. De esta manera, ella puede estar confiando, el pueblo alemán va a tomar consciencia de que se debe hacer más. De esta manera, también, ella estaría esperando, que los miembros de la periferia serán llamados al orden. No va a permitir que las cosas se deterioren tanto como para que la eurozona colapse; pero no va a entregar tanto dinero como para que los críticos saboteen sus esfuerzos.

Pero esta estrategia de “justo lo suficiente, y justo a tiempo”, ha sido demasiado poco y muy tarde. Lo que antes era una pequeña crisis en pequeños países de la periferia se ha convertido en una conflagración. Los diferenciales de los créditos soberanos se han disparado hasta la estratósfera. Peor aún, los diferenciales soberanos ahora ya incluyen algún riesgo de que la unión monetaria se desmiembre.

Monti y Papademos son, casi con certeza, la última esperanza para una reforma y ajuste exitosos en sus países. Aunque la caída de Grecia sería terrible, un colapso de Italia sería devastador. Si Italia se viera forzada a un default, bien podría elegir un gobierno populista decidido a retirarse del euro. Si eso fuera así, muy pocos estarían a salvo, ni siquiera Francia.

Sin embargo, lo que Monti debe hacer es tremendamente complejo. Como explica Gavyn Davies, Italia podría tener que ajustar la política fiscal en más de 5% del PIB, para revertir el creciente diferencial y comenzar a reducir la deuda pública bruta desde su elevado nivel de más de 120% del PIB. Dados los inevitables efectos adversos sobre la producción, el esfuerzo de ajuste tendrá que ser mayor que esto. Sin embargo, los inversionistas difícilmente van a recuperar la confianza en la deuda de Italia si su economía no se recupera. La austeridad no es suficiente por si sola.

El descontento social y político desatado por las perspectivas de reformas estructurales, particularmente aquellas que afectan al mercado laboral, también golpearán la confianza. Dada la debilidad de la demanda interna bajo un programa de austeridad fiscal, Italia necesitará un crecimiento liderado por las exportaciones. Pero recuperar la competitividad perdida en ‘00 tomará mucho tiempo. Eso va a generar por sí mismo una mezcla de reducción del empleo con caída en los salarios nominales, una receta para el desempleo, descontento y acreedores nerviosos.

Las posibilidades de que resulte bien no son altas. El período de ajuste tomará varios años. Con Berlusconi seguramente listo para condenar al gobierno de Monti como un simple títere de intereses extranjeros, los obstáculos políticos también serán enormes. Berlusconi podrá usar sus medios para magnificar sus ataques.

Monti necesitará mucha suerte y una gran cantidad de ayuda, de tres tipos: primero, financiamiento para los canjes de deuda soberana, por un monto cercano a 1 billón de euros (millón de millones); segundo, mercados externos rentables y dinámicos; y, finalmente, un fortalecimiento creíble del apoyo político para la unión, suficiente como para hacer que un quiebre sea inconcebible. Todo esto dependerá de difíciles decisiones que deben tomar los alemanes. También va a depender del BCE. Si permite que un lento crecimiento, y para qué decir una recesión completa, arrastre a la eurozona, las posibilidades de los grandes miembros periféricos son sombrías. Italia no es Irlanda.

La eurozona no prestó atención hasta que la propia Roma comenzó a arder. Con el nuevo gobierno, tiene lo que podría resultar ser su última oportunidad para apagar el incendio. Sí, Italia podría mantenerse en la eurozona incluso con un default. Pero no es probable. En cualquier caso, un default de Italia golpearía al mercado de bonos en todo el continente y a los bancos en todo el mundo. El momento para “muy poco, muy tarde”, ya pasó. Lo que se necesita en cambio es “mucho, y ahora mismo”. El poder trae aparejadas responsabilidades. Alemania es la única que tiene el poder. Depende de ella ejercer esta responsabilidad.

* De la Gran Convergencia a la Primera Gran Divergencia, Walter Scheidel (ed.), Roma y China (Oxford University Press, 2009).

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