Monseñor Mariano Casanova
Por Alejandro San Francisco Profesor del Instituto de Historia y la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Chile.
Por: | Publicado: Viernes 1 de julio de 2011 a las 05:00 hrs.
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En la segunda mitad del siglo XIX Chile vivió un proceso de secularización social, política y jurídica que cambió las bases del Estado católico establecido en la Constitución de 1833. El resultado práctico fue la aprobación de las leyes laicistas en el gobierno de Domingo Santa María (1881-1886). Como resume Sol Serrano, “El Estado no era laico en 1887, sino que se había laicizado”.
Ese año precisamente asumió Mariano Casanova (1833-1908) como Arzobispo de Santiago. “Fue un chileno de talento excepcional y de grandes méritos intelectuales”, es el resumen del biógrafo Virgilio Figueroa, considerando sus logros académicos, sus estudios jurídicos y ciertamente su sabiduría religiosa. Después de prepararse en el Instituto Nacional prosiguió su formación en el Seminario Conciliar, donde luego ejerció labores docentes.
Fue José Manuel Balmaceda, su ex alumno en el Seminario, quien lo propuso para Arzobispo de Santiago, después de años difíciles en las relaciones Iglesia-Estado en Chile. Poco tiempo después fue testigo privilegiado de la descomposición de la vida cívica en el país, de la acumulación de odios y de la polarización que llevaría a la guerra civil en 1891. El año anterior procuró mediar, con éxito relativo, entre el gobierno y la oposición, para evitar las soluciones de fuerza y lograr así la continuación de las instituciones republicanas.
Cuando estalló el conflicto armado permaneció neutral, aunque algunos clérigos mostraron una clara cercanía con el bando opositor, donde participaba el Partido Conservador y la mayoría de los católicos que actuaba en política. A la larga, Balmaceda perdió la guerra y con ello se consolidó el régimen parlamentario en Chile.
Terminado el conflicto, el Arzobispo escribió al Cardenal Rampolla, Secretario de Estado del Vaticano. “Me es grato informar a V. Emcia. que Dios se ha dignado concedernos al fin la deseada paz, habiendo terminado la guerra civil con la caída del Dictador Balmaceda y el triunfo de las armas constitucionales”.
Ese mismo año el Papa León XIII publicó su famosa encíclica Rerum Novarum, donde explicaba la cuestión social en el marco de la sociedad industrial, y precisaba las bases para la Doctrina Social de la Iglesia de esos años. Como ilustra Patricio Valdivieso en su completo estudio sobre el tema, correspondió a Monseñor Casanova exponer y difundir la doctrina pontificia en Chile. En palabras del Arzobispo, la encíclica era “el documento más acabado y más importante que ha salido de la docta y fecunda pluma del gran Pontífice”.
En 1893, en otro interesante documento, Monseñor Casanova se refirió a las doctrinas antisociales e irreligiosas que comenzaban a propagarse en Chile, y llamaba la atención para combatirlas y evitar su influencia dañina sobre los obreros y la sociedad en general.
Dentro de su fecunda labor, el Arzobispo participó en la fundación de la Universidad Católica en 1888, erigió numerosas parroquias, así como promovió otras numerosas obras religiosas y de caridad. Su bien gastada vida culminó en mayo de 1908.
Ese año precisamente asumió Mariano Casanova (1833-1908) como Arzobispo de Santiago. “Fue un chileno de talento excepcional y de grandes méritos intelectuales”, es el resumen del biógrafo Virgilio Figueroa, considerando sus logros académicos, sus estudios jurídicos y ciertamente su sabiduría religiosa. Después de prepararse en el Instituto Nacional prosiguió su formación en el Seminario Conciliar, donde luego ejerció labores docentes.
Fue José Manuel Balmaceda, su ex alumno en el Seminario, quien lo propuso para Arzobispo de Santiago, después de años difíciles en las relaciones Iglesia-Estado en Chile. Poco tiempo después fue testigo privilegiado de la descomposición de la vida cívica en el país, de la acumulación de odios y de la polarización que llevaría a la guerra civil en 1891. El año anterior procuró mediar, con éxito relativo, entre el gobierno y la oposición, para evitar las soluciones de fuerza y lograr así la continuación de las instituciones republicanas.
Cuando estalló el conflicto armado permaneció neutral, aunque algunos clérigos mostraron una clara cercanía con el bando opositor, donde participaba el Partido Conservador y la mayoría de los católicos que actuaba en política. A la larga, Balmaceda perdió la guerra y con ello se consolidó el régimen parlamentario en Chile.
Terminado el conflicto, el Arzobispo escribió al Cardenal Rampolla, Secretario de Estado del Vaticano. “Me es grato informar a V. Emcia. que Dios se ha dignado concedernos al fin la deseada paz, habiendo terminado la guerra civil con la caída del Dictador Balmaceda y el triunfo de las armas constitucionales”.
Ese mismo año el Papa León XIII publicó su famosa encíclica Rerum Novarum, donde explicaba la cuestión social en el marco de la sociedad industrial, y precisaba las bases para la Doctrina Social de la Iglesia de esos años. Como ilustra Patricio Valdivieso en su completo estudio sobre el tema, correspondió a Monseñor Casanova exponer y difundir la doctrina pontificia en Chile. En palabras del Arzobispo, la encíclica era “el documento más acabado y más importante que ha salido de la docta y fecunda pluma del gran Pontífice”.
En 1893, en otro interesante documento, Monseñor Casanova se refirió a las doctrinas antisociales e irreligiosas que comenzaban a propagarse en Chile, y llamaba la atención para combatirlas y evitar su influencia dañina sobre los obreros y la sociedad en general.
Dentro de su fecunda labor, el Arzobispo participó en la fundación de la Universidad Católica en 1888, erigió numerosas parroquias, así como promovió otras numerosas obras religiosas y de caridad. Su bien gastada vida culminó en mayo de 1908.