La Agenda de Energía presentada refleja habilidad para asimilar fuerzas en conflicto y construir una propuesta concreta, accionable y que ha despertado apoyo de sectores muy diversos. Todo un logro al configurarla en menos de cien días de gobierno. En el ánimo de contribuir al debate, nos permitimos proponer tres elementos que ayudan a reforzar una trayectoria de sustentabilidad en este campo.
En primer lugar está la propuesta de ordenación territorial energética a nivel regional, con amplios espacios de participación ciudadana. Aún cuando este tema es uno de los grandes atrasos de nuestra estrategia de desarrollo, los antecedentes disponibles muestran que no es el ejercicio de participación el que ha fallado, sino que se requiere avanzar hacia modelos de creación de valor compartido en aquellos proyectos con impacto significativo en el territorio. Asimismo, en orden a minimizar los riesgos de un ejercicio de ordenación “energi-céntrico”, en desmedro de otras actividades, usos y potencialidades del territorio, es clave profundizar los aprendizajes en uno, o máximo dos pilotos, dado que un ejercicio de este tipo es complejo y al mismo tiempo es una oportunidad única para co-construir una estrategia regional de desarrollo. Démosle el timing que este proceso requiere.
El segundo tema se refiere a innovación. El sector energía es uno de largo aliento y debiera constituir por derecho propio –por tamaño e impacto-, uno de los cluster prioritarios de la Agenda de Productividad, Innovación y Crecimiento. Desarrollos de fuentes alternativas -como el hidrógeno o mareomotriz-, que nos pongan en la vanguardia del tema, debieran ser parte sustantiva de los esfuerzos, no sólo por la lógica de des-carbonización o por la búsqueda de independencia energética, sino porque generan un encadenamiento de servicios propios de una economía de valor agregado. El largo plazo existe si parte hoy.
Finalmente, la coordinación institucional y un diseño adecuado de incentivos serán determinantes para el éxito de las iniciativas que se propongan. Por ejemplo, se señala que cambiar el uso de la leña –responsable de la contaminación de Santiago al sur- resulta complejo dado su bajo valor comercial y tradición de uso. Aquí hay dos temas: resulta discutible que el costo de la leña –expresado en $/kcal- sea más barato. Diversos especialistas señalan que en realidad es la opción energética de mayor costo, por lo que se requiere corregir el diagnóstico. Asimismo, cambiar la cultura de uso puede ser abordado con tecnología: el recambio a estufas de pellets –de amplio uso en Europa y América del Norte-, permitiría conservar los elementos culturales y obtener un menor costo unitario. Para ello, las inversiones requeridas, así como el desarrollo de la cadena de valor, deben ser abordadas en una lógica de evaluación social, donde confluyen los presupuestos de salud, medio ambiente y energía, y la aplicación de un enfoque integral por parte del Ministerio de Hacienda, ya que el impacto en la calidad de vida de la mayor parte de los habitantes del país sería enorme. El diablo siempre está en esos detalles.