Como historiador y filósofo, Theodore Zeldin desafía la convención y categorización. El trabajo que le dio su reputación, A History of French Passions (1973-77), fue una exploración inusual de la vida diaria, un tema ignorado por la mayoría de los historiadores. Con su curiosidad inquieta, ojo estrafalario y pluma elegante, Zeldin ha escrito desde entonces sobre la historia íntima de la humanidad, la naturaleza de la conversación y el mundo laboral.
The Hidden Pleasures of Life, una serie de ensayos coloquiales, es la última investigación del profesor de 81 años sobre el arte de vivir. Zeldin no propone respuestas. Por el contrario, provoca a sus lectores a realizar mejores preguntas y sacar sus propias conclusiones. “El mundo es... a menudo aterrador, asqueroso y trágico, pero también es hermoso. Me gustaría saber cómo exactamente cada persona lo haría un poco menos asqueroso y un poco más hermoso”, escribe.
Cada uno de los 28 capítulos considera una pregunta. Por ejemplo: ¿qué es una vida perdida? ¿Qué pueden decirle los pobres a los ricos? ¿Se puede lograr otro tipo de revolución sexual? ¿Qué vale la pena saber? ¿Qué significa estar vivo?
Zelvin obtiene la inspiración de una gran variedad de fuentes y culturas. En una página, leemos sobre Hajj Sayyah, un aventurero iraní del siglo XIX (“Ninguna discapacidad en el mundo es peor que la ignorancia”). Un par de capítulos después, nos obsesionamos con Bob Dylan (“Si intentas ser otra persona distinta a ti mismo fracasarás”).
Pero ese hallazgo fortuito cumple un propósito. “Encontrar vínculos inesperados entre individuos distintos, entre opiniones aparentemente incompatibles, y entre el pasado y el presente es uno de los primeros pasos en el camino hacia los placeres ocultos”, escribe.
Usando una metáfora brillante, Zeldin sugiere que la verdad se está volviendo aún más multifacética en nuestra era crecientemente compleja tal como un diamante puede hoy reflejar muchos más ángulos de luz que antes. A principios del siglo XVII, los cortadores de diamantes podían crear sólo 17 superficies diferentes; hoy son posibles 144. “Así es que la verdad se está volviendo crecientemente encandiladora, y de hecho casi cegadora, a medida que cientos de disciplinas diferentes arrojan una luz distinta en ella”, escribe.
Uno de los temas de Zeldin es que las sociedades e individuos están en peligro de sobresimplificar la verdad y valorar las cosas equivocadas. Hay un mundo más allá de las estadísticas del Producto Interno Bruto y los números de ganancias que nuestras autoridades y líderes empresariales suelen ignorar. Zeldin apunta particularmente a los contadores que operan tantas de nuestras empresas. “Ignorar lo que no puede ser medido en números precisos”, escribe, “es como contar los tallos en un ramo de flores al tiempo que se ignora la belleza indescriptible y el perfume de cada capullo”.
Como el Principito de Antoine de Saint-Exupéry, Zeldin parece creer que “todo lo que es esencial es invisible a los ojos”. Esboza las limitaciones del mundo material. Sin embargo, pese a que está intrigado por el mundo espiritual, nunca parece totalmente convencido por él tampoco.
A Zeldin le gusta imaginar el mundo como podría ser. En Zeldinlandia, los hoteles se vuelven miniuniversidades donde el personal y los huéspedes se relacionan libremente entre ellos, y aprenden del otro. Las supertiendas se vuelven centros sociales donde los compradores socializan, llegan a acuerdos, encuentran trabajo y amor. ¿Por qué la industria de seguros no ayuda a los jóvenes a crear oportunidades en vez de ayudar a los mayores a mitigar riesgos? ¿Y no sería más útil otorgar un premio Nobel al humor en lugar de la economía?
Algunos lectores (y en particular los contadores) pueden encontrar que la inocencia sofisticada de Zeldin empalagosa y descartarlo como un tonto inteligente. Pero, según un proverbio judío que él cita, un tonto es mitad profeta. Ciertamente hay mucho de profético en este interesante libro.