VISITA

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 6 de enero de 2012 a las 05:00 hrs.
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Visitar es ir a ver a alguien en su casa. Los seres humanos necesitamos vernos, no sólo escucharnos por teléfono o comunicarnos por mail. Un saludo característico, al encontrarnos, es “¡qué gusto de verte!”, y al despedirnos, “nos vemos”. El escenario y modo más adecuado para satisfacer esta necesidad de vernos es la casa de uno de los dos. Allí, en casa, se despliega sin velos el rostro del corazón. Los dos primeros discípulos interesados en seguir a Jesús comienzan preguntándole: “Rabbi ¿dónde vives?” Y Él les responde: “vengan y verán”. Y ellos vinieron y vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día. A la mañana siguiente ya confesaban; “¡hemos encontrado al Mesías!”. No había hecho ningún milagro ni comenzado su predicación. El “ven y verás” les fue suficiente para aquilatar lo que había en el corazón de su visitado.

La casa de quien deseamos ver puede ser el hospital donde yace enfermo. Cumplimos allí el deber de visitarlo. También puede ser la cárcel, donde forzadamente sufre restricción de libertad como expiación de un delito o prevención de fuga o peligro social. Si su casa es un lugar de reclusión forzosa, quien reconozca tener con él un vínculo de parentesco, de amistad, de afinidad gremial o política o de simple humanidad, le visitará en la cárcel. Sólo la incomunicación, decretada por graves razones de bien social y acotada a un tiempo muy limitado podría restringirle, al visitante, el ejercicio de su derecho y deber de visitar. La persona a quien desea ver y que necesita ver el rostro de alguien que lo visite es eso: una persona. Miembro de la familia humana. Si su prisión es preventiva necesita ayuda, consejo, aliento. Si su condena es definitiva, con mayor razón. El efecto retributivo de la pena va de la mano con su sentido medicinal: el que actuó contra la sociedad ingresa a un tiempo y espacio de introspección, toma conciencia de que hacer el mal hace mal y pide oportunidad y medios para replantar lo que destruyó. No es un maldito, un estigmatizado, un leproso intocable, invisible, invisitable. Ningún sistema de Derecho conoce o avala tales categorías. El Derecho impone a sus jueces la obligación de visitar periódicamente los lugares de reclusión y ver personalmente si la calidad de vida de sus visitados respeta su dignidad y cumple con el sentido resocializador de la pena que expían.

Largas filas de visitantes de presos demuestran a diario que ir a ver a una persona en la cárcel es ir a ver a una persona. Reclusos que obtienen altos puntajes en la PSU demuestran que las paredes carcelarias no sofocan el espíritu. Juan Pablo II visitó a su agresor. Cristo nos preguntará si lo fuimos a ver en la cárcel. Sí: era Él.

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