Ganbaru en japonés significa dar lo mejor de uno mismo. “Hace referencia a la perseverancia, al valor del esfuerzo, es el enfoque de lo que hacemos. Buscamos la excelencia, pero entendida como que cada niño pueda sacar la mejor versión de sí”, dice María José Echeverría, parte de Fundación Ganbaru desde 2021. El presidente de la organización es el empresario y exatleta chileno-japonés Naoshi Matsumoto, que hace seis años decidió potenciar el deporte como vehículo de integración social.
“Para mí Ganbaru tiene todo el sentido de cómo he vivido el deporte. He competido en instancias de alto rendimiento, pero más allá de eso, el deporte me hizo ser una mejor persona. Me entregó herramientas para sobrepasar situaciones difíciles”, dice.
Durante su etapa escolar, María José fue campeona de atletismo y mientras estudiaba Terapia Educacional siguió entrenando seis veces a la semana y compitiendo. Luego se casó, también con un atleta, y se convirtió en mamá de cuatro hijos hombres. Vino una pausa deportiva. Cuando el menor de ellos, Juan Diego, tenía sólo un par de meses sufrió un accidente que le produjo una parálisis cerebral. María José entonces tenía 31 años.
Entonces el deporte reapareció en su vida con fuerza. “Lo que me hizo valorar nuevamente el deporte fue ese dolor tan grande, mezclado con rabia, con sentimiento de injusticia. Un dolor que es difícil de procesar y que al final pude digerir gracias a esta vuelta al deporte. Ahí me hice consciente de lo bien que me hacía sentir, cómo me ayudaba a sanar heridas, y quise dedicarme a transmitir eso a otras personas. Creo en el deporte como una herramienta de desarrollo social”.
A los 33 años decidió estudiar Educación física. Obtuvo una beca deportiva y entró a la Universidad Andrés Bello, de donde egresó en 2019. “Fue una muy etapa muy intensa, sin espacios de ocio, pero estaba tan convencida de mi propósito que disfruté cada clase. Nunca es tarde”, recalca María José, o Coti, como le dicen sus más cercanos.
En el 2017 sus amigas atletas la motivaron a participar en torneos otra vez. Junto a Isidora Jiménez, María Fernanda Mackenna y Martina Weil, formaron el equipo femenino de relevos 4×400 del Team Chile. En los Juegos de Cochabamba impusieron un nuevo récord nacional.
Tras seis años entrenando en Alto Rendimiento, en 2023 decidió dejar de competir. “Cumplí un ciclo”, dice. Para mantenerse a ese nivel tenía que entrenar al menos tres horas diarias unas cinco veces a la semana, explica, y sus hijos ya tenían sus propias competencias, que como madre no se quería perder. El mayor, Max, estudia ingeniería y también es atleta, cuenta.
“Mis niños agarraron desde chicos el gusto por el deporte y la actividad física. Con mi marido hacemos un esfuerzo por no presionarlos ni generarles ansiedad. Soy bien portada desde las gradas; me pongo nerviosa, pero sobre todo me emociona hasta las lágrimas, verlos entrenar y competir”.
Impacto integral
“Así como el deporte siempre ha sido como un compañero, a veces competitivo, a veces recreativo, me encantaría que fuera algo presente en la vida de todas las personas. Me interesa que los niños puedan hacer amistades como yo hice a través del deporte, que conozcan personas y lugares distintos”, dice. Cuando Matsumoto, a quien ubicaba del mundo del deporte, la contactó para invitarla a trabajar en Ganbaru que recién nacía, no lo dudó. El propósito le hacía total sentido.

La fundación, que arrancó con una escuela de atletismo en Paine, hoy mantiene proyectos activos también en Colina, Pudahuel, Maipú, Cerro Navia, Renca y Lo Prado. Tienen cinco escuelas de atletismo para niños a partir de 9 años y cuatro talleres B-Active que buscan desarrollar habilidades motrices y socioafectivas para niños y niñas de 4 a 6 años. Cada taller tiene un cupo de 40 niños -excepto el de Pudahuel, que tiene 60- y la proporción son 20 niños por cada entrenador. Este año ya han beneficiado directamente a 500 menores, estima María José.
Trabajan cuatro personas de planta y cuentan con un equipo de 12 profesores que imparten las clases en los distintos talleres y escuelas. Aunque ella tiene un rol más administrativo, mantiene las visitas a terreno: “Cada vez que voy, meto la cuchara. No me aguanto de ser entrenadora. Así conozco a los niños y veo de primera fuente en qué estamos en lo técnico y en cuanto a desarrollo formativo”.
Para formar una escuela lo primero es identificar y contactar a un grupo de beneficiarios y stakeholders; ya sean municipios, empresas o establecimientos escolares. Luego buscan un recinto apto para la práctica deportiva, se levanta financiamiento y se organiza un plan de trabajo. No se trata de una instancia sólo deportiva, enfatiza la atleta: va de la mano de talleres complementarios, charlas, programas de liderazgo, visitas de profesionales de la salud o de atletas destacados como Martina Weil, Lucas Nervi o Nicole Urra.
Uno de los objetivos que se proponen es que al menos el 80% de los niños que acuden a los talleres, participen de un campeonato formativo o “amistoso”, y que el 20% compita en algún evento deportivo oficial. “Nos interesa que vivan esa experiencia porque al final lo que más te queda es lo que sentiste. Que reconozcan lo felices que se van a la casa después de entrenar y empiecen a asociar felicidad con deporte”, dice. Cuenta que en la última Maratón de Santiago llevaron a un grupo de 150 niños a correr 3K: “Quedaron todos motivados”.
Desde Ganbaru se preocupan especialmente de que el ambiente de los entrenamientos sea grato y de mantener comunicación directa con los apoderados, ya que eso se traduce en mayor compromiso y se logra el objetivo de integración social. “El poco involucramiento de las familias te limita cuando quieres impactar en muchos niveles”, apunta Echeverría.
Una de las barreras propias de estos tiempos es el uso desmedido de pantallas entre los niños. “Otro tema que es difícil, y que hemos estado trabajando, es la excesiva competencia: ‘Quiero ganar, ser el mejor y pasar por encima del otro’. Para nosotros competir es superarse a uno mismo primero, así vas a obtener mejores resultados. Pero algunos apoderados sólo quieren que sus hijos ganen”, comenta.
Respecto del financiamiento, cuentan con dos fuentes de ingresos: Fitux, proyecto que recolecta donaciones de ropa e indumentaria deportiva de segunda mano, para reintroducirla al mercado y generar recursos. Además, han generado varias alianzas con marcas como Nike.

La meta inclusiva
María José cuenta que son muchos los niños y niñas que participan de los talleres buscando un espacio de sociabilización fuera de sus colegios, donde a veces tienen historiales de bullying. “Nos han llegado niños muy heridos en ese aspecto. Y lo lindo es que como el foco está puesto en la autosuperación, se empieza a generar un círculo muy virtuoso entre ellos”.
Trabajan también con niños con discapacidades intelectuales y neurodivergencias. “No somos expertos, pero sí tenemos toda la disposición para adaptarnos y recibirlos”, dice. Este año por primera vez abrieron un taller en el Colegio Diferencial Quillahue, donde participan alrededor de 15 niños con distintas discapacidades intelectuales y la idea es que se preparen para luego incorporarse a la escuela de atletismo de Pudahuel junto a niños neurotípicos.
Hace tres meses se realizaron los Juegos Deportivos Escolares y que este año incorporaron una serie para chicos y chicas con discapacidad intelectual. “Algunos de nuestros chicos estuvieron ahí y les fue increíble. Uno de ellos sacó el primerísimo lugar. Nos hace darnos cuenta de que hay mucho trabajo por hacer, sobre todo porque el 2027 vienen las Olimpiadas Especiales en Chile”.
La experiencia personal con su hijo Juanito, que murió en junio de este año, también le ha permitido resignificar esa área de su trabajo. “Tengo una empatía muy grande con los niños con distintas discapacidades y sus familias. Si bien cada mundo es diferente, puedo dimensionar la preocupación detrás de esas mamás. Siento que ahora que trabajo en la Fundación, todas mis pasiones se enlazan, se cerró el círculo”.
