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Wuhan: viaje a la zona cero del Covid-19, cinco años después
En esta ciudad de 11 millones de habitantes partió la pandemia de coronavirus que azotó al mundo desde 2020. Hoy el mercado sospechoso de expandir el virus permanece cerrado. Otros mercados siguen ofreciendo animales vivos. En los hospitales aún se guarda silencio sobre esos tiempos colapsados.
Por: Belén del Castillo
Publicado: Sábado 23 de agosto de 2025 a las 11:00 hrs.

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Yi Hu está en el living de su departamento, en un condominio con fuentes de agua y parlantes en forma de piedras, en Wuhan. Recuerda perfecto la historia. En enero de 2020, ella había comprado su pasaje a esta ciudad para pasar el Año Nuevo Chino con sus padres. Tenía 29 años, era intérprete de idiomas y una orgullosa wuhanesa. Se había mudado a la capital para estudiar su pregrado en la Beijing Foreign Studies University, pero en invierno siempre viajaba para el feriado nacional; era parte de las más de 500 millones de personas que se desplazan internamente en esa fecha, la mayor migración del planeta que se repite cada año. Pero el 21 de enero su vuelo fue cancelado, como todos los que se dirigían al Aeropuerto Internacional de Wuhan. Dos días después, la ciudad se cerraría por completo. Nadie podría entrar ni salir.
No sólo eso. Wuhan pasaría a la historia como el lugar donde nació el virus del COVID-19. La zona cero. Se expandiría luego por el mundo y provocaría una pandemia cuya primera cuarentena duraría 76 días en esa ciudad. En dos años afectaría a más de 770 millones de personas y provocaría siete millones de muertes, según la OMS. Chile se sumaría a las cifras globales con más de cinco millones de casos confirmados y más de 60 mil víctimas, de acuerdo al Ministerio de Salud.
Wuhan es la novena localidad más poblada de China, con más de 11 millones de habitantes. El 30 de diciembre de 2019 la Comisión Municipal de Salud de allí anunció que 27 personas presentaban una neumonía atípica; dificultades para respirar, fiebre, dolores musculares y de garganta. Los exámenes médicos mostraron un virus desconocido. 48 horas más tarde, un hombre wuhanés falleció debido a problemas respiratorios: era portador del mismo virus. Los hallazgos concluyeron que era una nueva versión del SARS COV, un tipo de coronavirus que brotó en Cantón en 2002 y mató a 700 personas. A esas alturas, ya se había identificado el primer contagiado fuera del país; una mujer en Tailandia que había visitado Wuhan.
5 millones de wuhaneses abandonaron la ciudad antes del cierre. A muchos no los recibieron en hoteles por su origen y por las noticias se mostró cómo un vehículo con una calcomanía de Wuhan fue destrozado. El padre de Yi, Junping Hu, se trasladó a la provincia de Jianxi para acompañar a sus octogenarios padres, mientras que su madre, Bo Wang, se quedó para ayudar a los alumnos de la escuela secundaria donde trabajaba; pronto pasarían a clases online.
“Desde diferentes partes, mi papá, mi mamá y yo intentábamos ayudar. Juntamos dinero y mascarillas. Todos los días mis amigos en Wuhan me decían que sus padres enfermos iban a morir. Fue muy miserable”, cuenta Yi en su inglés con acento estadounidense. Desde su terraza vemos el río Han y su costanera de edificios forrados en neón que cambian de color. “Previo a la pandemia, este espectáculo no estaba”, recalca. Más allá se asoma la Torre de la Grulla Amarilla, construida hace más de 1.800 años. Allí, en el siglo VIII d.C., el poeta taoísta Li Bai dijo que el río fluía hacia el borde del cielo.
La ciudad colapsada
Horas antes de conversar con Yi, viajo desde Beijing a Wuhan en tren rápido y en menos de cinco horas llego al centro del país, a la capital de la provincia de Hubei. En el trayecto contemplo riachuelos y lagunas; por algo la llaman la ciudad de los 100 lagos. Si hace cinco años parecía habitada por fantasmas, hoy cuenta con calles atochadas, construcciones que operan más allá de las 10 de la noche y puestos vendiendo sandías pasadas las 12. Una economía pujante que se ubica séptima en el ranking chino, aún por debajo de Shanghái o Hong Kong.
Al llegar a la Wuhan Railway Station, un golpe de calor confirma la temperatura indicada en el vagón: al exterior, 39 grados Celsius. Los pasajeros se aglomeran en la escalera mecánica; hombres encienden sus cigarros, mujeres rehúyen del sol con viseras y mascarillas de género. No hay más extranjeros en el andén. Las 11 mil personas que se mueven todos los días en esta estación rápidamente se disipan.
Un taxista me ofrece un viaje barato y, mientras le acerco mi teléfono para traducir lo que dice, las gotas de su frente caen sobre la pantalla. Subimos al auto y en todas direcciones veo pasos de niveles con enredaderas verdes y torres altísimas; tienen más de 50 pisos, afirma el taxista, tosco. Ya me habían advertido del duro acento wuhanés. Le pregunto por la situación en 2020 -usando la palabra “epidemia” y no “pandemia”, copiando su jerga-, pero sólo me responde: “Todo cerrado”.
Wuhan es, en realidad, una sigla que representa a sus tres principales distritos: Wuchang, Hankou y Hanyang; Wu-Han. Conectados entre sí a través de siete kilométricos puentes y dos líneas de metro submarinas, cada distrito se ubica alrededor de la confluencia del río Han y el río Yangtsé. Este último es el tercero más largo del mundo y atraviesa casi toda China; sólo en su ribera viven más de 400 millones de personas.

Wuhan tiene, además, tres estaciones ferroviarias cuyas redes conectan a las nueve mayores ciudades del país y vuelos directos a destinos como Londres, París y Dubái. Con tantos brazos marítimos, terrestres y aéreos era primordial aislarla para contener el avance del desconocido virus.
En ese entonces, la ciudad estaba colapsada. Los hospitales saturados, los insumos médicos escaseaban y los familiares de los pacientes pedían a gritos más información. Un video mostraba a tres cadáveres en el suelo de un atiborrado pasillo clínico.
Llegaron más de mil doctores y enfermeras desde otras provincias como Shanghái, Zhejiang y Hainan para colaborar con el sistema sanitario en crisis. En los supermercados se acababa la comida, había peleas en el sector de las frutas y algunos comercios vendían las mascarillas 10 veces más caras. Afuera, el frío, la polución y la humedad generaban una bruma gris.
Llegaron más de mil doctores y enfermeras desde otras provincias como Shanghái, Zhejiang y Hainan para colaborar con el sistema sanitario en crisis. En los supermercados se acababa la comida, había peleas en el sector de las frutas y algunos comercios vendían las mascarillas 10 veces más caras. Afuera, el frío, la polución y la humedad generaban una bruma gris.
La cuarentena empezó la mañana del 23 de enero de 2020. Durante esa madrugada los comercios, el aeropuerto y los terminales estaban llenos; fila de más de 100 metros, gente corriendo con maletas, usando doble mascarilla y guantes de látex. Los megáfonos repetían que el bloqueo comenzaría a las 10 en punto. A partir de esa hora, los andenes quedaron desiertos. El personal de seguridad acordonó los accesos y las pantallas proyectaron la cancelación de todos los viajes. Algunos pasajeros quedaron atrapados; unos encontraron refugio, otros acabaron durmiendo en la estación.
Llovió toda la noche sobre las calles vacías.
Ese día las autoridades confirmaron 571 casos y 23 muertes, pero investigaciones de las revistas The Lancet y Nature revelaron que el número de afectados era entre 10 a 20 veces mayor. De hecho, los contagios ya habían llegado a otros países, como Japón, Australia, Alemania y Estados Unidos. El 30 de enero la OMS declaró Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional.
El transporte público en la ciudad se cortó y se prohibió la circulación de vehículos. Los condominios se organizaron en comités vecinales para controlar quiénes podían salir. Sólo una persona por hogar tenía permiso para comprar víveres cada tres días. Cuando esa opción se prohibió por el aumento de casos, los residentes se comunicaban por WeChat para hacer pedidos colectivos que llegaban en camión. Voluntarios del Partido Comunista repartían los alimentos a cada unidad habitacional, usando trajes de protección sanitaria. Algunos vecinos les entregaban las llaves de sus motos para evitar que se echaran a perder por desuso.
Pronto se instaló un sistema de códigos QR llamado jiankanbao, el cual rastreaba los movimientos de los usuarios. Diariamente los residentes debían hacerse un examen PCR en las cabinas dispuestas, el resultado lo recibían en su teléfono: código verde si no estaba contagiado, amarillo si requería autoaislamiento temporal, rojo si estaba confirmado o sospechoso de infección. Sólo quienes mantenían el código verde podían entrar o salir de lugares autorizados. Los con código rojo eran trasladados por 14 días a centros de aislamiento vigilado, montados en hospitales, hoteles y pabellones de exposiciones. Este sistema se replicó en todo el país hasta principios de 2023, año en que la OMS declaró que el COVID-19 ya no constituía una emergencia global.
El mercado de Huanan hoy
En Wuhan todavía no se habla abiertamente de ese periodo. “Esto sucede porque para muchos el gobierno es la línea base que nos evita la miseria, entonces cada uno se preocupa de proteger a su familia, a sus amigos, pero no se involucra en los demás asuntos”, explica Yi, mientras me sirve una porción de lianou tang: sopa de raíz de loto con costilla de cerdo.
Yi regresó a Wuhan en 2024 junto a su marido, luego del nacimiento de su hija: aquí la vida es más costeable que en Beijing. “Cuando era niña, todo en Wuhan estaba en construcción. Había un lema: ‘Wuhan, diferente cada día’. También había un olor desagradable porque en las obras se usaba yeso de azufre, las casas debían ventilarse por días, o semanas, ya que era muy tóxico. Mi casa quedaba en la periferia y hoy ese sector está completamente urbanizado. Todos los sectores han crecido, sin un centro claro. En Wuchang están las universidades, en Hankou el comercio y en Hanyang las empresas. Allí funcionaban las industrias de acero y era donde se confeccionaban navíos antiguamente”, agrega.
Al día siguiente, siguiendo el consejo de Yi, me dirijo a la calle Liangdao, famosa por sus desayunos, en especial los reganmian: noodles secos calientes con salsa de sésamo. A primera hora la gente ya está haciendo cola para comprarlos; otros los disfrutan sentados en sillas de plástico. Las chicas pasean con sus sombrillas y sandalias, y los ancianos lucen sus poleras arremangadas; todos buscan la manera de refrescarse. La calle que hoy vibra en movimiento, hace cinco años estuvo cortada con vallas plásticas y sólo la transitaban un par de guardias y fumigadores en trajes naranjas.
Al igual que en otras urbes chinas, las bicicletas públicas se aparcan en cada esquina. En una de ellas voy al mercado mayorista de mariscos de Huanan, donde ocurrió el primer brote de contagios. Aquí, hace cinco años, más de 500 puestos vendían a los costados de la calle Xinhua productos de mar, carne fresca, animales vivos y muertos, incluyendo especies salvajes como serpientes, tejones o puercoespines enjaulados en condiciones poco sanitarias. Era un enclave de abastecimiento para restaurantes y hoteles de toda la provincia de Hubei. Y una hipótesis sostiene que desde esos animales en venta, el virus habría saltado a los humanos.
En la calle Xinhua noto que el antiguo mercado está forrado en placas metálicas celestes de casi tres metros de altura. Sobre ellas, afiches con ilustraciones infantiles: use cinturón, evite un fraude bancario, manténgase alejado de las drogas. Sin embargo, el segundo piso del edificio, a la izquierda, está operativo. Hay tiendas de anteojos y lentes de sol. Las galerías están vacías, los comerciantes me miran con sospecha. Compro como excusa para hablar con la vendedora; me dice que este sitio tiene más de 20 años, que el primer piso ahora son bodegas, que ella no estaba aquí en 2020, que le pregunte a alguien más. Repito la fórmula, sin éxito.
Dos caimanes en un contenedor
Pido un Didi hacia el mercado de mariscos de Baishazhou, donde se trasladaron algunos de los comerciantes del mercado de Huanan luego de que fuera clausurado el 1 de enero de 2020. Se trata de un conjunto de bloques de tres pisos que venden carne, pescado, verduras congeladas. A mediodía, cientos de vehículos, motos y carros de carga transitan entre los locales.
Hay un puesto que ofrece ranas mugidoras, tortugas toro y salamandras gigantes. “Wuhan es un poco caótica y calurosa, pero es maravillosa”, comenta Li Wei, quien tiene 38 años y hace 10 que trabaja acá. Durante la pandemia, dice, el mercado estuvo cerrado unos meses pero reabrió tras aprobar la inspección.
“Ahora los negocios han vuelto a la normalidad y la vida está casi normalizada”, asegura. En medio de la conversación, señala un contenedor al otro lado del pasillo. Adentro, dos caimanes permanecen inmóviles con una cinta amarilla atada en sus hocicos. “Pueden prepararse más de 10 platos diferentes a partir de ellos. Fueron criados en cautiverio en Vietnam y han cumplido con la cuarentena sanitaria”.
“Ahora los negocios han vuelto a la normalidad y la vida está casi normalizada”, asegura. En medio de la conversación, señala un contenedor al otro lado del pasillo. Adentro, dos caimanes permanecen inmóviles con una cinta amarilla atada en sus hocicos. “Pueden prepararse más de 10 platos diferentes a partir de ellos. Fueron criados en cautiverio en Vietnam y han cumplido con la cuarentena sanitaria”.

El infectólogo Zhong Nanshan, líder del equipo de expertos designado por el gobierno chino, afirmó el 20 de enero de 2020 que la transmisión del virus no era exclusiva de animal a humano, también “ocurre de persona a persona”, explicó en rueda de prensa. De hecho, había personas infectadas que nunca habían ido al mercado de Huanan. Ese mismo día el presidente Xi Jinping ordenó a todos los niveles del gobierno que priorizaran la contención del coronavirus, a como diera lugar.
Sin embargo, quien primero alertó sobre la nueva enfermedad fue el oftalmólogo Li Wenliang. El 5 de diciembre de 2019, el joven de 34 años comentó por WeChat que siete personas se encontraban aisladas por un cuadro viral inédito. Su mensaje se masificó, pero la policía lo forzó a guardar silencio. Otros disidentes a la censura del gobierno terminaron presos bajo el cargo de “buscar pelea y crear problemas”.
El 7 de febrero de 2020 Li falleció a causa del coronavirus. Usuarios en internet reaccionaron indignados, expresando sus condolencias y demandando mayor transparencia y libertad de expresión.
Entro al Wuhan Central Hospital, donde trabajaba el doctor. Le pregunto a la recepcionista si puedo hablar con algún colega suyo. “Es un tema complicado”, contesta. “Debes tener autorización del Departamento de Publicidad del hospital, lo cual puede demorar meses”.
“Me opongo a los informes que nos estigmatizan”
Otros hospitales importantes en Wuhan fueron el Huoshenshan y Leishenshan, exclusivos para pacientes contagiados. Se levantaron en menos de dos semanas por miles de obreros; se utilizó un satélite espacial para agilizar su construcción. Ambos dejaron de funcionar al terminar la cuarentena. Así que me dirijo hacia el Tongji Hospital, donde se atendió al mayor número de pacientes graves, con dos mil camas disponibles.
El cirujano plástico Ken Hau, de 34 años, trabajó durante un mes en las salas especiales de aislamiento, donde se mantenían en observación entre 30 a 40 personas con COVID-19. “Todos estábamos asustados, pero creíamos que era nuestra responsabilidad ayudar”, remarca. Cada cuatro días hacía el turno de noche y se hospedaba en el hospital; los otros días se duchaba antes de regresar a su casa y desinfectaba su ropa.
Sin embargo, la mayoría del personal médico se alojaba en los centros clínicos; desde otras provincias les enviaban colchas y abrigos para pasar el invierno. Al preguntarle a Ken qué opina hoy sobre la pandemia, responde: “Comprendo la confusión inicial sobre el brote de la epidemia, pero me opongo a los informes que nos estigmatizan, ignorando los enormes sacrificios y esfuerzos que hemos realizado en prevención”.
Una comisión de la OMS viajó a China para estudiar el origen de la pandemia, pero necesitó más evidencia para esclarecer el misterio. La hipótesis más respaldada sería la del origen zoonótico: el virus saltó de un animal a un cuerpo intermediario y de ahí al humano. Los murciélagos de herradura serían los candidatos más factibles, ya que son portadores de diferentes tipos de coronavirus sin enfermar gravemente. También fueron considerados los pangolines, pero las pruebas no eran concluyentes.
Otra sospecha, menos comprobada, decía que el patógeno salió por accidente del Instituto de Virología de Wuhan, donde se estudian más de 500 cepas. En cambio, los medios chinos sostenían que el virus había llegado desde Estados Unidos, cuando norteamericanos visitaron Wuhan para participar de los Juegos Militares que se llevaban a cabo. Hasta hoy, ninguna de estas teorías ha sido completamente confirmada.
Otra sospecha, menos comprobada, decía que el patógeno salió por accidente del Instituto de Virología de Wuhan, donde se estudian más de 500 cepas. En cambio, los medios chinos sostenían que el virus había llegado desde Estados Unidos, cuando norteamericanos visitaron Wuhan para participar de los Juegos Militares que se llevaban a cabo. Hasta hoy, ninguna de estas teorías ha sido completamente confirmada.
El 8 de abril de 2020 se levantó la cuarentena en Wuhan y, al igual que en diferentes lugares del mundo, se establecieron medidas de protección: uso obligatorio de mascarilla, controles de temperatura y limitación de reuniones masivas. Las escuelas regresaron a clases presenciales de forma escalonada y se reabrieron las tiendas, entremedio de nuevas cuarentenas. Los wuhaneses volvieron a comprar ropa y snacks en la famosa calle Jianghan, de edificios barrocos, armaron coreografías grupales por las tardes en el Hankou Riverside Park, e incluso se lanzaron a las aguas marrones del río Yangtsé. Más de un millón de turistas llegaron a Wuhan gracias a su política de tickets turísticos gratis. Meses más tarde, comenzó el proceso de vacunación en toda China con dosis desarrolladas por las empresas locales, Sinopharm y Sinovac.
Durante el primer trimestre de ese año, el PIB de la ciudad se contrajo en un 40%. A las personas que perdieron su trabajo el gobierno les entregó 2 mil yuanes mensuales (unos US$ 280) por un año. A nivel nacional, este indicador cayó un 6,8%, un quiebre histórico en los casi 40 años de crecimiento continuo. El impacto era global: economías avanzadas como Estados Unidos y Europa sufrieron caídas entre el 4% y 7%.
La educación, el comercio, el futuro
A finales de 2020, más de 80 universidades e institutos en Wuhan abrieron las puertas a sus alumnos; más de un millón de estudiantes de educación superior. Sin embargo, las cuarentenas decretadas por brotes puntuales en los años siguientes hicieron que muchos tuvieran que volver temporalmente a sus localidades. Era parte del plan Cero COVID impartido en toda China. Los alumnos extranjeros no se reintegraron hasta comienzos del 2023, debido al cierre de fronteras.
Una de las más antiguas y prestigiosas universidades es la Wuhan University, fundada en 1893. El establecimiento parece una mini urbe, con calles de dos carriles por lado, multiplicidad de edificios, comercios, bosques y una costanera que bordea un lago urbano. En el periodo más crítico de la pandemia, en sus dormitorios se alojaron miles de profesionales de la salud oriundos de otras provincias. Como agradecimiento a su trabajo, cada primavera la universidad los invita a contemplar sus magníficos cerezos florecidos.
En el verano miles de familias pasean por las amplias veredas del campus, algunos alquilan motos para desplazarse por su interior. Allí me encuentro con Ye Zihan, estudiante de 19 años de Ingeniería y Computación en la Jianghan University. Me cuenta que, tal como sucede en la Wuhan University, la mayoría de sus compañeros provienen de otras partes de China. Al igual que ellos, ella también se aloja en los dormitorios ya que la casa de sus padres queda en otro distrito. “Tenemos un chiste: si en una pareja uno vive en Hanyang y otro en Hankou, ¡están en una relación a distancia!”, bromea.
Cuenta que el ambiente en clases es muy competitivo y que en su curso más de la mitad son mujeres. El problema es al momento de egresar. “Todavía no hay suficientes compañías, los graduados trabajan como repartidores porque no encuentran trabajo. Por eso prefiero estudiar mi posgrado afuera”, aclara.
Dada su estratégica ubicación al medio del territorio y rodeada de ríos, Wuhan ha sido históricamente un importante eje para el comercio nacional, especialmente con el desarrollo de su industria pesada en el siglo XX. En los últimos 20 años los avances científicos de sus centros de estudio lo han posicionado como un hub de tecnología, biotecnología, I + D, softwares de IA y vehículos eléctricos. Existen más de mil empresas en estos rubros, concentradas principalmente en el Optic Valley, versión wuhanesa de Silicon Valley. Una de ellas es Baidu, que cuenta con una flota de 400 taxis autónomos desde 2024.
Antes de irse, Ye habla de la recuperación de su ciudad: “Por mucho tiempo la gente se miraba entre sí cuando le decías que eras de Wuhan. Pero, después de todo, creo que la pandemia nos volvió más importantes, nos dio la posibilidad de mostrarnos al mundo. Ahora veo más extranjeros que antes”.
Termina la jornada y regreso a Beijing. Es inicios de agosto. En el vagón hay pasajeros de todas las edades, sólo un par lleva mascarillas. Muchos salen por vacaciones o trabajo. Luego volverán a Wuhan, la ciudad que mira al futuro. Me acomodo en mi asiento. Al otro lado del pasillo un abuelo viaja con su nieto; una copia suya, más pequeña y joven. El niño salta por el corredor mientras el anciano le prepara una sopa instantánea de noodles con sésamo. El tren arranca silenciosamente, bordeando las lagunas con flores de loto. El agua mantiene vivo el paisaje.


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