Todo partió en pandemia cuando tenía ocho años, cuentan madre e hijo sentados en un café bajo el departamento donde alojaron durante su estadía en Santiago. Los Torres Leal son de Villarrica, viven en una zona rural y viajaron a la capital el fin de semana pasado con ocasión de la feria de arte internacional Art Week Chile que tuvo lugar en Estación Mapocho. Maximiliano es hijo único y es algo tímido hasta que entra en confianza, explica su madre Roxana Leal.
“Empecé a través del aburrimiento”, dice Max. Confinado por la pandemia, un día su madre le pasó tres plumones de colores y empezó a dibujar. “Le dije: ‘Mamá, no me gusta dibujar porque mis dibujos son feos, los niños me molestan en el colegio’. ‘A ver, muéstrame’, me respondió. Descargamos el programa Paint en el computador y empecé a dibujar digitalmente. Mi mano se volvió loca, apareció un mundo imaginario que tenía mi cabeza, con mis personajes, los monstruitos, que eran mis amigos”.
Su madre complementa la historia: “Soy arquitecta y ese día estaba en mi computador trabajando en unos planos. Entonces Max se sienta al lado mío, empezó a hacer estos pequeños dibujitos y me parecieron interesantes. Entonces lo invité a sentarse en mi computador, tomó el mouse y se volvió loco. Me decía: ‘¡Mamá, está lleno de vida!’. Y no paró de dibujar, hoja tras hoja. Había un mundo interior que quería gritar”.

Miró como referente
El joven acaba de terminar octavo básico en el Oxford School en Villarrica, pero el próximo año se cambiará al Greenhouse de Temuco, cuenta. Desde chico fue inquieto y creativo, dicen sus padres: rayaba las paredes, hacía personajes de plasticina, jugaba con barro, armaba figuras complejas con Legos. Roxana tiene todo guardado, comenta.
“Él es muy meticuloso con algunas cosas. Entra a un supermercado y se puede poner a ordenar los estantes, pero cuando se pone a dibujar, ese orden desaparece. El arte le permite liberar sus emociones, se puede expresar de otra manera”, apunta respecto de las experiencias de bullying que le ha tocado enfrentar a su hijo.
En sus obras hay elementos que se repiten: escaleras que conectan dos mundos y sus características manos que representan las de su familia.
Max utiliza el formato digital y análogo. Muchas veces dibuja en su iPad, imprime en papel fine art y sobre eso sigue interviniendo la obra con acrílico, hasta en un 90%. Otras veces dibuja y pinta desde un inicio sobre un bastidor.

Otros artistas y público entendido le han dicho que sus obras tienen similitud con el trabajo de Totoy Zamudio, Bororo o incluso Roberto Matta. Entre los referentes internacionales aparecen Joan Miró o Pablo Picasso. Max recuerda que un trabajo de arte de su colegio consistía en crear un juego de memoria con obras de distintos artistas mundiales. Su madre le preguntó cuál le gustaba más. Miró, respondió. “Por los colores: el rojo, el amarillo, el azul…”, agrega ahora. Entonces su madre se metió a Internet y le mostró la historia de Miró, cómo empezó, cómo usaba los colores.
También Picasso. “Le gustó su deconstructivismo, su manera de deformar la figura humana, como si fuera un niño”, dice Roxana. Agrega: “Que la gente le diga que su arte tiene influencia, es maravilloso. Pero él partió a los ocho años encerrado en una casa en el campo, sin referencias, y ha ido adquiriendo un lenguaje propio”.
“Más gente empezó a apostar en mí”
Max postuló para participar como expositor en Art Week Chile por primera vez el año 2023, cuando tenía 12 años. Aunque las inscripciones están pensadas para mayores de 18 años, en esa oportunidad pasaron el filtro de la curatoría que realiza Christine Clément, directora de la feria de arte, y el equipo a cargo de la selección, y apostaron por él. Debía contar con la autorización y compañía de sus padres.
Al principio fue intimidante llegar a un lugar tan grande y con tantos expositores, recuerda el artista adolescente. Pero de a poco se fue soltando y conociendo a otros expositores. “La primera vez no me conoció tanta gente, pero fue mi primera experiencia para tener algo en mi currículum.
Después, en 2024, más gente empezó a apostar en mí. Y después este año iba gente exclusivamente a conocerme, a ver mis obras y a comprarlas también. Gané como un poco más de popularidad también porque la señora Christine me nombró en la tele como el expositor más joven”, comenta Max sobre su experiencia en esta última edición.
Viajaron desde Villarrica a Santiago con 30 pinturas en distintos formatos y volverán sólo con cuatro, dicen. Las más pequeñas pueden costar desde $ 85 mil y las más grandes, de un 1,40 x 1 metro, llegan a los $ 2 millones.
Han atravesado varias veces las barreras nacionales. El año pasado 12 dibujos de Maximiliano formaron parte de la obra colectiva Sangre latina organizada por la galería de Karin Barrera que se instaló en el Palacio Mora de Venecia. A través de 400 obras de 15x15 cm se creó un QR gigante. El chileno autodidacta participó con obras que representaban Chile: el volcán Villarica, los palafitos de Chiloé, los selk´nam y más. Tres de sus cuadros llegaron a una galería de arte en Florencia, otros a Tokio y también a Las Vegas. El próximo destino es Miami: del 3 al 7 de diciembre partirán con nueve obras en gran formato a la feria Spectrum donde compartirán con otros 150 artistas y galerías independientes.
También tiene algunas historias extraordinarias de compradores, como la de una chilena radicada en Australia que se encontró con su trabajo en Internet y se enamoró de un cuadro, tanto así que viajará a conocerlo en persona y además para llevarse la obra. También comentan el caso de Tobi van Deisner, un artista e influencer alemán que viaja por el mundo junto a su familia en una combi. Fue en una muestra en el Centro cultural de Villarrica que se topó con Max y le encargó una obra customizada para cubrir el vehículo que próximamente emprenderá una nueva aventura hacia la Ruta de la Seda.
Las manos locas
Se organiza bien, dice Max. Maneja su horario de manera de dejar tiempo para los estudios y el arte, además del deporte, que también le fascina. Juega rugby y fútbol, y forma parte de ambas selecciones de su colegio.
“Yo le digo que tiene que seguir siendo niño, trato de no agobiarlo ni exigirle tanto”, dice su madre. Ella también está a cargo de administrarle las redes sociales y es su representante legal. Hace un tiempo tuvieron una mala experiencia con una persona que se había ofrecido para representarlo e inscribió sin autorización su marca. Su firma como artista es Maxtorrle que une su nombre y los apellidos de sus padres.
También registró Manos locas, el nombre de un taller que imparte a niños en colegios. Se trata de un taller de creatividad. “No les enseño a pintar, los invito a que dejen volar su imaginación. Les digo que dejen que sus manos se vuelvan locas, de ahí sale el nombre. A veces me dicen ‘Es que la profesora nos dice que el árbol está mal hecho’ y yo les transmito que tienen que pintar como su mente les diga”, comparte el joven. “Quiero ser un referente positivo para los niños”, agrega.
Su madre explica que esas actividades las imparten sin fines de lucro, son instancias gratuitas que ofrecen a menores muchas veces de escasos recursos. “Max sale feliz, los niños también. Algunos profesores les truncan a los niños su creatividad enseñándoles sólo teoría. ¿Qué hace Maximiliano con sus talleres? Los deja libres. Estamos abriendo un camino al arte para los niños y los más jóvenes”.
A Max le ha tocado impartir clases a estudiantes con neurodivergencias logrando resultados sorprendentes. Cuentan la experiencia de niños inquietos que se concentran y se sumergen en la sesión de pintura.
Con 14 años el joven talento comenta que no tiene claro si al salir del colegio se dedicará al arte; de momento, contempla estudiar arquitectura. Después de la entrevista, Max parte junto a sus padres a la galería Corpartes donde exhibe dos de sus obras como parte de una muestra colectiva organizada por Manifiesto Gallery.
