Economía y Política

Hojas muertas

Los libros, como el otoño, pueden parecer a veces un montón de hojas muertas. Caen de los árboles y se desparraman...

Por: | Publicado: Viernes 25 de abril de 2008 a las 21:24 hrs.
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Los libros, como el otoño, pueden parecer a veces un montón de hojas muertas. Caen de los árboles y se desparraman; algunas flotan en el aire un tiempo para llegar luego inevitablemente al suelo. Sin embargo, ésta puede ser solo una imagen externa del otoño –y de las hojas aparentemente muertas de los libros–.

Ocurre que, desde otro punto de vista, el otoño es una época de mil colores, de mil matices. Lo que estuvo vivo muere, es cierto; pero para dar paso después a una nueva vida, a nuevas hojas, en un ciclo interminable. Asimismo los libros: una vez que los hemos leído, que los hemos dejado, “aparentemente” han muerto para nosotros. Sin embargo siguen allí, llenos de colores, en algún recoveco de nuestra memoria o nuestro corazón, prestos a florecer en la estación siguiente. Por decirlo de alguna manera, ningún libro –ningún buen libro– pasa por nuestra vida sin dejar huella; aunque apenas lo notemos o siquiera nos demos cuenta.

Leer, como vivir, es una experiencia. ¿Y qué es lo que experimentamos? Lo mismo que en la vida –aunque en un plano ficcional, representativo–: alegría, dolor, belleza, miedo, tristeza, traición, lealtad, amor y muerte. Si un buen libro –si una buena obra de arte– es, como dijo Shakespeare, un espejo puesto frente a nuestra naturaleza, una imagen de lo que somos ante nosotros mismos, en definitiva lo que experimentamos ante una buena obra de arte es una especie de re-velación, de des-cubrimiento: volver a mirarnos, a entendernos, a vivir otras vidas para saber cómo vivir la propia.

Pasear por las calles durante el otoño no es como visitar el cementerio. No es, digamos, un paseo entre la muerte y los muertos. Me parece, más bien, un gozoso viaje entre un cúmulo de vida que descansa; que repone fuerzas y se prepara a hibernar para resurgir con vigor inusitado la próxima primavera.

Asimismo los libros. Una biblioteca no es un depósito de cadáveres, un sarcófago lleno de muerte, ni mucho menos la morgue (con sus cajoneras ordenaditas y bien clasificadas). Al revés, una biblioteca –o cualquier lugar que contenga libros– es un montón de vida acopiada, reunida, reservada; que aguarda silenciosa su oportunidad de volver a manifestarse... de volver a manifestársenos.

Pienso que el otoño es una buena época para cultivar el amor a los libros; esos objetos maravillosos y a la vez extraños que parecen tan simples desde el punto de vista tangible, físico –hojas, tinta, cola, hilo–, pero que son tan profundamente misteriosos desde una perspectiva ideal: verdaderos objetos mágicos, como cajas de Pandora, prestas a desplegar por el mundo ya no solo una seria cantidad de desgracias sino también, y sobre todo, un sinfín de realidades hermosas, cautivantes y esperanzadoras.

No por nada, supongo, solemos utilizar la metáfora “el libro de la vida”. Y no solo para referir a algún texto espiritual; sino, precisamente, para indicar las hojas que constituyen cada instante de nuestra propia vida. Pues ella también es un relato y se configura narrativamente. Como un libro, también tiene un inicio, un desarrollo y sin duda tendrá un final. Así cada día, cada página, es o puede ser una cuestión memorable.

Si es cierto que “nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir”, me gusta imaginar un inmenso torrente de libros que avanza decidido hacia la gran biblioteca interminable...

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