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Cuando los políticos entran a la cancha

En nuestra extraña época, los deportes se han convertido el trampolín perfecto para la política.

Por: | Publicado: Viernes 27 de enero de 2012 a las 05:00 hrs.
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Por Simon Kuper



El rostro de los Juegos Olímpicos usualmente es una mascota de algún animal peludo. Los Juegos de Invierno de Salt Lake City de 2002 usaron en cambio a un magnate de capital privado. “Hey Mitt, Te Amamos” proclamaba un típico slogan olímpico sobre los cuadrados rasgos del organizador de los Juegos Mitt Romney (los animales peludos sólo jugaron un papel secundario).

Romney le debe en gran medida su paso a la batalla por la nominación presidencial republicana a las Olimpiadas. En nuestra extraña época, los deportes se han convertido en el trampolín perfecto para la política.

La tradición comenzó el 26 de enero de 1994, cuando el hombre más rico de Italia anunció en varios canales de televisión a la vez entraba a la política. Silvio Berlusconi dijo: “He decidido entrar a la cancha”, y esa fue la frase clave. El presidente del club de fútbol AC Milán estaba optando por el lenguaje deportivo. Incluso bautizó su partido político, Forza Italia, por un canto de las barras. John Foot, un historiador de Italia, explica: “Después de una larga investigación, los asesores de Berlusconi llegaron a la conclusión de que el único lenguaje que une a los italianos es el relacionado con el fútbol”.

Berlusconi convirtió al AC Milan, un club golpeado por la corrupción, en campeón de Europa. Y prometió “hacer a Italia como el Milan”. Ahí había una noción que no había captado los filósofos políticos por siglos: el club de fútbol como modelo del Estado. Incluso después de haber ganado la elección, Berlusconi mantuvo el discurso deportivo.

“Como presidente de un club, él entró directamente en las casas italianas para autopublicitarse y hablar sobre fútbol, donde otros políticos hablan de cosas menos interesantes, como política”, escribe Simon Martin en su nuevo libro Sport Italia.

En 1994, el año que Berlusconi se hizo primer ministro, un ejecutivo del baseball fue elegido gobernador de Texas. George W. Bush había hecho campaña mayormente sobre su experiencia como director del equipo de fútbol americano Texas Rangers: había muy pocas otras cosas en su currículum. El vínculo con el clásico juego estadounidense también ayudó a hacerlo ver como un estadounidense típico.

Los políticos siempre estudian a sus rivales en busca de ideas, y para 2000 ya habían descubierto el poder del deporte. El dinero estaba inundando los deportes, y era la única industria en la cual los ricos empresarios podían volverse héroes populares.

En Argentina, Mauricio Macri, presidente del equipo de fútbol Boca Juniors, comenzó a candidatearse para alcalde de Buenos Aires. Años después logró el cargo, y ahora quiere más.

Romney, que nunca deja pasar una oportunidad, se hizo cargo de los Juegos de Salt Lake City luego de que se vieran amenazados por un escándalo. Con un déficit presupuestario de US$ 400 millones, él partió por reducir las expectativas. En vez de antorcha olímpica, bromeó, habría que usar una parrilla a gas. Dio órdenes para que las altos funcionarios posaran sonriendo, reclutó a algunos curiosos patrocinadores, como la “mezcla para tortas oficial de las Olimpiadas”, y sacó adelante unos juegos excelentes. En el frenesí patriótico tras los ataques del 11 de septiembre, se volvió un héroe nacional. Meses después fue elegido gobernador de Massachusetts, su primer cargo político.

Hoy, el deporte es incluso más potente, en momentos en que la crisis económica desacredita a los políticos. Mikhail Prokhorov, el millonario dueño del equipo de basketball New Jersey Nets, probablemente no ganará las próximas elecciones presidenciales de Rusia. Pero para el próximo año, tanto EEUU como Pakistán podrían estar dirigidos por políticos deportivos.

Imran Khan, que lidera las encuestas en Pakistán, se diferencia del típico político deportivo porque él sí ha jugado realmente. Practicar deportes raramente impresiona a los votantes. Es difícil argumentar que correr cubierto en transpiración es una buena preparación para manejar un gobierno. Incluso George Weah, el futbolista liberiano e ícono nacional, perdió por poco en las elecciones presidenciales de su país en 2005. El ex futbolista Eric Cantona, que ahora compite por la presidencia francesa, sabe que no será electo y simplemente espera promover la realidad de los indigentes.

Imran podría llegar a ser primer ministro, pero podría terminar arrepintiéndose. La gente pasa décadas construyendo una reputación, para arruinarla luego en cosa de meses con la política. Con razón una generación de políticos está dando vuelta la estrategia de Berlusconi y usando la política como trampolín para los deportes. Bertie Ahern se valió de sus 11 años como primer ministro irlandés en una columna de deporte en The News of the World. Y Condoleezza Rice solía hablar con nostalgia de volverse comisionada de la Liga Nacional de Fútbol de EEUU pero, después de ver lo que le había hecho al mundo, la NFL no la quería.

Si Romney se vuelve presidente, será mejor que se cuide. Si las cosas salen mal, podría tener problemas para volver a los deportes.

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