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REGÍSTRATE AQUÍPor: Equipo DF
Publicado: Martes 13 de octubre de 2015 a las 04:00 hrs.
Ya Klapper hablaba de la predisposición que tenemos para exponernos a cierto tipo de información. Es decir, a la tendencia de buscar ideas que refuercen lo que ya pensamos. ¿Abrirnos al diálogo? Preferimos estar cegados, pues parece ser bastante más cómodo. Así, quienes nacimos con alternativas en la vida hablamos de la idea de mérito –esencial para el progreso de nuestra sociedad, por cierto– , pero preferimos evitar preguntarnos por qué una alumna de excelencia de un colegio vulnerable no ha pensado nunca en la posibilidad de estudiar en la educación superior. Hablamos de integración, pero preferimos conocer París antes que El Volcán o Puertas Negras.
¿Podemos tener así una discusión constructiva?
Cuando me toca personalmente interpretar esta pregunta -bastante más alejado de la intelectualidad de lo que quisiera- la respuesta se torna difusa. Como un ciudadano que quiere estar medianamente informado de la realidad nacional, podría sostener que el debate se ha vuelto bastante dicotómico.
O estado o mercado, o libertad o igualdad. Parece que al final del día todas las discusiones tienen solo dos alternativas.
¿Estamos realmente viviendo en una realidad tan dicotómica? ¿Es sensato reducir nuestras discusiones a esta simplificación?
Los discursos predominantes omiten matices insoslayables, y es precisamente por esto que debemos encontrar respuestas nuevas que puedan cambiar efectivamente el paradigma político-social en el que nos encontramos inmersos.
¿Acaso quienes creemos en la libertad no podemos sentir indignación al ver que en un país materialmente rico existen campamentos que difícilmente tienen acceso a servicios básicos? ¿Acaso quienes creemos en el mercado no podemos encontrar injusto que alguien que acaba de perder su casa por un terremoto tenga que pagar 5 veces más por una botella de agua?
Este último ejemplo es particularmente importante, pues la naturaleza humana es compleja y –como diría Sandel– los intercambios mercantiles no siempre son tan voluntarios como sostienen sus entusiastas. ¿Cuál es el punto? Que precisamente no hay que ser contrario al mercado como para sostener esto.
El “diálogo” se ha vuelto confrontacional y monolítico, lo que deriva en reducciones y discusiones bizantinas que nacieron muertas.
¿Qué hacer entonces?
Por el momento se me ocurren, al menos, dos variantes.
En un primer lugar, la creación de nuevos referentes políticos y las incipientes candidaturas presidenciales tendrán una responsabilidad no menor respecto a la sofisticación de la conversación. Sin embargo, los ciudadanos no podemos devolver toda responsabilidad a la clase política. En este sentido, y precisamente por los tiempos de crispación que corren, debemos como sociedad civil considerar que las problemáticas de este país son profundas, y abrirnos de una vez a diálogos amplios y respetuosos que se hagan cargo de “la riqueza de la realidad”. Parece que solo entonces encontraremos el nuevo paradigma buscado.
La Fundación Encuentros del Futuro anunció la integración de exautoridades de distintos colores políticos al directorio para “fortalecer la gobernanza” y puso a la cabeza al exministro y exparlamentario PPD quien reemplazará al Premio Nacional de Ciencias, Juan Asenjo, en este rol.