Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 19 de agosto de 2016 a las 04:00 hrs.
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Soportar es, físicamente, sostener o llevar sobre sí una carga o peso. En su acepción moral designa el sufrimiento de aguantar, con paciencia, situaciones irritantes o tratar con personas que nos son visceralmente incómodas. En ambas acepciones el soportar pertenece al elenco de obligaciones y virtudes pasivas, notoriamente más difíciles de aceptar y cumplir que las activas. Muchos preferirán pagar una alta suma de dinero para contentar y mantener alejada a una persona “non grata”, en lugar de acogerla en casa como huésped permanente.
La existencia real nos impone con-vivir y co-laborar con personas molestas. No hablamos aquí de situaciones delictuales, que pueden o deben ser denunciadas para que una autoridad superior provea los debidos resguardos. Es simplemente la realidad rutinaria de un hogar, de una oficina, de un hospital, de una comisaría, de un colegio, de un congreso, de un convento. Nos obligan a tratar con caracteres, temperamentos, hábitos, ideologías, prejuicios y prioridades poco o nada coincidentes con nuestra propia carga hereditaria y formativa. “Los otros”, con sus rarezas, exabruptos o silencios incómodos, no tienen por qué ser malos o peores que nosotros. Son diversos. En términos cítricos, pueden ser Mandarinas, de rasgos dominantes, líderes, que gustan de ordenar, imponer, criticar, exigir, tomar iniciativas sin consultar y asumir el mando sin pedirlo. O Clementinas, silentes, de bajo perfil, más abiertas a escuchar que hablar, mejor dispuestas a obedecer que mandar, que eluden cuestionar y enfrentar con animosidad, prefieren hacer bien su trabajo y punto, perdonan de inmediato y sin rencor ni represalia. O en términos evangélicos, Marta, diligente, avasalladora, infatigable; o María, contemplativa, absorta, inmóvil, en apariencia ociosa, sólo escucha.
Ese con-vivir y co-laborar, obligada y permanentemente, con temperamentos tan diversos puede y suele terminar siendo exasperante. Juan Berchmans, un santo jesuita, no tuvo reparo en confesar: “mi máxima penitencia es con-vivir”. Y tenía buen aval para decirlo. Fue su amado Jesús quien, recién descendiendo de sublime oración en el monte Tabor, se reencontró con la gente de siempre, las tonterías de siempre y se descargó gritando: “¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos?” (Marcos 9, 19). Pero de inmediato accedió a hacer el milagro que se le pedía. Un desahogo oportuno ayuda a mantenerse en el bien obrar.
Dios permite y aun alienta nuestro obligado convivir con temperamentos diversos. Es una de sus maneras de atraer nuestra atención respecto de una persona o de sus defectos. La persona que tanto nos irrita necesita de nuestra especial oración y cuidado: en inglés, “support” es también sinónimo de apoyo preferencial y efectivo. Sus defectos pueden ser espejo de los nuestros; o estímulo para cultivar la virtud opuesta. Orar por ella nos eleva a la categoría de Cristo, que muere orando por sus enemigos y mantiene su misericordiosa espera de nuestra conversión.
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