El apostador que logró descifrar el código de las carreras de caballos y se hizo multimillonario
Bill Benter hizo lo imposible. Desarrolló un algoritmo que no puede perder en las pistas de carrera. Después de obtener casi US$ 1.000 millones en ganancias, cuenta por primera vez su historia.
- T+
- T-
Las carreras de caballo son una especie de religión en Hong Kong, donde sus ciudadanos apuestan más que en ninguna otra parte del mundo. Y su catedral es el hipódromo de Happy Valley.
El 6 noviembre de2001, todos en Hong Kong hablaban de una cosa, el mayor pozo acumulado en la historia de la ciudad, con un mínimo de US$ 13 millones para el ganador del Triple Trío, una especie de trifecta de trifectas donde el apostador debe acertar a los tres primeros caballos, en cualquier orden, en tres carreras. Son más de 10 millones de combinaciones y cuando nadie acierta el premio se acumula. Esa noche, el pozo se había acumulado seis veces. Cerca de un millón de personas había apostado, el equivalente a uno de cada siete habitantes.
En un edificio de oficinas frente a la pista, dos estadounidenses observaban los monitores. Bill Benter y su socio Paul Coladonato estudiaban la matriz de más de 51 mil apuestas que había hecho su algoritmo.
Una a una, el software fue filtrando las apuestas perdedoras hasta que solo quedaron 36. De ellas, 35 habían acertado los ganadores de dos carreras, y pagaban un premio de consuelo. Pero la última había adivinado todos los nueve caballos.
“Dios mío. Acertamos”, dijo Benter. Tras unos cálculos rápidos estimaron su ganancia en US$ 16 millones.
“No podemos cobrar esto, ¿o sí?” preguntó. “No es deportivo”. Coladonato estuvo de acuerdo. Tomaron los tickets y se fotografiaron con ellos antes de guardarlos en una caja de seguridad. No es la gran cosa, pensó Benter. Podrían volver a hacerlo en otra ocasión.
El código imposible
Los apostadores veteranos saben que no se puede ganar a los caballos. Hay demasiadas variables. El favorito se lesiona, el jinete cae, o un campeón pura sangre simplemente decide, sin razón aparente, que ese día no está de humor parar esforzarse.
Pero, ¿y si estuvieran equivocados? ¿Y si alguien lograra dominar un sistema que garantizara ganancias? ¿Alguien que hubiera ganado cerca de US$ 1.000 millones y que nunca haya contado su historia, hasta ahora?
Tras largos intentos logré contactarlo. “Como ya se habrá dado cuenta, he estado evitándolo”, me escribió en un correo. “No me siento cómodo con la publicidad”, explicó. Pero accedió a una serie de entrevistas.
Benter, de 61 años, asegura que no lo hizo solo por el dinero. Y parece razonable. Con su inteligencia se podría haber enriquecido antes trabajando en el sector financiero. Pero él quería descifrar el código de las carreras de caballo precisamente porque se decía que era imposible. Y cuando lo logró, no buscó la fama, más allá de un pequeño y secreto grupo de geeks y marginales en su campo de especialidad.
Benter abandonó los estudios a los 22 años y partió a Las Vegas para dedicarse a apostar a las cartas. Había quedado fascinado por Beat the Dealer, un libro del matemático Edward Thorp sobre cómo vencer las probabilidades en el blackjack. A Thorp se le acredita haber inventado el sistema conocido como contar cartas: llevar la cuenta de las cartas altas repartidas y apostar fuerte cuando haya más probabilidad de que aparezca la siguiente. Es difícil, pero funciona.
Cuando Benter llegó a Las Vegas trabajó en un almacén 7-Eleven por US$ 3 la hora y apostaba en casinos pequeños. En 1980 conoció un hombre que cambiaría su vida. Alan Woods era el jefe de un equipo de contadores de cartas australianos que había llegado recientemente a Las Vegas. Woods lo impresionó con sus historias, recordando cómo había pasado de contrabando en Manila un paquete con US$ 10 mil escondidos en su ropa interior. Su equipo, además, trabajaba de manera ordenada y meticulosa. Las ganancias eran repartidas rigurosamente y los riesgos divididos eran menores. Y Benter decidió unirse.
Exilio de Las Vegas
Seis meses después estaba jugando blackjack en Monte Carlo, ganando cerca de US$ 80 mil al año.
Woods prohibía beber en el trabajo, así que los compañeros esperaban hasta el final de sus turnos para abrir una cerveza y compartir historias sobre los roces con los detectives de casinos, siempre a la busca de contadores de cartas. Después de un par de años, Benter estaba jugando tranquilamente en Maxim cuando una gruesa mano lo tomó por el hombro. “Venga conmigo” dijo el corpulento hombre, que lo condujo a una oficina donde fue duramente interrogado.
En 1984, Benter, Woods, y algunos de su equipo fueron incluidos en el Libro Griffin, una lista negra de contadores de cartas. Eso hizo imposible que siguieran en Las Vegas. Debían buscar un juego diferente. Y Woods sabía que existían enormes pozos a repartir en Asia y el mayor estaba en las carreras de caballo de Hong Kong.
Benter fue al Gambler’s Book Club de Las Vegas y compró todo lo que pudo encontrar sobre carreras de caballos. Había muchos sistemas que prometían resultados increíbles, pero la mayoría eran dudosos y no contenían matemática real. Así que recurrió a la biblioteca de la Universidad de Nevada, que tiene una colección especial sobre apuestas. Enterrado en una montaña de papeles encontró lo que buscaba, un ensayo titulado “Buscando Retorno Positivo en las Pistas: Un Modelo Multinominal para Ganar Carreras de Caballos”.
El documento afirmaba que el éxito en las apuestas depende de factores que pueden cuantificarse probabilísticamente. Velocidad en línea recta, tamaño, registro de ganadores, habilidad del jinete. Mientras más y mejores variables, más probabilidad de acertar.
Benter aprendió por su cuenta estadísticas avanzadas y a codificar software. Mientras tanto, Woods viajó a Hong Kong desde donde le envió un archivo con cientos de miles de resultados de carreras. Benter contrató personal para ingresar las cifras a una base de dato. Después de nueve meses viajó a Hong Kong con tres computadores IBM en su equipaje.
Se enfocó entonces en estudiar un fenómeno estadístico conocido como ruina de apostador. Este dice que si un apostador con recursos limitados sigue apostando contra un oponente con recursos ilimitados, eventualmente quebrará.
Benter pensó en adaptar un trabajo que conocía de sus días de Las Vegas de un físico tejano llamado John Kelly Jr. que estudió el fenómeno en los años ’50. Kelly imaginó un escenario donde un apostador de caballos tenía una ventaja, un servicio privado de información con datos confiables. ¿Cómo debía apostar? Si era muy poco, su ventaja se perdía. Si apostaba demasiado, llegaba la ruina. La solución de Kelly era apostar de manera proporcional a la confiabilidad de la información.
Era similar a su propio sistema. Un sistema privado de probabilidades ligeramente más exacto que el público. Si el sistema público le daba a un caballo una probabilidad de uno a cuatro y las estadísticas de Benter le daban una probabilidad de uno a tres, significa que él arriesgaba menos por el mismo retorno. Una pequeña ventaja se puede convertir en una gran ganancia, y el riesgo disminuye aumentando la cantidad de operaciones. Y gracias a los modelos computacionales, la ecuación de Kelly podía ahora aplicarse a gran escala.
Pero no fue tan fácil. Y para el fin de la primera temporada habían perdido US$ 120 mil de su fondo de US$ 150 mil. Woods ofreció poner más dinero, pero exigió 90% de participación en la sociedad y el acuerdo se quebró.
El fantasma de los 118 millones
Cada uno tomó caminos separados, y el australiano siguió aplicando por su cuenta el algoritmo de Bent, mientras que éste otro comenzó a buscar nuevos recursos para seguir mejorando su sistema.
Para refinar sus resultados, consiguió la base de datos con las probabilidades estadísticas del Jockey Club de Hong Kong. Si su sistema de pronósticos había funcionado bien estimando probabilidades de la nada, funcionaría mejor si trabajaba sobre una base de datos ya elaborada. Y no sólo eso. Sorpresivamente el Jockey Club le dio tratamiento de cliente favorito y le ofreció de manera inédita instalar directamente en sus oficinas un terminal electrónico de apuestas.
Con ello Benter logró sin pensarlo algo que no tenía precedentes: una especie de hedge fund cuantitativo para carreras de caballos, basado en un modelo probabilístico para vencer al mercado y arrojar retornos a los inversionistas.
Y las ganancias comenzaron a llegar. Bents compró una participación en la propiedad de un viñedo en Francia, mientras que Woods, que ganó US$ 10 millones en la temporada 1994-95 se compró un Rolls-Royce. Sus oficinas crecieron y el número de empleados aumentó.
Las cosas siguieron así hasta que en 1997 una sombra comenzó a cernirse sobre Hong Kong, a medida que los ingleses se preparaban para devolver el territorio a China, ese 1 de julio, en medio de temores sobre el fin del capitalismo en la isla.
Pero Benter enfrentaba sus propias preocupaciones. Un mes antes del traspaso, su equipo había ganado un enorme pozo del Triple Trío. Estaban en el medio de una épica temporada de ganancias, con más de US$ 50 millones. Y el Jockey Club normalmente promocionaba a los ganadores en televisión. Pero no es lo mismo poner frente a las pantallas a un guardia nocturno que de la noche a la mañana se convirtió en millonario, que presentar a un algoritmo estadounidense. Aunque no era ilegal, no se vería bien. Y su cuenta de apuestas electrónica fue bloqueada.
Bent modificó su operación, y comenzó a realizar apuestas directamente en terminales públicos. Era más lento y complicado, y requería de una serie de equipos que cargaban gran cantidad de efectivo, pero el sistema funcionó y pudo seguir operando.
Woods, en cambio, llamó la atención de las autoridades tributarias. Por ley, las ganancias de apuestas están exentas de impuestos, pero no las de las empresas. Y la pregunta clave era precisamente si su organización podía considerarse una compañía. Cuando le solicitaron sus registros contables, Woods escapó a Filipinas.
Benter siguió operando más allá de 2000 y perfeccionando su modelo, que ya incorporaba más de 120 factores por caballo.
En noviembre de 2001 decidió que era hora de retirarse, pero quería hacerlo con un último Triple Trío. Se había mantenido apartado de los grandes pozos desde 1997 pero este era demasiado grande como para resistirse. Gastó 1,6 millón de dólares hongkoneses en más de 51.000 apuestas. Ya había decidido que si ganaba no cobraría el premio, sabiendo que las autoridades entregarían el dinero a la caridad. Pero no contaba con la enorme expectación pública que generaría la noticia, con la prensa hablando sin parar sobre el “fantasma de los 118 millones no reclamados del Triple Trío”, y una serie de descabelladas teorías. Benter escribió una carta anónima a los directores del Jockey Club explicando sus intenciones, pero la organización no la hizo pública.
Más tarde ese año, el Jockey Club repuso su terminal de apuestas, pero ya no importaba mucho, porque poco después implementó las apuestas por Internet y Benter regresó a su hogar en Pittsburgh, desde donde siguió operando.
Vivir y morir en la pista
La situación de Woods, en Manila, era muy distinta. Consumía grandes cantidades de drogas y mantenía un cortejo de mujeres jóvenes para que le hicieran compañía. Con frecuencia estallaba en discusiones con sus empleados, a los que acusaba de robar, y en una ocasión los obligó a medir su coeficiente intelectual, solo para poder presumir que él era mucho más inteligente que ellos. Además adoptó el seudónimo de MOMU, la sigla en inglés para “Maestro De Mi Universo”.
En 2007 escribió a la revista australiana Business Review Weekly para que lo incluyeran en su lista de millonarios. “Quería esperar hasta llegar al Top 10, pero parece que ya no tendré tiempo”, explicó. Tenía cáncer. Volvió a Hong Kong a tratarse en un hospital a pocas cuadras del hipódromo Happy Valley. Pasó sus últimos días apostando con sus compañeros de pabellón y murió en enero de 2008, a los 62 años, con una fortuna estimada de US$ 800 millones.
Benter por su parte, ayudó a cambiar la percepción y los hábitos en la comunidad de apostadores de la isla, donde los sindicatos de apuestas como el suyo se multiplicaron. Para mantener la cancha pareja, el Jockey Club comenzó a publicar toneladas de estadísticas y análisis técnicos. Benter empezó a dar clases de matemáticas en diversas universidades y difundió sus teorías entre analistas y consultores. Incluso escribió un ensayo que se convirtió en un clásico para toda una generación.
Hoy, las apuestas en línea son una industria de US$ 60 mil millones que sigue creciendo rápidamente fuera de EEUU, donde está prohibida. La Corte Suprema, sin embargo, podría levantar la prohibición este año, y si eso ocurre, una ola de dólares estadounidenses podría inundar el mercado. Grandes nombres del mundo de las finanzas están poniendo atención.
Muchos de los mayores apostadores profesionales pueden rastrear ahora su linaje directamente hasta Benter y Woods. Zeljko Ranogajec apodado “el mayor apostador del mundo” inició su carrera en Las Vegas contando cartas para ellos y los siguió después a Hong Kong. “Una parte substancial de nuestro éxito es atribuible al trabajo pionero realizado por Benter”, admitió.
Benter se casó en 2010, tuvo un hijo y vive una vida apacible. Es un activo filántropo que apoya diversas causas con su fortuna, cuyo monto nadie conoce exactamente, pero que se estima en cerca de US$ 1.000 millones. Aunque admite que el monto de la operación ronda esa cifra, asegura que parte del dinero es de sus socios en EEUU y Hong Kong.
Tres décadas después de que llegara por primera vez a Happy Valley, sigue apostando a las carreras en todo el mundo y todavía trabaja en mejorar su modelo.
Aunque también fundó una empresa de transcripciones médicas, hasta ahora solo ha obtenido ganancias modestas. “Me parece que el mundo de los negocios reales es mucho más difícil que el de las carreras”, admitió. “Soy como un caballo que conoce un solo truco”.