“Después de esta semana ya dejo de pensar en el Tiny Desk”, dice Álvaro Díaz (53) sentado en un café a pocos metros del edificio donde vive, en Providencia. Ahí lo conocen y durante la entrevista se le acercan varias personas a felicitarlo y más de alguna a pedirle una foto.
Han pasado dos días desde que NPR, la radio pública estadounidense, estrenó la sesión Tiny Desk Concerts que grabaron el 29 de septiembre en Washington DC, y el jolgorio sigue. Superaron el millón de visualizaciones en las primeras 12 horas. Un hito que más allá de las cifras fue celebrado con emoción por el público que hace 22 años sigue las aventuras y ocurrencias de personajes como Tulio Triviño, Juan Carlos Bodoque, Guaripolo, Patana, entre muchos otros, además de entonar sus canciones como himnos intergeneracionales. La noche anterior, el equipo de 31 minutos celebró con un asado en la productora Aplaplac.
“Ha sido una locura. Nosotros siempre nos concentramos para estos hitos; si vamos a Lollapalooza queremos que sea la raja, si vamos al Festival de Viña o montamos un museo, que sea la raja. No hacemos cosas por marcar el paso. Pero nunca había vivido una amplificación así y probablemente no vuelva a ocurrir. Siempre digo que mi sueño habría sido participar de algún equipo de fútbol que va a jugar una final del mundial. Y cuando llegamos a Washington, sentí que pasaba un poco eso. Recibimos demasiado apoyo y buena onda”, afirma.
La prensa y las redes sociales han estrujado el fenómeno, resaltando elementos de la genial presentación: el vestuario de los músicos que se camufla con los atiborrados estantes de la oficina transformada en estudio, los textos alusivos a las políticas migratorias en Estados Unidos, las decenas de detalles de la puesta en escena, los guiños musicales a la serie Better Call Saul y un riff de Los prisioneros para cerrar la emotiva versión de Yo nunca vi televisión que dio término al show de 20 minutos. “El proyecto era sacarle el mayor partido posible, mostrar lo que era 31 minutos, nuestra capacidad de trabajo y de creación, a un público nuevo”, dice Álvaro Díaz, voz de Bodoque y creador del programa junto a Pedro Peirano.
La invitación al icónico show estadounidense se gestionó hace unos tres meses atrás, calcula. Fue a través de Prime Video, plataforma donde el 21 de noviembre estrenarán su nueva película, Calurosa navidad. La preparación fue intensa. Pidieron al programa que les mandaran un plano de la locación de manera de organizar, en escasos metros cuadrados, los movimientos de diez músicos y varios títeres en escena. Replicaron el set, y así, apretados, ensayaron a escala real.
“Cabezón (Pablo Ilabaca) se trajo el piano de su casa, pedimos fotos del estudio, preguntamos cómo eran los muebles por abajo para que los titiriteros pudieran estar relativamente cómodos. Pensamos cómo escondernos Pato (Díaz, su hermano) y yo que somos grandotes. Todo eso ya lo sabíamos de antemano. Y lo primero que decidimos, antes del guion, fue el vestuario. Propuse camuflarnos con el fondo, la idea gustó y se podía hacer, había mil otras alternativas posibles, pero nos quedamos con esa y resultó”, dice Álvaro.
Viviendo el sueño americano
Viajaron con un montón de objetos hechos en el taller de la productora y que cobraron vida durante la sesión. También otros que no funcionaron. El día antes de partir a Estados Unidos hubo un momento de pánico, cuenta Díaz. “La Ale (Neumann, productora ejecutiva y socia de 31 minutos) nos escribe a Pedro (Peirano) y a mí: ‘Tenemos un problema’, y luego, silencio.
Me imaginé de todo, que los de NPR habían leído el guion y habían dicho: ‘¡Cómo se les ocurre si el gobierno nos quiere cerrar!’. Hasta pensé en inventar otro texto que pudiéramos ensayar en el avión. Después de un rato aparece la Ale y nos dice: ‘No vamos a poder escondernos detrás de tal mueble’ ¡Pff, no pasa nada!”.
Ya en Washington hubo una primera reunión con la directora de Tiny Desk, Kara Frame, y el sonidista del espacio, Josh Newell. “Son gringos, han hecho esto mil veces y son muy profesionales. Al rato nos fuimos haciendo amigos, nos cacharon la onda, se relajaron y les encantó todas las posibilidades extras de nuestro show. Nosotros llevamos un humo con una composición especial que no activa los sensores de incendio, pero de todas maneras les avisamos. ‘Ahí vemos. Si llueve, llueve’, nos dijeron. Nos dejaron tirar burbujas, hielo seco... Yo pensé que iban a poner más problemas. Del guion no nos dijeron nada, sólo te piden que no exhibas grandes marcas en pantalla”, dice Díaz.

Es una toma en vivo, por eso la preparación previa fue vital. “Obvio que tienes miedo a equivocarte, que se te olvide el parlamento, pero el ensayo te quita esos miedos. Hay que ensayar, ensayar y ensayar. Y cuando te ponen play, te lanzaste y eres el PSG contra el Inter. Cuando terminamos había mucha emoción en el lugar. Nos abrazamos entre todos, con el público, la directora, el sonidista. Llevábamos semanas viviendo para ese momento. Yo no pensaba en otra cosa. En la noche me acostaba mirando el techo, con el ensayo en los audífonos y repitiendo cada parte en mi cabeza”.
El equipo completo de 31 minutos en Tiny Desk: Álvaro Díaz, Pedro Peirano, Alejandra Neumann, Francisco Schultz, Pablo Ilabaca, Jani Dueñas, Pato Díaz, Daniel Castro, Felipe Ilabaca, Pedro Subercaseaux, Toño Corvalan, Marcelo Wilson, Felipe Godoy, Guillermo Silva, Luis Reinoso.
-¿Alguna canción te penó por haberla dejado afuera?
-Muchas, pero se hizo una selección súper buena. Cuando determinas lo que vas a hacer, el resto ya quedó fuera. Yo trato de que se avance rápido en ciertas cosas. Si cambias un guion ocho veces es porque ya no te gustó la idea original y se murió el candor. Lo importante es argumentar, luego se discute y punto. Soy muy ansioso, entonces necesito avanzar. Lo que se decidió en frío no lo cambies en caliente.
Y ahora qué
“Nos van a llegar un montón de llamadas, la mayoría cosas que no queremos hacer”, dice riendo. Descarta volverse locos generando merchandising: “El mundo pirata funciona a una velocidad incontrolable. Es un mercado muy creativo, rápido y mafioso también. ¿Qué hacer contra eso?”
De seguro vendrán nuevas solicitudes para agendar conciertos, pero como sus shows son costosos -incluyen al menos a 25 personas y un montón de utilería- muchas de esas propuestas posiblemente no lleguen a puerto. “No hacemos la versión barata del espectáculo, a menos que sea una posibilidad tan particular como el Tiny Desk. Yo por ir a Japón o a Rusia, soy capaz de hacer muchas cosas, pero más por interés personal”, dice. Además, explica, la mayoría de los integrantes de 31 minutos mantienen sus propios proyectos profesionales por lo que resulta difícil calzar los tiempos.
“Quizás salgan un par de campañas de publicidad, proyectos cortos que dejan ganancias que nos permiten reinvertir, lo que nos da más libertad para mejorar las condiciones de producción”, dice el periodista de profesión. Cuenta que por estos días está editando unas piezas verdes sobre los efectos del metano, con Bodoque como protagonista, que serán exhibidos en la próxima COP en Brasil.
Díaz es cauto, sabe que el entusiasmo de esta semana bajará con el paso de los días. Por eso enfatiza: “31 minutos, por sobre todo, siempre tiene que ser divertido y ausente de gravedad. Si eso no se cumple pierde su razón de ser. Con situaciones como la del Tiny uno se pone aleccionador, serio, bueno para aconsejar, profundizar en sus propios pantanos -la melancolía en mi caso- y presumir de lo bien que hace su trabajo. Pero eso hay que manejarlo con discreción. Nuestra pega es entretener y emocionar, sobre todo a los niños, y cualquier cosa que nos desvíe de ese camino, nos aleja de 31 minutos. El exceso de conciencia de un evento como este puede ser fatal. Rápidamente debemos volver a ser los mismos de siempre. Tenemos la responsabilidad de no pisar el palito. De no creernos la raja, es difícil”.

Estandarización y permisología creativa
El caso de éxito de 31 minutos es muy particular y eso explica en parte el cariño que produce en sus seguidores. “Somos un grupo de personas independientes, sobre todo editorialmente. Tenemos vínculos operativos con grandes empresas como Amazon, pero total libertad creativa. Hemos sido perseverantes y testarudos. Vivimos en función de unos personajes de tela y botones hace más de 20 años. Eso es tan genuino, que genera cosas únicas también”, dice en antítesis a lo que denomina “corporativización del talento creativo”.
“No buscamos que nos compre Disney. Ese sueño no existe en 31 minutos, queremos ser nosotros mismos: tres socios que nos ampliamos a un grupo de colaboradores y amigos. Yo así he podido pagar dividendos y los colegios de mis hijos. No es que sea millonario ni nada por el estilo, pero la mayoría de las productoras audiovisuales trabajan en condiciones muy precarias”, recalca.
“Si a alguien se le ocurriera 31 minutos hoy, no habría dónde ponerlo. Te dirían: ‘ya, pero a qué segmento se dirige, tiene que ser paritario, incluir minorías’. Una cantidad de normativas estúpidas para contenido que termina siendo muy aburrido. Se supone que con las plataformas de streaming se abriría el abanico de alternativas, pero hay un modelo estandarizado que subestima al público de manera ridícula. Hay un tipo de ejecutivo creativo que todo lo tiene que normar, algo que va muy en contra precisamente de la creación. Se establecen una cantidad de reglas, de preceptos…
-¿Una “permisología” creativa?
-Absolutamente, y, además, autoimpuesta, que yo creo no funciona. El mundo creativo en general, sobre todo el de los guionistas, es muy esclavizante. Siempre estás dependiendo de ideas preconcebidas, de Biblias, estudios de mercados, segmentación, etc.. Un matapasiones permanente de la creación. Pero si piensas, a las películas chilenas que les ha ido bien este año curiosamente son historias locales, como Denominación de origen de Tomás Alzamora que cuenta la rivalidad entre Chillán y San Carlos por la longaniza, la cinta de Roberto Parra de Boris Quercia, o el documental de los que buscan oro en Tierra del Fuego.
-Dentro de los debates post Tiny Desk, algunos de ellos politizando el fenómeno, celebran que 31 minutos no dependa de fondos públicos. Sin embargo, el programa nació en 2003 por las pantallas de TVN con un fondo de CNTV.
-Sería muy hipócrita si dijera que no se necesita apoyo público, porque lo tuvimos. Pero también hay muchas productoras que entran en una dinámica de vivir sólo de fondos. Y cada vez que tienes que postular y rellenar ‘a qué público está dirigido’, estás muriéndote por dentro.
Cuando habla de industria cultural, es crítico. No puede evitarlo. Sabe que el mundo de la entretención es complejo, pero plantea que las cosas se podrían gestionar mejor: “El problema es que los fondos se volvieron voluntaristas y la televisión pública obedece a intereses miserables. TVN ya está acabado, siguen poniendo al político cesante a cargo y en el directorio puros favores pagados. En el canal tienen ocho estudios extraordinarios que podrían estar usando para todo tipo de producciones, pero no está el Estado involucrado. Entendemos promover un sector industrial cuando se trata de minería o agricultura, pero cuando se trata del cine es ‘plata para unos flojos’. Y el problema es que muchos de ellos tampoco han dado mucha garantía de que no sean flojos”.
-¿Era este el gobierno que podría haber hecho algo distinto con TVN?
-No, porque lamentablemente el Frente Amplio es mediocre. Es una generación que quizás les tocó peor educación, sus ambiciones son fomes, su estética es aburrida. El presidente Boric a mí me cae muy bien, lo encuentro un tipo capaz e inteligente, pero su mundo también es acotado. Preferiría un poquito más de sentido del cargo en términos de soñar en grande y aspirar a algo mayor.
La rareza de la buena onda
De la inmensidad de comentarios y reacciones que ha recibido el Tiny desk de 31 minutos, su cocreador dice que le impresionó cómo, desde muy temprano el lunes, aparecieron comentarios desde Nueva Zelanda, China, Japón. “Era como el reporte de las elecciones cuando salen los primeros votos desde los países más lejanos”, dice. Hay muchos lugares donde sienten 31 minutos como algo propio, explica. Eso tiene que ver porque desde un principio ellos dejaron que se pirateara. Hay países de Centroamérica donde se emitió el programa de televisión, aún sin derechos ni ningún vínculo formal. “Luego YouTube fue nuestro gran espolón, un rompehielo”, agrega.
-En redes sociales se vivió una especie de hermandad latinoamericana celebrando el suceso.
-Es que hay demasiada miseria en las redes sociales, entonces es rara la buena onda.
Díaz confiesa que últimamente sigue a René Puente, más conocido como Tío Rene o Loco Rene, un popular personaje viral en redes sociales. “Chile es un país ‘tíorenerizado’. La gente se trata con violencia en la calle, incluso entre amigos. Con un volumen demasiado alto, con garabatos, ruidoso, mala onda, sucio. Para las personas mayores que viven en poblaciones, tan violentas como las balas, es el trato violento que predomina hoy”, reflexiona.