Dice “ciego”, no usa el término “no vidente”. También explica en sus videos de Instagram que lo correcto es hablar de “discapacidad” y no de “capacidades diferentes”. En el jardín del edificio donde vive, en Matta con Vicuña Mackenna, Erik Rodríguez Cisternas habla de su vida y de sus sueños.
Es ágil con el bastón, pero cuenta que está lesionado. En junio se cortó los ligamentos de la rodilla al salir de la sucursal del Banco Santander, en Bandera con Agustinas, donde trabaja hace casi 10 años como especialista de calidad de servicios. “El bastón avisa mucho, pero como conozco la zona me confié y justo ese día sacaron una tapa de la vereda. En general tengo muy buena orientación, no recuerdo la última vez que choqué con un poste”, comenta.
Crecer sin ver
Tiene 35 años y es oriundo de Quilpué. Estudió Administración en Recursos Humanos y se trasladó a Santiago hace una década. Nació sin vista debido a una amaurosis congénita de Leber, condición genética originada por la combinación de cromosomas de sus padres. Tiene un hermano menor, de 22 años, que también es ciego y es influencer de perfumes. Juntos han grabado varios videos de humor.
“En Quilpué éramos uno o dos ciegos. La primera etapa escolar fue dura porque los colegios le decían a mi mamá que no tenían las herramientas para ocuparse de mí. Hasta que en tercero básico llegamos a un colegio donde había un profesor ciego y ahí no me moví más. Él me enseñó braille, a sumar, a restar y a usar el bastón para orientarme en la calle. La educación de un ciego a otro ciego fue súper completa. Ese profesor me cambió la vida. Es como mi segundo papá”, relata.
Desde niño, dice, fue hiperquinético y travieso. Su madre le cuenta que sufría al llevarlo a cumpleaños infantiles: “Yo dejaba la escoba, me ponía a saltar en los sillones, me caía todo el tiempo, agarraba a los cabros más chicos como marionetas”.
—¿Nunca te acomplejó ser ciego?
—Es que en mi casa nunca se habló de la ceguera. Creo que mis padres, inconscientemente, no lo quisieron asumir. A los cuatro años yo andaba en triciclo, chocaba con las paredes, me sacaba la cresta. Pero fue una negación que me trajo cosas positivas porque me pude desarrollar mejor y no sobreprotegido. A los 14 años ya andaba en fiestas con mis amigos.
—¿Te costó hacer amigos?
—No, siempre fui organizador. Busqué ese camino para integrarme. Era de la directiva del curso. Arturo Prat del 21 de Mayo. El que bailaba la cueca el 18. Pero no porque fuera un niño ejemplar, sino por divertido. Me gustaba planificar cosas buenas… pero malas también.
“Yo digo ‘ciego’. Por años se ha minimizado ese concepto o la sociedad lo demonizó. Pero si no mostramos la realidad o la disfrazamos, la gente nos sigue infantilizando. A veces una persona de 1,50 m te dice ‘cieguito’. ¿Por qué me dice así si soy más alto? Eso tiene arraigada una lástima. Mi postura es: exijo mis derechos, cumplo mis deberes, pido respeto. Soy orgulloso de ser ciego, siempre lo digo. Hace un par de años mi doctor me dijo que hay nuevos tratamientos en EE.UU. para que personas con mi diagnóstico recuperen la vista. Me preguntó si quería ser conejillo de Indias. Le dije que no. No me interesa ver porque nunca vi, no lo necesito. He podido cumplir todos mis sueños y metas”.
—Tienes tu propia visión del mundo, literalmente.
—Total. Para mí la ceguera es un plus. Me hace entregar un mensaje diferente; la gente te pone un poquito más de atención porque escucha algo que sale de lo común.

Un 7 en la cancha
Es seleccionado de fútbol de ciegos con el número 7. De niño jugaba pichangas con sus primos en la cancha de El Belloto. Le ponían una bolsa a la pelota para que sonara. No siempre le achuntaba, comenta entre risas, pero le enseñaron a conducir el balón y a pegarle con efecto.
A los 18, un amigo le avisó que en Quillota realizaban un evento deportivo para no videntes. Allí conoció el balón oficial de fútbol para ciegos, que tiene seis placas sonoras. Como ya tenía práctica, destacó y en 2013 llegó a la selección por primera vez. Entonces, el equipo estaba en pañales: jugaban en plazas cerradas con mallas de kiwi para que la pelota no se escapara.
“Precario total. Cualquiera llegaba a probarse, no había filtro”, recuerda. Hoy la selección es mucho más profesional. Rodríguez jugó en los Panamericanos de 2015 en Toronto y desde entonces ha viajado por distintas ciudades del mundo. Señala que la carrera de los futbolistas ciegos es más larga: “El mejor jugador ciego del mundo, Ricardinho de Brasil, tiene 39 años”.
En los Juegos Parapanamericanos Santiago 2023 tuvo su momento de fama. Contactó al barbero de Alexis Sánchez para pedirle un diseño llamativo: Fiú, el popular pájaro de siete colores, mascota del evento. Funcionó: la gente le pedía fotos y lo entrevistaron en televisión.
Chile hoy ocupa el puesto 13 del ranking mundial. “Estamos muy bien, pero no tenemos auspicios”, lamenta. Él entrena seis días a la semana por las tardes, tras su jornada laboral. “Debería haber una política de Estado que diera facilidades laborales a quienes representamos al país”, plantea.
El sueño televisivo
Uno de sus videos más virales explica cómo ayudar a una persona ciega a cruzar la calle. “Me ha pasado tres veces que voy a cruzar un semáforo y alguien me dice: ‘Disculpe, lo ayudo’ y me va dando instrucciones’. Cuando les comento: ‘¡qué bien guía usted!’ Y me responden: ‘Es que lo vi en su video’. ¡Wow!, ahí sí que se me infla el pecho. Su propósito: que la inclusión se entienda como algo real, no desde la lástima, sino desde la buena onda. “La inclusión con humor deja un recuerdo y cuando recuerdas algo es más fácil que generes un cambio”.
Su último video, publicado hace una semana, acumula 650 mil “me gusta” y más de 100 mil compartidos. Muestra la cafetería Conectar, en Providencia, donde trabaja personal con síndrome de Down. “Ahora me escriben de todas partes, pero yo tengo mis filtros. Hay lugares que trabajan para la inclusión pero que no emplean personas con discapacidad. A mí me interesa que se vea que las personas con discapacidad pueden trabajar. Por eso el de la cafetería tuvo tanto éxito, porque mostré que una persona con síndrome de Down atiende a una persona ciega. Muchas personas comentan: ‘Son ángeles’. Yo les respondo: ‘Los ángeles están en el cielo, estas son personas que buscan oportunidades de desarrollarse’, comenta”.
Trata de responder todos los comentarios para generar comunidad. Se lleva bien con la tecnología. En su teléfono tiene instalado el software VoiceOver con el que navega apps y redes. Erik incluso es validador de Apple: prueba equipos y entrega informes de accesibilidad.
Además, trabaja con una manager que lo conecta con marcas. No ha sido fácil, dice, porque algunas se complican. “Creen que tienen que ponerme una rampa para invitarme a un evento y yo perfectamente subo escalones. Es básicamente desinformación, mi manager está haciendo la labor de educar”. Actualmente está realizando una campaña para Cabify. Organiza exhibiciones de fútbol para ciegos en empresas. Les ponen vendas en los ojos y juegan a la pelota, de manera de vivir la experiencia.
También invita a humoristas e influencers a recorrer la ciudad “a ciegas”, como Pollo Castillo o Estúpido y sensual Spiderman. “No me gusta que sólo se muestre el esfuerzo; se puede hacer distinto. Cuando el influencer se tropieza o choca, la gente se ríe”.
—¿Te gustaría dedicarte a ser influencer?
—Me gustaría llegar a la televisión. Aunque las redes tienen alcance, la tele sigue siendo un medio estable. Hay pocas personas con discapacidad en los medios. Me gusta sentir que es un objetivo. La radio también me gusta porque es descriptiva. Y estoy tomando clases de stand up comedy con el Indio de Dinamita Show.
Está pololeando, pero no quiere casarse ni tener hijos: “No es algo que me haga falta. Quiero disfrutar, viajar, conocer”.
— Quienes vemos, al planear un viaje generalmente imaginamos una postal. ¿En qué piensas tú cuando escoges un destino?
—Me gusta la playa, con agua calentita, ojalá tropical. Pienso en jugos, en buena gastronomía, música, fiesta. No en paisajes.
Se enamoró de Florianópolis, ha ido dos veces. También ha visitado Buzios y quiere ir a Cartagena de Indias. El año pasado viajó a Sevilla por un torneo y luego pasó un mes en Barcelona, Madrid y Roma, usando un GPS llamado Lazarillo.
—¿En el extranjero la gente interactúa mejor con la ceguera?
—Sí, porque interactúan mejor entre ellos. La mayor barrera acá —con o sin discapacidad— es cultural. Los flaites hablan de una forma y los que están en lo más alto hablan de otra; sólo se entienden entre ellos. Eso habla de separación.
Para cerrar, Erik se pone serio: “El 23% de las personas con discapacidad en Chile —1,7 millones— no tiene empleo, muchas veces por desinformación. Invito a las empresas a informarse sobre las adaptaciones necesarias. La diversidad genera equipos de alto desempeño”.
Se despide con su frase de sello en redes: “¡No nos vemos!”.