Durante meses, las promesas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de poner fin a la guerra de dos años en Gaza han sonado a palabras vacías.
Aunque ha arremetido repetidamente contra Hamás, advirtiendo de que “lo pagarán muy caro” si no liberan a los rehenes que retienen en la franja sitiada, en esencia ha dejado la vía libre al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, para que continúe el implacable asalto de Israel al enclave palestino.
Hasta ahora. Finalmente, Trump ha mostrado su disposición a utilizar el peso de Estados Unidos para presionar tanto a Israel como a Hamás para que ambos acepten los términos de un alto el fuego y la liberación de los rehenes. Esta es la primera fase de su plan de 20 puntos que establece las condiciones para la eventual retirada israelí de Gaza, una nueva estructura de gobierno para la Franja de Gaza y la enorme tarea de su reconstrucción.
Después de que las partes beligerantes aceptaran el miércoles el acuerdo de intercambio de rehenes por prisioneros, los cautivos israelíes, retenidos en condiciones infernales durante dos años, deberían ser liberados en unos días, poniendo fin al calvario que han soportado ellos y sus respectivas familias. Las armas israelíes deberían bajarse en Gaza y debería comenzar a llegar una oleada de ayuda a la devastada Franja de Gaza, lo que supondría un respiro para una población que ha soportado un sufrimiento inconmensurable.
Si el acuerdo se mantiene y pasa a la siguiente fase, supone un éxito enormemente significativo en materia de política exterior. Incluso, podría empañar la alegría con la que Trump ha afirmado ser el candidato más digno del Premio Nobel de la Paz.
Pero sigue siendo una gran incógnita. El verdadero reto para Trump es garantizar que el acuerdo vaya más allá de un intercambio de rehenes y conduzca a una solución permanente en Gaza, con los temas más complicados aún por negociar.
El presidente estadounidense merece reconocimiento por haber convencido a Netanyahu de que aceptara un acuerdo con un grupo militante al que ha prometido repetidamente “destruir por completo” desde que el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 mató a 1200 personas y desencadenó la guerra.
Pero el gobierno de extrema derecha de Israel ha dejado claro que, hasta ahora, solo ha firmado la primera fase del acuerdo. Esto supone lo que Netanyahu lleva tiempo buscando: la liberación inmediata de los 48 rehenes restantes, 20 de los cuales se cree que siguen con vida, mientras Israel mantiene sus fuerzas en Gaza.
Aún no se ha comprometido con otros elementos de la segunda fase del acuerdo, que incluiría un comité tecnocrático palestino que se haría cargo de la administración de Gaza, supervisado por un organismo internacional —dirigido por Trump— y el despliegue de una fuerza de estabilización compuesta por tropas extranjeras.
Netanyahu también insiste en que Israel mantendrá el control total de la seguridad en la Franja de Gaza y se opondrá firmemente a cualquier medida que aumente el papel de la Autoridad Palestina —que administra partes limitadas de la Cisjordania ocupada— en Gaza, algo por lo que presionan los estados árabes y musulmanes.
También se espera que el primer ministro israelí se enfrente a la resistencia al acuerdo por parte de los políticos de extrema derecha de los que depende para mantener unida su coalición. Algunos ya han dicho que se opondrán al acuerdo, aunque, por ahora, no han llegado a amenazar con derrocar al gobierno de Netanyahu.
Un primer obstáculo será si Israel y Hamás pueden ponerse de acuerdo sobre una lista de prisioneros palestinos que serán liberados a cambio de los rehenes, en particular entre los 250 que cumplen cadena perpetua.
Por otro lado, Hamás —con su capacidad militar a la baja, muchos de sus líderes asesinados y bajo la presión de las naciones árabes que han respaldado el acuerdo— ha aceptado que no gobernará Gaza, que controla desde 2007.
Pero aún tiene que aceptar el desarme, que es una parte fundamental de la segunda fase del plan de Trump y que, en la práctica, supondría su rendición militar. Hamás también quiere negociar los inciertos plazos de la retirada de Israel de Gaza, que Netanyahu ya ha modificado a su favor, según un diplomático informado sobre las conversaciones.
El temor de los habitantes de Gaza —y de Hamás— es que se repita el último acuerdo de alto el fuego y liberación de rehenes negociado por Estados Unidos. Netanyahu rompió ese acuerdo en marzo, justo cuando estaba a punto de entrar en vigor la segunda fase, destinada a allanar el camino para el fin definitivo de la guerra y la retirada de Israel de la Franja de Gaza.
En ese momento, había docenas de rehenes aún atrapados en Gaza y el número de palestinos muertos se acercaba a los 50.000. Hoy en día, según funcionarios palestinos, son más de 67.000, y el norte de la devastada Franja de Gaza está sumido en una hambruna provocada por el hombre, según expertos de la ONU.
El hecho de que tanto Israel como Hamás hayan aceptado al menos la primera fase del plan de Trump subraya la diferencia que puede marcar un presidente estadounidense comprometido cuando está dispuesto a ejercer presión sobre ambas partes. La tragedia, para los habitantes de Gaza, los rehenes y sus familias, es que se haya tardado tanto en dar este primer paso.
Trump guardó silencio cuando Netanyahu rompió por primera vez el alto el fuego en marzo, a pesar de que su equipo ayudó a negociarlo, y reanudó la ofensiva de Israel e impuso un asedio de 11 semanas a Gaza que provocó una hambruna en el norte de la Franja de Gaza.
La administración Biden se mostró igualmente dócil a la hora de utilizar la influencia de Estados Unidos para presionar a Israel.
La prueba decisiva ahora es si Trump se atribuirá el mérito cuando –y si es que– se libere a los rehenes, o si seguirá haciéndose responsable del acuerdo y obligará a tanto a Netanyahu como a Hamás a cumplir la completa aplicación del plan.
Si resulta ser otra promesa vacía, sería una catástrofe para los palestinos, un desastre para un Israel cada vez más aislado y un duro golpe para las esperanzas de paz en Medio Oriente.