VIP son las iniciales que se acostumbra a asociar a un tipo de servicio para personas famosas o socialmente relevantes. Y ese fue precisamente el nombre que hace 15 años tomó un ex ejecutivo del grupo Turbus, Carlos Salamé Coulon, para iniciar un negocio en el rubro transporte: Transvip.
Ocurría que en 2010 el servicio de transportes de buses y de minibuses al aeropuerto los tenía como sub concesión el grupo Turbus, ligado a la familia Diez. Y el nuevo concesionario del aeropuerto en esos años, SCL, objetó por normas antimonopolios ambos mercados en una mano.
Así, Turbus decidió vender el negocio de los minibuses y quedarse sólo con los buses, que le daban más economías de escala. Y a Salamé, que había trabajado incluso en la desaparecida aerolínea Avant, se le ocurrió comprar el negocio en venta, partiendo esta aventura con sólo 25 máquinas. Y le puso Transvip, pensando en insertarse en los servicios compartidos de transportes al aeropuerto -para ocho a 10 personas-, en un modelo accesible en precio, pero “VIP”.
Este modelo se basaba en entregarle en leasing a los conductores las máquinas para que éstos se convirtieran en empresarios, de modo que realmente funcionaran como un servicio de alto estándar y no sólo como choferes: puntuales, con máquinas impecables y buen servicio. Para Transvip, el negocio y sus ingresos vendrían de una comisión.
Salamé le pegó el palo al gato. La firma creció, sumó otras licitaciones en otros aeropuertos, como Calama y Antofagasta, incorporó un socio, armó un gobierno corporativo y está internacionalizándose.
Socio y excompañero
El primer crecimiento de Transvip vino al sumar empresas, como Latam, que les comenzaron a pedir el transporte de las tripulaciones. Luego, vinieron los clientes corporativos, como Telefónica, para los que Salamé tuvo que crecer en flota, con la compra de autos para servir a estos nuevos clientes, a los que se sumaron también pedidos particulares. De allí surgió la necesidad de sumar socios, llegando el consultor Gabriel Bitrán como accionista, que había sido compañero de colegio de Salamé.
Hasta que la llegada de Uber y las aplicaciones de viajes sin duda se transformaron en una amenaza al negocio, porque centraban los pedidos en un simple celular. La decisión de los socios fue, en vez de resistirse al cambio, asumir el salto tecnológico. Por ello, firmaron un acuerdo con una empresa tecnológica de India, Jungleworks, para que les hiciera el desarrollo de una app propia para Transvip -con código-, para que los conductores pudieran ir tomando en línea pasajeros, similar al modelo Uber.
Este cambio significó también que aplicaran una radical transformación en el gobierno corporativo, porque se necesitaba un recambio en el talento tecnológico. Así salió Carlos Salamé de la gerencia general, para transformarse en presidente del directorio, en una mesa recién creada y a la que aparte de los socios integraron profesionales externos de renombre: al abogado Gerardo Varela, Paul Miquel, y Eduardo Novoa Castellón. Y se dotaron de altos ejecutivos venidos precisamente del mundo de las aplicaciones. Como CEO aterrizó Santiago Caicedo, quien venía de Uber, un colombiano que llevaba un año a cargo de la aplicación en Chile. Y como gerente de operaciones, llegó Ignacio Lucero, desde Cabify.
“Ecosistema de movilidad”
En la actualidad Transvip suma una flota de poco más de 300 minibuses -con unos 220 microempresarios tras ellos-, más unos 1.200 autos para el segmento corporativo y particulares. Y si bien Transvip logró hace unos días adjudicarse una nueva licitación para atender al aeropuerto hasta febrero de 2031, el hecho de depender de estos procesos de los concesionarios de aeropuertos, sumado a eventos como el estallido social y la pandemia, han hecho que el gobierno corporativo de Transvip haya empujado por ampliar el radio de acción, de modo de minimizar aquel riesgo de las licitaciones.
Así, junto con debutar en el segmento industrial, abasteciendo a faenas mineras, silenciosamente comenzó un plan de diversificación y crecimiento, cuya primera parada fue su internacionalización a México, con la firma Karri, una unidad de transporte de carga que nació en Chile como salvavidas para enfrentar la pandemia, pero que expandieron al país azteca, sin socios, y en un modelo greenfield (de cero), viendo las opciones que se le abrían de crecer tanto en el segmento de última milla al cliente final, como en la primera milla, abasteciendo tiendas y centros de distribución, desde puertos y aeropuertos.
Este negocio, confirma el CEO Santiago Caicedo, ya les está aportando ventas por cerca de US$ 9 millones, que se suman a los ingresos por cerca de US$ 50 millones que la firma computa en Chile con los negocios matrices: US$ 15 millones al año que les aporta el segmento de las licitaciones de aeropuertos; otros US$ 25 millones al año que es el negocio corporativo y US$ 10 millones anuales en el rubro no corporativo.
“La estrategia corporativa de Transvip es diversificar. Seguir dando un buen servicio al aeropuerto y creciendo, pero que no sea nuestro único y principal negocio, que ojalá cada vez pese menos dentro del total de ingresos y seamos menos dependientes de ese contrato”, dice el CEO de la firma, pensando en que además la tasa de crecimiento de los pasajeros en el terminal está casi sin crecimiento, con tasas del 1%.
Por lo mismo, la firma está buscando en lo inmediato llegar a México con el negocio de pasajeros. Y también llevar el negocio de pasajeros a Perú y a Colombia, sin descartar a Karri en este plan. “Ha habido conversaciones con algunas empresas en Colombia. Y una estrategia válida es comprar una empresa”, anticipa Caicedo.
Asimismo, buscan ampliarse a un nuevo giro: la provisión de estacionamientos remotos, pensando en instalarse en las cercanías de terminales como el de Santiago, en Enea por ejemplo, para dar el servicio de renta de “larga estadía”. O sea, renta mientras los clientes viajan, que es distinto del modelo del aeropuerto, de renta por horas de dejar y recoger pasajeros. “Estamos creando un ecosistema de movilidad”, resume el CEO.