Bachelet: Cuba, el Papa y su futuro político
A diferencia de 2010-2014, cuando asumió un cargo ejecutivo en la ONU marcando cierta distancia con Chile, la socialista desde fuera de La Moneda cumpliría un papel de mayor actividad desde la oposición.
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El lunes por la tarde, cuando en Chile eran pasadas las ocho de la noche, Michelle Bachelet y Raúl Castro se vieron por primera vez en un salón del Consejo de Estado, uno de los edificios que componen la Plaza de la Revolución de La Habana, donde tiene sus oficinas el presidente y se realizan las visitas oficiales. Proyectado en la década del 40, construido en los 50 y refaccionado en los 60 –con Fidel Castro ya en el poder–, el salón que recibió a la socialista estaba ambientado en la montaña de la Sierra Maestra, uno de los referentes de la mítica del castrismo.
Afuera caía una tarde anaranjada, luminosa y sutilmente cálida, mientras adentro el anfitrión y la invitada se saludaban con los himnos de la guardia de honor de fondo. Luego de saludos protocolares a sus respectivas delegaciones –con la seguridad estricta del régimen observando que todo resultara perfecto–, una reunión ampliada de los representantes de Chile y Cuba que luego de 15 minutos dio paso a la mayor actividad política de Bachelet en su gira de dos días a la isla: un encuentro privado con el presidente cubano, que se prolongó por una media hora.
¿Qué ocurrió en esos 30 y tantos minutos, casi 40?
La gira a Cuba le ha resultado costosa a la Presidenta. Mucho ruido desde que se conoció a fines de diciembre y muchas explicaciones incluso durante el viaje a La Habana. Las críticas comenzaron desde el Parlamento chileno, donde un grupo transversal de congresistas de ambas cámaras le pidieron que rechazara las violaciones a los derechos humanos. Luego se ampliaron a figuras internacionales como Yoani Sánchez, uno de los rostros de la disidencia. La misma jornada en que la Presidenta aterrizaba en Cuba –el pasado domingo–, escribió que la cercanía de Bachelet a La Habana “está marcada por una nostalgia ideológica”. El propio presidente electo, Sebastián Piñera, la criticó desde Santiago mientras en la capital cubana la Presidenta se reunía el lunes con el cardenal Jaime Ortega, una de las figuras que posibilitaron los acercamientos entre Cuba y Estados Unidos durante la Administración de Barack Obama. “Si yo fuera presidente y visitara Cuba, me reuniría con la disidencia”, señaló el futuro mandatario.
El problema de fondo es que no se logra comprender –o el gobierno no lo supo explicar de forma adecuada– las razones para haber emprendido un viaje que no estaba en la agenda de la Cancillería. Se desconfía, por tanto, de los motivos que impulsaron a la Presidenta a aceptar ahora una invitación que Castro venía reiterando a Bachelet hacía un tiempo largo, según explicó en medio de la gira el embajador de Chile en Cuba, Ricardo Herrera. El Ejecutivo trasmitió oficialmente que la principal razón era el fortalecimiento de una agenda de cooperación y comercial –actualmente existen 52 millones de dólares de inversión chilena en Cuba–, pero no pareció una razón suficiente para los críticos. Por las consideraciones políticas que conlleva, un viaje a Cuba no es uno cualquiera y aunque esta gira fue discreta en comparación a la de 2009 de la propia Bachelet –la primera de un presidente luego de la Unidad Popular– levantó suspicacias justamente por su sencillez: una gira sin representantes del gobierno –salvo el ministro de Economía, Jorge Rodríguez Grossi–, ni parlamentarios ni grandes figuras del empresariado.
La reunión en el Palacio de la Revolución
¿A qué fue Bachelet a Cuba, entonces?
En esos 30 o 40 minutos a solas, Castro y Bachelet habrían hablado de asuntos como la protección del medioambiente y, en especial, de los océanos. Chile ha tenido cierto liderazgo en esta materia y Cuba estaba interesada en conocer los detalles de esos avances. En el encuentro se habría abordado, a su vez, la sucesión en Cuba.
El próximo 19 de abril, el Parlamento cubano definiría el nombre del próximo presidente, según un cronograma que ha sufrido algunas postergaciones. De acuerdo a lo que habría comentado el propio Castro en la cena que se celebró luego del encuentro bilateral –donde al líder cubano se le vio especialmente abierto–, Cuba está interesada en seguir manteniendo una relación con Estados Unidos, pese a que la apertura se ha dificultado con la administración de Donald Trump.
El presidente cubano, en ese sentido, se habría mostrado partidario de la idea de que ambos países siguieran adelante con el proceso de acercamiento emprendido, al margen del liderazgo de turno.
Pero un tercer tema que se habría tocado entre Castro y Bachelet –el de mayor relevancia- habría sido la cuestión regional y, en particular, la situación de Venezuela. Chile participa en la mesa de diálogo integrada por México, Bolivia y Nicaragua que busca acercar posiciones entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición. Cuba es uno de los países de mayor cercanía con Caracas y Bachelet –una figura con rango internacional–, habría llegado a La Habana para acercar posiciones con miras a fechas importantes que se aproximan en el proceso de diálogo.
Con la cuestión venezolana de fondo se explicaría, de alguna forma, la discreción y las explicaciones poco convincentes respecto del viaje a La Habana. Probablemente, con la esperanza de que el otro momentum de este enero 2018 –la visita a Chile del Papa Francisco– juegue a favor de Bachelet en las últimas semanas de su mandato. A diferencia de la visita que realizó Juan Pablo II en 1987 –cuando las razones eran evidentemente políticas–, la llegada de Francisco a Chile no es comprendida totalmente por algunos sectores. Sea como fuere, la oportunidad –a menos de dos meses de dejar La Moneda– no puede ser sino positiva para la Presidenta saliente. A La Moneda este viaje no le incomoda en absoluto, la propia Bachelet lo promovió a través de su cuerpo diplomático y la fecha –con la presidencial despejada–, evita ahora que la visita del Papa pueda ser un factor político.
La visita del Papa es pura ganancia para Bachelet, a no ser que el Sumo Pontífice –desconociendo las advertencias– se salga nuevamente de libreto en asuntos delicados como la demanda marítima boliviana.
El papel activo desde Chile
A diferencia de lo que ocurrió cuando dejó su primer gobierno en marzo de 2010 y en septiembre se radicó en Nueva York para liderar ONU Mujeres –un organismo que se había formado recientemente–, Bachelet asumiría ahora otro tipo de papel en la política chilena luego de dejar La Moneda en este segundo mandato. A comienzos de la década, la médico socialista apenas intervino, probablemente condicionada como funcionaria internacional, impedida de realizar declaraciones políticas de sus respectivos países. Aunque en esos cuatro años fue una protagonista simbólica –tanto para el gobierno de Piñera como para la centroizquierda, pendiente de su regreso– estaba radicada fuera de Chile y nadie a ciencia cierta conocía sus opiniones con respecto a lo que ocurría en el país.
Hasta ahora sabemos que tiene ofertas de trabajo tanto en organismos internacionales, ONG globales y universidades. Sabemos, a su vez, que a partir de junio liderará ad honorem el programa Alianza para la Salud Materna, del Recién Nacido y del Niño de la Organización Mundial de la Salud, en reemplazo de la viuda de Nelson Mandela.
Desde hace unos meses se sabe que participará en un nuevo organismo mediador de conflictos internacionales de Naciones Unidas, para el que fue convocada por el propio presidente, António Guterres, y que seguirá integrando Every Woman, Every Child, un grupo consultivo de alto nivel de la ONU. Pero ninguna de estas tres ocupaciones harán que Bachelet deje de vivir en Chile ni son cargos ejecutivos que le impidan ejercer un papel de mayor protagonismo en la política chilena. Ninguno, siquiera, le ocupa demasiado tiempo.
No sabemos, sin embargo, los verdaderos planes de Bachelet, aunque esta semana dio algunas luces. El miércoles, al ser consultada por su trabajo en la OMS, la Presidenta sugirió por primera vez que va a ejercer cierto liderazgo desde la oposición: “La verdad es que yo me voy a quedar en mi país, porque amo a mi país, porque creo que uno tiene que seguir aportando dentro de la medida de sus posibilidades y porque estoy disponible para que defendamos todas las reformas que hemos hecho y que tiene que ver en beneficios para ustedes”, señaló la Presidenta, a menos de dos meses de dejar el poder.
Como decía Felipe González, los expresidentes son siempre incómodos, como los jarrones: nadie sabe bien el mejor lugar para instalarlos. Pero por las palabras de Bachelet se puede aventurar que a partir de marzo no se conformará con ser una exmandataria alejada de la coyuntura ni solo observante. Habló de defender las reformas porque, como es bien sabido, está convencida que en este segundo mandato corrió la cerca de lo posible y Chile se transformó en una sociedad de derechos.
La Presidenta tiene razones íntimas para quedarse en el país. Su madre, Ángela Jeria, tiene 91 años. Su hija del medio, Francisca, hace algunos meses volvió al país luego de varios años radicada en Buenos Aires. Ya lejos de La Moneda, por otro lado, probablemente pueda intentar reparar las fracturas familiares que se produjeron luego de Caval.
Pero también tiene razones políticas para no irse. Desde qué lugar, lo sabremos dentro de poco. Probablemente, se parezca más a un Ricardo Lagos que a Bachelet 2010-2014.