Política

Kathya Araujo y el proceso constituyente: “Había una promesa de diálogo social que no se cumplió”

La investigadora de la vida social chilena –que echa de menos un pacto social y político– asegura que “hemos vivido en una estructura confrontativa, excluyente, que ha sido social y políticamente promovida”. Y analiza: “La sociedad no ha dejado de estar irritada; la sociedad está cada vez más irritada”.

Por: Rocio Montes | Publicado: Jueves 14 de abril de 2022 a las 04:00 hrs.
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Fotos: Julio Castro
Fotos: Julio Castro

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Cientista social influyente, de las voces que mayormente se ha escuchado luego de octubre de 2019 por sus rigurosos estudios previos sobre la vida social chilena, la sicóloga y doctora en estudios americanos Kathya Araujo analiza el actual momento sobre la base de los trabajos cualitativos que realiza desde la Universidad de Santiago y que la llevan –junto a otros investigadores– a trabajar en el campo, es decir, escuchando y observando en terreno los asuntos que le preocupan a la sociedad.

Autora de una veintena de libros como “Habitar lo social”, los trabajos que realizó desde el Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías del Poder resultan iluminadores para intentar comprender el momento y las complejidades de la sociedad chilena. Identifica, para comenzar, un problema inicial: “El país tiene un problema con la temporalidad, que es muy difícil de resolver. El aceleramiento juega un poco en contra. Pero construir una sociedad, especialmente cuando se trata de una sociedad que está en momentos de transformación, requiere tiempo, paciencia. No tanto ‘Vamos aplacando la crisis, vamos enterrando la crisis’, sino: ‘Vamos viendo cómo salimos de aquello que provocó la crisis”, asegura en esta entrevista que se realiza en su oficina del centro de Santiago.

“Es absurdo estar poniendo todos los huevos en la canasta de la Convención. Desde que ocurrió el estallido del 2019, una de las cosas que se tendría que haber hecho es haber promovido un pacto político de gobierno –un plan transversal–, con metas generales”.

–Usted ha dicho que los tiempos de la convención eran muy acotados.

–La convención constitucional ya tenía unos tiempos de elaboración que eran extremadamente cortos. Y, claro, hoy es muy difícil la conversación de si se alarga o no. Pero era previsible que iba a faltar tiempo, porque las conversaciones son de fondo. No me quiero meter en las propuestas, pero una cosa que yo sí creo que está al debe –y está al debe en general, de todas las fuerzas que están participando–, es que había una promesa de diálogo social que no se cumplió. Esto no tiene que ver con la mayoría ni con la minoría. Y no estoy hablando de diálogo político, sino de diálogo social, que se dé en sintonía con la realidad el país que muestran varios estudios.

–¿Cómo es esa realidad del país que se observa en las investigaciones?

–En Chile existe una pequeña minoría muy activa políticamente, de derecha e izquierda. Luego, hay muchas personas que sienten que no entienden mucho o se cansan por este tono tan alterado que pueden tener las conversaciones en el espacio público. Las discusiones son de un alto grado de complejidad y la gente piensa que no está concernida porque, finalmente, todo esto se resuelve entre gente que entiende lo que está pasando. Y, encima, está la aceleración que tiene el debate. Pero, justamente, el diálogo social implica el esfuerzo de convocar a estos sectores. Y eso es lo que requería tiempo. No se trata solo de una responsabilidad de los actores políticos de la convención, sino que existe una responsabilidad general de haber querido salir tan rápido de la crisis.

–¿De quién era la responsabilidad de tomar esta decisión?

–Esto le toca a la derecha, a la izquierda, al centro. Les toca a los movimientos, a todo el mundo. Es estructural y era obvio que esto no iba a poder darse con esas temporalidades. Se agravó, además, por las dificultades que hubo en la instalación y por la manera en que se ha establecido la conversación. Pero, más allá de quiénes son los actores, hubo una promesa de diálogo social que no ha sido cumplida, lo que me parece problemático. Se observa en la cantidad de personas que dicen que no están informadas, que tampoco les importa o en las oscilaciones entre aprobar y rechazar. Actualmente, es difícil decir qué es lo que realmente están proponiendo, porque todo cambia de una manera muy acelerada.

–Hubo, por ejemplo, intentos de diálogo social, con las iniciativas populares de ley…

–Pero el procedimiento, nuevamente, fue muy acelerado. Necesitábamos tiempo para tratar de resolver un problema que tomó mucho tiempo que se constituyera como una situación erosiva para la vida social, que no es reciente y que tiene una cantidad de aristas enormes, con puntos de vista muy distintos sobre cada una de estas aristas. Porque de la sociedad chilena si hay algo que uno tiene que reconocer es que es una sociedad muy plural. El debate es muy acalorado y apasionado –que me parece bien–, pero en tiempos muy comprimidos y con el costo de que este diálogo social, es una promesa al debe. Era un desafío reestructurar las maneras en que hacemos la conversación social.

“El riesgo que hay, básicamente, es que la sociedad se siga irritando más, con una vuelta a la normalidad que es una especie de negación de lo que nos ha ocurrido tanto con el estallido como con la pandemia”.

–¿Es solo un problema en la convención?

–No creo que sea solamente un problema de la convención. Cuando lo veo en función de mis estudios, resulta evidente que la solución no iba a ser solo la convención ni lo es. Es absurdo estar poniendo todos los huevos en la canasta de la convención. Desde que ocurrió el estallido del 2019, una de las cosas que se tendría que haber hecho es haber promovido un pacto político de gobierno –un plan transversal–, con metas generales y acordadas por las diferentes fuerzas políticas. Grandes conversaciones para algunos acuerdos macro que son transversales políticamente. Hay muchos países que han tenido momentos históricos en que se logra tener unos acuerdos transversales políticos del tipo: “Existen cinco cosas en las que vamos a acordar. Vamos a discutir cómo lo vamos a hacer, pero hay cinco cosas de las que no nos vamos a mover”. Pero, además, requerimos un pacto social. La salida no era solamente jurídica e institucional.

–¿Por qué considera necesario un pacto social?

–Hay un mundo social que está muy fracturado por diferentes razones y de diferentes maneras. Por un lado, hay una cierta fractura en términos de sectores socioeconómicos, representacionales. De mucha distancia y de mucha animosidad entre grupos socioeconómicos. Y luego, un mundo social que, como lo que he llamado en mis trabajos, se encuentra en una especie de estado archipiélago. Pequeños archipiélagos, pequeñas islas, que están cerca unas a otras, pero lejos de otros archipiélagos. Y esas islas a veces están juntas sin ni siquiera tener mucha conexión orgánica unas con otras, sino que están ahí, solo cerca. Entonces, un pacto social parece necesario para indicar: vamos a ver los puntos en que podemos acercarnos. Los gestos que tenemos que tener unos con otros como parte de la sociedad, no como parte de la política ni del mundo de la política.

–¿Hay espacio todavía para hacerlo?

–Es lo que tendríamos que haber hecho y que, pienso, todavía podemos hacer. No podemos poner todas las expectativas en la disputa del proceso constituyente. Porque, además, cuando la Constitución termine, vendrá un plebiscito y, si el plebiscito es aceptado, te demoras entre 10, 20, 30 años en que todo se convierta en algo que transforme. Se tienen que transformar leyes, instituciones, principios de las prácticas institucionales que no se escriben en ningún lado. Cambiar prácticas de las personas comunes y corrientes junto con visiones de mundo para poder construir otro mundo, independientemente de lo que salga. Pero es un cambio muy profundo. Y los cambios profundos requieren mucho tiempo, por lo que hay que ayudarlos a que ocurran, porque no van a ocurrir porque la ley lo dice. Si van a ocurrir será porque tenemos que tener unos pactos sociales más grandes y unos pactos políticos que nos den el sentimiento de que hay alguna manera en que podamos ponernos de acuerdo en algún lado para algunas cosas mínimas.

–¿Qué opina sobre el tono del debate actual?

–El sentimiento de enfrentamiento es muy fuerte. En estos debates, sobre todo políticos, hay un trabajo brutal de estereotipación del otro, pero en la sociedad también. Se observa desde la gente hacia sus líderes, entre las mismas personas y entre las personas y las instituciones. Cuando se está en una situación confrontativa, aparece un trabajo de diferenciación con el otro y, para hacer esa diferenciación, como el mundo es realmente fluido, lo que se producen son estereotipos. Si tienes una opinión divergente, estás en un lado. Es un problema estructural que ya era así. Hemos vivido en una estructura confrontativa, excluyente, que ha sido social y políticamente promovida. Desde todos los lados han sacado ventaja de los estereotipos y las formas confrontativas muy excluyentes de construir al otro. Eso no ha cambiado. No existe el diálogo social que busca verdaderos debates y disensos sin esta idea de confrontación radical y excluyente.

–Usted ha estudiado por décadas la vida social chilena. ¿En qué estábamos antes del estallido de 2019?

–Somos una sociedad que realmente por muchas décadas ha sido muy golpeada por un enorme esfuerzo para poder enfrentar la vida social, sobre todo ciertos sectores. Además, se han transformado de manera bien radical los principios que ordenan nuestras relaciones, en cuatro o cinco décadas. El llamado neoliberalismo –cuando yo digo neoliberalismo me refiero a lo que la gente dice cuando dice neoliberalismo–, ha hecho que la sociedad sienta que debe encarnar ciertos valores como la competitividad total, la entrega absoluta al trabajo sin tiempos para tu familia, entre otros asuntos. Y venía muy complicada, porque las maneras en que estábamos resolviendo las relaciones sociales estaba siendo muy erosiva y estaba produciendo altos grados de indignación, pero por sobre todo de rabia, de distancia, construyendo el mundo social con forma de archipiélagos.

–Y llegó octubre de 2019…

–El 2019 tuvo algo muy traumático y no solamente para las élites, sino en general para la sociedad. Nos enfrentó a una mirada de la sociedad que no queríamos ver que estaba ahí… algo del orden de la revelación. Pero, en paralelo, desorganizó nuestras vidas en el sentido corriente: mucha gente perdió su trabajo, muchos perdieron sus negocios, la vida cotidiana se volvió mucho más difícil y las personas, con el anhelo de que esto nos llevara a un cambio positivo, apoyó porque tuvo esperanza. Pero es traumático y fue traumático. Y es un asunto que no se tiene que olvidar…

–Tras ello, muy prontamente, llegó la pandemia, en marzo de 2020.

–Que fue otra experiencia muy traumática porque, de nuevo, tuvimos que reorganizar la vida y reorganizarla de manera fundamental. Incluso, reorganizar hasta la imagen de una misma. Estamos acostumbrados a producir una cierta imagen edificante con cómo nos vestimos y salimos para ir a trabajar. Pero el soporte que te da la vida social, la vida colectiva, no está más y, de pronto, te quedas contigo misma. Eso también hizo el 2019: nos empezó a hacernos cuestionar a todos dónde estábamos, para instalarnos en la disputa de interpretaciones y, a su vez, dónde uno se ubicaba a partir de estas interpretaciones.

–Ha sido, en realidad, traumático…

–Es muy traumático, ha sido muy difícil. Es el sentimiento que tenemos: hay algo que está dislocado. Pero todavía no está siendo elaborado. Cuesta mucho acercarse a lo que pasó, lo que no es positivo: hay que mirar lo que pasó porque, si no lo miras, eso se queda ahí y está siempre interviniendo en la vida social. Y hay muchas cosas que están pasando y que tenemos que verlas, tanto positivas como erosivas.

–Y tras la crisis social de 2019 y la pandemia, ¿cómo está la vida social chilena ahora?

–Honestamente, creo que estamos bastante parecidos todavía, aunque el punto se puede analizar desde diferentes espacios. Un aspecto tiene que ver con este sentimiento de que la vida social es una vida de pura confrontación de poderes. Eso era lo que se estaba agravando cada vez más y tenía a la sociedad muy irritada. Pero la sociedad no ha dejado de estar irritada; la sociedad está cada vez más irritada.

–¿Más todavía?

–En 2012 publicamos un libro con Danilo Martuccelli que tenía un capítulo sobre irritaciones relacionales. Desde ahí hasta ahora, esa irritación solo ha ido aumentando e incluso tomando otras formas más organizadas e identificables que antes. Esa noción de que en la vida social las cosas se consiguen básicamente en la confrontación de poder, de quién tiene más poder, como un asunto impositivo. Pienso que eso es algo que empeoró en ese tiempo. Eso no mejoró. Para el 2016 hicimos otra investigación y fuimos a las calles y el nivel de irritación era súper alto y yo diría que ahora es bastante más. Hoy estamos más irritados y, por supuesto, hay razones. El otro día conversaba con un experto en salud y me decía: al final quienes logran que los atiendan en los hospitales –porque las listas de espera en Chile son tres veces más de lo que en cualquier país de la OCDE– son los que gritan, se enfrentan, hacen un tremendo lío, porque, o si no, no consigues nada. Entonces hay algo de eso que es tremendo. Es el sentimiento de que, si no haces uso de tu fuerza y del poder y de todos los recursos que tengas, la sociedad no te va a dar lo que mereces o no vas a conseguir del otro lo que mereces. No estoy hablando solamente de cosas físicas, sino incluso de reconocimiento y respeto.

–¿Cuál es el peligro de la promesa incumplida de un pacto social?

–Siempre pienso que las cosas pueden encontrar otro cauce. No creo que necesariamente ya esté determinado el final de todo esto, porque siempre se puede cambiar. Pero el riesgo que hay, básicamente, es que la sociedad se siga irritando más, con una vuelta a la normalidad que es una especie de negación de lo que nos ha ocurrido tanto con el estallido como con la pandemia. La gente está en su mínima satisfacción vital y algunas direcciones que estamos tomando no son acertadas, porque no solo tenemos que disputar el qué vamos a hacer, sino que tenemos que ponernos de acuerdo en el cómo lo estamos haciendo. Esto requiere acuerdos generales, concretos, que no son solamente políticos, sino de sectores de la sociedad muy distintos (empresarios, comunidades, cientistas). Experiencias que hagan posible un nuevo piso de confianza. Es la única manera en que vamos a salir: con fórmulas de colaboración no amenazantes para las personas que son laboriosas y tienen su ritmo. Porque con el famoso pragmatismo chileno queremos soluciones rápidas y simples, pero estamos en un momento que no podemos resolverlo ni rápido ni de manera simple.

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