Entre hilos, telas y manos que trabajan, el oficio textil está presente en muchas esferas de la vida y de la memoria. En la ropa que usamos, en la alfombra que pisamos, en el abrigo que heredamos de una abuela, en el cubrecamas de la pieza de nuestra infancia. Pero también en obras que hoy habitan museos y galerías del mundo: como los tapices de Carolina Yrarrázaval, pionera del arte textil chileno que ha exhibido en la Trienal Internacional de Tapicería de Lodz, en Browngrotta Gallery de Nueva York y en exposiciones internacionales de Graz, Austria; y en los quipus contemporáneos de Cecilia Vicuña, instalaciones de lana sin hilar que reinterpretan el sistema de nudos andino como metáfora de memoria, cuerpo y territorio.
Pese a la presencia de estas y otros artistas que han llevado el textil a los grandes museos, la disciplina sigue siendo vista como una práctica menor, asociada a lo doméstico, “como algo que hacen las abuelas o un simple hobby, cuando en realidad es una técnica que todos los lenguajes artísticos han utilizado: desde su materia prima hasta su lógica constructiva”, dice Piedad Aguilar, artista visual y máster en moda de Goldsmiths University of London. “El textil traspasa muchas disciplinas: está en el lenguaje, en la idea de tejido social, en las redes, en la forma en que se entrelazan las cosas. Incluso en la palabra ‘texto’ está su raíz. Hasta en el modo en que pensamos”.

Con la convicción de devolverle el lugar que le corresponde dentro del arte contemporáneo, Aguilar lidera la Bienal de Arte Textil (BAT), un proyecto que nació en 2019 con el objetivo de visibilizar la fuerza y diversidad de esta práctica en Chile y Latinoamérica y que el 14 de octubre inaugura su segunda versión.
En el tejido del arte faltaba una hebra
La idea surgió como una respuesta a un vacío. “Cuando volví de estudiar en Londres me di cuenta de que en Chile había una enorme tradición de arte textil, pero casi no existían exhibiciones dedicadas a ello”, recuerda. En 2019, junto a la gestora cultural Fernanda Eluchans, organizó una muestra experimental en el Parque de las Esculturas, a la que llamaron la ‘Bienal Cero’. Participaron 15 artistas y, pese a ser pleno invierno, asistieron más de tres mil personas. “Ahí entendimos que había una comunidad de artistas y espectadores esperando este espacio”, dice Aguilar.
El proyecto se consolidó formalmente como Fundación BAT, y en 2023 realizaron la primera versión oficial de la Bienal, con una gran respuesta del público y de los propios artistas. “Ellos estaban muy felices, muy agradecidos. Nos sorprendió la buena llegada; había una necesidad de este espacio”, comenta.
Desde entonces, la Bienal se ha consolidado como una plataforma para explorar el textil desde múltiples lenguajes. Su segunda edición -que ocupará el MAVI UC, el Centro Cultural La Moneda y el Centro Montecarmelo- se articula en torno a tres ejes: materia, técnica y tradición. “Nos interesa comprender cómo la materia prima atraviesa el cuerpo, se transforma y genera lenguajes de futuro sin perder lo aprendido”, explica Aguilar.
Una mano que enseña y otra que aprende
Uno de los hilos más visibles -y también más sensibles- que recorre la Bienal es el traspaso de saberes entre generaciones. “Nos preocupamos de invitar a artistas tradicionales del arte textil chileno, junto a creadores jóvenes que están explorando nuevas técnicas”, cuenta Aguilar. En la edición anterior participó Paulina Brugnoli, una figura clave en la historia del arte textil chileno, y este año su influencia se percibe en el trabajo de artistas más jóvenes como José Pérez, formado en la Escuela de Textiles de la Universidad de Chile, institución que ella fundó. Esa continuidad evidencia cómo las enseñanzas, los gestos y las técnicas se transmiten entre generaciones.

Para Aguilar, que dirige el área textil de la Escuela de Oficios Creativos de la Universidad Católica de Temuco, el textil tiene algo profundamente humano: detrás de cada puntada hay una mano que enseña y otra que aprende. Ese diálogo -entre lo aprendido y lo reinventado- es lo que da sentido a esta nueva edición. Hay artistas que trabajan desde oficios heredados, otros los redescubren a partir de la experimentación con fibras naturales o biomateriales. “Esa transmisión no siempre es familiar; a veces viene de la academia o del barrio, o de referencias nacionales o internacionales”.
Sobrevivir al fuego es el nombre de la exposición principal de la Bienal. Allí conviven artistas como Carolina Yrarrázaval y Ximena Zomosa, cuyas reflexiones nacen desde el vestuario, pero con un enfoque en el arte. Las muestras paralelas Abolir el desierto, en el Centro Cultural La Moneda, reúne textiles africanos y Tramares: comunidades textiles para el futuro, en la Materioteca UC, exhibe el trabajo de mujeres de las costas de Valparaíso que reinterpretan los arrecifes chilenos a través de tejidos realizados con biomateriales.
Además de visibilizar el arte textil en los espacios del arte contemporáneo, la Bienal busca reinstalar su valor educativo: “Aprender una técnica no es sólo adquirir destreza, sino desarrollar una forma de pensamiento. Nos importa que el quehacer manual no se quede sólo en el hobby, sino que se entienda como una herramienta creativa y de trabajo. Los jóvenes hoy quieren estudiar oficios porque saben que ahí está el futuro: ese saber hacer en el que sigue siendo irreemplazable el ser humano”.