Por Edward Luce, editor de Estados Unidos y columnista del Financial Times.
Un juez de Nueva York dijo célebremente que un buen fiscal podría “lograr que un gran jurado procese a un sándwich de jamón”. Si Donald Trump habla en serio cuando dice que George Soros, de 95 años, es un hombre malo que debería ir a la cárcel, sin duda se puede arreglar una acusación endeble. Vale la pena ponderar esa última frase. Cualquier duda de que el Departamento de Justicia de EEUU sea el vehículo de venganza privada de Trump quedó despejada la semana pasada con la imputación de James Comey. La persecución del exdirector del FBI fue exigida públicamente por Trump. Una temporada de juicios-espectáculo en Washington podría estar poniéndose en marcha.
Soros sería la guinda de la torta para Trump. A diferencia de otros en su mira, como Mark Milley, expresidente del Estado Mayor Conjunto; Jack Smith, exfiscal especial de Joe Biden; y Letitia James, la fiscal general de Nueva York, Trump no ha chocado directamente con Soros. El valor procesal del magnate es mayor que eso: es detestado por los hombres fuertes en todas partes y visto como un Anticristo en la derecha MAGA.
Entre los principales detractores de Soros están Vladimir Putin, de Rusia; Viktor Orbán, de Hungría; Benjamin Netanyahu, de Israel; y Subrahmanyam Jaishankar, el ministro de Asuntos Exteriores de India. Como el populismo de derecha es nacionalista, viene en muchas variedades. Soros es lo más parecido a un demonio transfronterizo para los hombres fuertes del mundo. Cientos de grupos de derechos humanos, periodistas de investigación, defensores de la democracia y otros tipos “díscolos” han recibido subvenciones de Soros.
Ningún filántropo global se acerca a los US$ 32.000 millones de financiamiento de Soros para esas causas. De hecho, el propio nombre de su fundación —Open Society— ofrece una pista clara. A quienes prefieren sociedades cerradas no les gusta Soros. Sí, es un gran donante personal de campañas demócratas, incluidas las de Hillary Clinton en 2016 y las de Biden en 2020 y 2024. Pero no hay nada inusual en eso. Si Trump quisiera hostigar a los multimillonarios que financian las elecciones en EEUU, tendría mucho de dónde elegir.
El juego de Trump es derribar a uno de los grupos sin fines de lucro más grandes de Estados Unidos para silenciar mejor al resto. La semana pasada ordenó a las agencias federales de orden público ir tras el terrorismo doméstico de izquierda en EEUU. También designó a “Antifa” —“antifascista”— como organización terrorista. Si existiera, Antifa sin duda estaría pasando su documentación interna por una trituradora. Lamentablemente, no hay Antifa, ni dirección ni cuenta bancaria asociada con ese nombre.
Además de la temeraria desviación de poder antiterrorista contra una ficción (por no hablar de la señal que esto envía a los terroristas reales), todo esto sería inútil en un clima normal de Estado de derecho. EEUU ha sufrido varios complots y tiroteos masivos de lobos solitarios de izquierda y, tradicionalmente, muchos más de derecha. Muy pocos fueron patrocinados por grupos identificables. De ahí el término “antifa”, que es un marcador de posición para algo que, en la mente MAGA, debería existir.
La fundación de Soros parece el sustituto de Trump para Antifa. Aunque Open Society condena la violencia y no financia a grupos pro violencia, las herramientas a disposición de Trump son considerables. El año pasado la Cámara de Representantes aprobó un proyecto de ley que otorga al Departamento del Tesoro de EEUU la facultad de revocar el estatus de exención de impuestos de organizaciones sin fines de lucro. Eso afectaría los números de Soros. Trump también ha declarado tener el derecho de marcar a grupos domésticos como terroristas. Podría arrojar a Soros a un infierno de investigaciones del IRS y del DoJ durante años.
Mi corazonada es que Trump se quedaría corto de intentar encarcelar a Soros. Incluso para la fealdad reciente, apuntar a un nonagenario sobreviviente del Holocausto probablemente sea un puente demasiado lejos. Conseguir que un gran jurado lo acuse sería factible. Solo oyen un lado del argumento. Lograr que un jurado lo condene es un obstáculo mucho más empinado. Probablemente un sándwich de jamón sería exonerado. A juzgar por las acusaciones hechas a la rápida contra él, Comey también podría serlo. Pero Trump tiene el poder de arruinar lo que queda de la vida de Soros y las causas que aprecia.
La lista de beneficiarios de Soros es amplia. Entre ellos está el propio Orbán, de Hungría, cuya beca en Oxford fue pagada por Soros en 1989. Hablemos de que ninguna buena acción queda sin castigo. Otro tipo de beneficiario es Scott Bessent, el secretario del Tesoro de EEUU, quien dirigió el fondo de cobertura de Soros durante muchos años. Soros fue el inversionista ancla, con US$ 2.000 millones, en el propio fondo de cobertura de Bessent, Key Square Group, en 2015. El departamento de Bessent estaría involucrado en cualquier acción financiera contra Open Society Foundations.
No cabe duda de que Pam Bondi, la fiscal general de EEUU, y Kash Patel, el director del FBI, están felices de ser los perros de ataque personales de Trump. Cada uno ha llevado a cabo purgas internas de estilo macartista de los no leales. Bessent aún no ha cruzado esa línea. A medida que Soros y otros filántropos buscan formas de protegerse, la cuestión de la decencia de Bessent podría resultar crítica.