Columnistas

Dejación

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 29 de abril de 2016 a las 04:00 hrs.
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Significa abandono de derechos y responsabilidades. Suele identificarse con dejadez, pereza, negligencia, falta del debido cuidado. Nuestro Código Civil distingue tres especies de este descuido o dejación culpable. Nos interesa aquí la culpa o negligencia grave, también llamada “lata”, la que nos hace exclamar “¡qué lata!” cuando debemos sufrirla. Alude, en efecto, a quienes manejan asuntos ajenos sin poner en ello el cuidado que aun las personas negligentes y de poca prudencia suelen emplear en sus negocios propios. En materias civiles, esta dejación “lata” equivale al dolo (reafirmando que el pajarón es tan o más peligroso que el delincuente). Quienes han de ser insignes en la administración juiciosa, prudente y responsable de negocios propios y ajenos son ante todo los padres de familia, los maestros y las autoridades públicas. Estas últimas manejan patrimonios que se han acumulado con el trabajo de todos los ciudadanos, y deciden por imposición legal o decretal los destinos inmediatos y remotos de sus obligados súbditos.

La dejación grave o lata se manifiesta sintomáticamente en la impuntualidad. Quien, en forma consciente, deliberada y habitual incumple su obligación de llegar a tiempo a reuniones o diligencias que interesan a muchos otros, da con ello cuenta de su mala o nula educación cívica. El tiempo es un recurso escaso, no renovable, con fecha de vencimiento; no es recuperable ni reciclable. Toda interacción humana se enmarca en el tiempo. Cuantiosos bienes y derechos se despilfarran porque no fueron reclamados o urgidos en tiempo oportuno. Gravosas son las multas, restricciones e incomodidades para quien no paga sus impuestos, contribuciones, permisos de circulación o deudas de consumo en el tiempo estipulado. La cultura “chilensis” sufre endémicamente de dejación e impuntualidad. Lo contamos como una gracia pero no tiene nada de gracioso: es horroroso. Dejación e impuntualidad agravian la justicia (no podemos disponer o abusar del tiempo de los otros), infringen la templanza (el impuntual no quiere o no sabe controlar racionalmente su negligencia y pereza), y ofenden el amor (que es querer y hacer para otros el bien que esperamos del otro). Con su impuntualidad, el dejado inyecta incertidumbre y exasperación en los obligados a esperarle. Y ni siquiera advierte que, mientras más se tarda, sus propios defectos se van acumulando exponencialmente y grabando fijamente en la memoria de los que llegaron a tiempo.

La impuntualidad habitual denota un egocentrismo o autismo rayanos en lo patológico. El impuntual vive en una burbuja fuera de la cual nadie importa tanto como él mismo. En rigor, nadie le importa. Algunos se hacen sospechosos de utilizar su impuntualidad para llamar y acaparar la atención. Se debería reeducarlos enviándolos a Alemania a trabajar por largo tiempo en los servicios y estaciones de transporte ferroviario.

Todo tiene su tiempo. El tiempo es oro. La puntualidad es la cortesía de los reyes.

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