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Gato por liebre

Daniel Contesse

Por: | Publicado: Miércoles 30 de diciembre de 2015 a las 04:00 hrs.
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Un eufemismo es algo así como el uso de una palabra que suena suave o decorosa en reemplazo de palabras que sonarían mucho más duras o malsonantes. El derecho a educación gratuita y el que ningún alumno se pierda la oportunidad de estudiar si no tiene los recursos, suenan bastante bien. Le llaman gratuidad. El problema es que al escarbar más a fondo las ideas que hay detrás, es evidente que no se trata de esto. La verdadera intención se comienza a develar de a poco. El objetivo detrás de la reforma es el control por parte del Estado y la homogeneización del sistema. A algunos les parece mal la diversidad en la oferta, o que existan proyectos nuevos que crean las personas, o que las instituciones tengan autonomía.

Cuando vemos que se impone el eufemismo de la gratuidad, que en realidad significa muchas otras cosas, creo que es bueno repasar tres principios clave para el buen funcionamiento de cualquier sistema universitario.

Primero, un sistema de educación superior debe garantizar la autonomía para que exista diversidad. Cada proyecto educativo debe ser el que decida qué ofrecer a los alumnos, permitiendo que sea su proyecto educativo el que prevalezca y no el que algunos señores sentados en una oficina central definan según lo que ellos creen que es bueno para el país. En la historia de la humanidad existen demasiados casos en que la supuesta capacidad de algunos para decidir lo que es bueno para los otros termina en un fracaso monumental.

Segundo, un buen sistema de financiamiento siempre combina una mezcla entre financiamiento privado, donde cada persona que se beneficia por obtener educación contribuye con su esfuerzo; y financiamiento público, el que asignado de manera objetiva y de acuerdo a evaluación de desempeño, garantiza el uso eficiente de los recursos, pone los incentivos adecuados y asegura que prevalezca el valor del mérito, cosa tan importante en el desarrollo de los países.

Tercero, se requiere un sistema de regulación con reglas claras, simples y con garantías de una administración profesional. La única forma de lograr una virtuosa relación entre un Estado que regula y los actores regulados, es que el Estado sea de verdad una expresión simple de gestión y un facilitador, buscando que sean los actores, las universidades, las que se lleven el protagonismo y sean quienes en definitiva tomen las decisiones en el marco de una regulación simple y administrada sin una preferencia por un tipo u otro de propuesta universitaria.

A esta altura estos tres lineamientos parecen casi un saludo a la bandera, pero no pierdo la esperanza que en algún momento vuelva la racionalidad a la discusión sobre cómo mejoramos nuestro sistema de educación superior, dando más libertad a los actores, poniendo el foco en los alumnos, su responsabilidad y sus necesidades y estableciendo reglas claras y sencillas iguales para todos.

Que la bonita idea de la gratuidad no nos nuble; que no nos pasen gato por liebre.

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