En el living de una casa, entre tazas de té, dos mujeres se dieron la mano para comenzar una aventura que cambiaría el mapa cultural de Santiago. Era 1995 y Rosita Lira y María Elena Comandari venían de caminos paralelos en el arte: se cruzaban con frecuencia en museos y proyectos.
Compartían una mirada estética afín y un carácter enérgico y decidido, y después de mucho pensarlo y reflexionarlo, resolvieron que juntas podían levantar una galería que diera forma a sus intuiciones comunes. Tanto así, que en agosto ya tenían el arriendo y en diciembre estaban inaugurando Artespacio. Desde entonces -sin moverse de su sede en Alonso de Córdova- se ha convertido en un referente. “30 años en el mismo lugar, la gente lo agradece, porque sienten que nos conocen de siempre”, dice María Elena.
País de escultores
Desde un inicio, el proyecto tuvo una obsesión clara: la escultura. Ambas coincidían en que Chile, con su abundancia de materiales -maderas, piedras, fierros-, era un país de escultores, pero sin vitrinas suficientes. “Los artistas vivían encerrados en sus talleres. Queríamos una galería que les diera visibilidad”, cuenta María Elena.
Con ese impulso organizaron simposios y exposiciones que fueron marcando hitos. Desde la inaugural -centrada en escultura- hasta muestras de figuras internacionales, como Jesús Rafael Soto y Roberto Matta. Todo bajo un sello inconfundible: la sala completamente blanca, con la obra como protagonista. “Eso fue muy innovador en su momento, no había galerías así en Chile”, apunta Rosita.
Con el tiempo, la galería amplió esa definición. Hoy, la escultura en Artespacio no se limita a la piedra o a la madera: también hay obras en resina, poliéster, nuevas materialidades e incluso experimentaciones con inteligencia artificial. “La escultura no es sólo fierro o piedra, hay de todo tipo, y lo importante es caminar al ritmo de los tiempos”, afirma María Elena. Esa apertura ha permitido que la galería siga siendo un espacio pionero, capaz de mostrar a consagrados y jóvenes en diálogo con las transformaciones del arte contemporáneo.
El puente con el mundo empresarial
Contrario al prejuicio de que el arte y la empresa son mundos distantes, Artespacio ha construido lazos duraderos con privados, que han sostenido concursos y proyectos. “Somos muy admiradoras de los empresarios”, reconoce Rosita. Desde sus primeros años, comprendieron que los proyectos culturales necesitaban un sustento que fuera más allá de la venta de obras. Así nacieron colaboraciones con compañías que no sólo aportaron recursos, sino también ideas y visión. “No es que financien y se vayan: muchas veces nos proponen cosas, se involucran, preguntan, y eso enriquece el trabajo”, destacan.
La colaboración con empresas ha permitido que decenas de creadores emergentes encuentren en la galería una plataforma para darse a conocer, a través del concurso Artespacio Joven, que lleva ya más de una década impulsando a artistas menores de 35 años. “Lo importante es que el auspiciador crea en lo que hacemos, y que entienda que también está aportando al desarrollo cultural del país”, comenta María Elena.
La misma convicción que las ha llevado a tender puentes con privados contrasta con la escasa ayuda estatal. “Sentimos envidia cuando vamos a ferias internacionales y vemos que en países vecinos como Argentina las galerías viajan con financiamiento público. Nosotros sacamos todo lo que habíamos ganado en meses para poder ir”, dice Rosita. Pese a esas dificultades, valoran el espacio que ofrecen las ferias: lugares de encuentro, de ventas y de apertura de redes que mantienen vigente la proyección internacional de la galería.
María Elena insiste en que lo ideal sería articular un plan donde Estado, empresa y galerías trabajen en conjunto. Hoy, dice, los esfuerzos están fragmentados y muchas veces cargan sobre los hombros de iniciativas individuales. “Debería haber alguien que mirara hacia todos lados y armara una estrategia cultural a largo plazo. La cultura no puede depender sólo de la voluntad de unos pocos, porque es parte de lo que hace que un país crezca distinto, con más sensibilidad”, plantea.

Más que vender cuadros
Artespacio nunca se pensó sólo como un lugar de compraventa, sino como un espacio vivo de comunidad. “La gente cree que una galería está sólo para vender, pero no: está para enseñar, para conversar, para reunirse”, subraya María Elena. Esa vocación se ha traducido en más de 500 exposiciones, pero también en visitas guiadas, lanzamientos de libros y conversatorios que han hecho de la sala un punto de encuentro cultural.
Una de sus mayores satisfacciones ha sido recibir a niños y adolescentes de colegios de distintas regiones, que entran por primera vez a una galería y se enfrentan con respeto y curiosidad a las obras. “Cuando un niño aprende de arte, es como aprender a leer: adquiere un lenguaje que lo va a acompañar toda la vida”, dice Rosita.
En esas visitas, recuerdan con especial emoción a un grupo de estudiantes de Rancagua que recorrió la exposición de Fernando Casasempere haciendo preguntas detalladas sobre el proceso creativo. “Ahí está el nicho: los niños son el futuro de la cultura”, añade María Elena, convencida de que el arte puede marcar una diferencia real en sus vidas. “Cuando los niños encuentran espacios para cultivar su interés, ya sea en el arte, el deporte o cualquier otra disciplina, es menos probable que terminen atrapados en problemas como la droga o la violencia”.
Para ellas, el arte es una herramienta de transformación personal y social. Educar en la sensibilidad estética es, en sus palabras, un modo de formar ciudadanos distintos, más conscientes y abiertos. “La gente que se acerca al arte actúa de otra manera, tiene una sensibilidad especial”, reflexiona Rosita. Por eso, al cumplirse tres décadas, insisten en que la misión de Artespacio no es sólo mostrar obras, sino incorporar el arte en la vida cotidiana de las personas.
Hoy trabajan en un libro coral que reúne escritos de especialistas como Ramón Castillo, César Gabler y Pablo Chiuminatto. Este último alcanzó a entregar su texto antes de fallecer, un recuerdo que le da un peso especial al volumen. El registro, dicen, es también un repaso de todo lo que han hecho: exposiciones, concursos, simposios, proyectos con empresas. “Cuando uno lo mira en conjunto, no puede creer la cantidad de cosas realizadas”, reflexiona María Elena.
De cara a los próximos 30 años, Rosita y María Elena se imaginan una galería que siga creciendo sin perder su esencia. Sobre todo, quieren que Artespacio siga siendo un lugar de encuentro. Porque, como recalca María Elena, “no se trata de colgar y descolgar cuadros: se trata de crear comunidad y abrir caminos para el arte del mañana”.