Hay pocas cosas que nos importe más a los chilenos que la opinión foránea sobre nosotros. Debe ser que fuimos durante tantos años prácticamente una isla donde no llegaba nadie, que construyó un carácter nacional especialmente sensible a nuestra figuración en un contexto global. En parte por esto la candidatura de Michelle Bachelet a la secretaría general de la ONU cae en terreno fértil dentro del país a pesar de las distancias ideológicas que puede haber. Un puesto de ese calibre sin duda es un bálsamo para nuestro apocamiento y cortedad. Pero como todo tiene ciertos límites, es bueno revisar su figura reciente ahora que nos tratan de presentar su candidatura como un asunto de Estado.
Bachelet ha estado muy lejos de posicionarse después de sus dos presidencias como alguien que está sobre el bien y el mal, a ella le gusta la trinchera y ha actuado en consonancia. En parte por culpa del diseño institucional que deja a nuestros exPresidentes en un permanente estado de precandidatos para la siguiente contienda electoral y en parte también -seamos francos- por una inagotable ambición de Michelle es que la tuvimos hasta hace muy pocos meses atrás como la más seria candidata del oficialismo para la próxima elección presidencial.
Estamos viejos para creer que estas cosas se producen por generación espontánea. El arte de los silencios y de la ambigüedad los maneja Michelle a la perfección y eso impidió el perfilamiento de cualquier candidato oficialista hasta que ella -probablemente encuestas en mano- decidió que no valía la pena repetir los malos ratos por una probabilidad baja de ganar y dio el paso, tardío, para que aparecieran otros y otras.
Y si de presidencias hablamos, la última de Michelle es inolvidable como lo que no se puede olvidar, citando al filósofo Keko Yunge. La instauración de un sistema electoral fuente de todos los males del sistema político actual y que nos ha condenado a la disfuncionalidad del Congreso. Una reforma tributaria que “coincidió” con el estancamiento de la economía chilena en la última década y con todos los dolores que eso ha traído asociado, estallido incluido. Una reforma mastodóntica del sistema de educación que no ha logrado nada salvo destrozar a los colegios emblemáticos que fueron durante décadas fuente de movilidad social. Y si esto fuese poco la instauración de la gratuidad universitaria, una política pública regresiva y que consume recursos ingentes que debiesen estar destinados a los primeros años de formación. ¿Alguna perla más? El inicio de la inmigración descontrolada que hoy no sabemos cómo abordar más allá de estar conscientes de que es un problema gravísimo. ¿Cuándo se jodió Chile?
Por lo que si Michelle Bachelet con su encanto -hoy menos que antes- y habilidad política -hoy igual o más que antes- logra posicionarse como una candidata fuerte será merito de ella. Pero la posibilidad de transformar esto en una cuestión de Estado es más difícil. Al respecto, creo que vale la pena parafrasear a una exPresidenta que cuando recibió el llamado del Presidente Piñera agobiado en medio del estallido para decirle que pensaba reenviar su proyecto constitucional al Congreso como una forma de aplacar los ánimos, recibió como respuesta: lo siento Sebastián, pasó la vieja. Esta vez volvió a pasar.