Hace cuatro años, cuando la bonanza del precio de las materias primas propulsada por China estaba a todo vapor y los lazos sur-sur estaban de moda, Dilma Rousseff inició su primer período como presidenta de Brasil con un gesto simbólico, volando a Beijing.
Ahora, conforme los precios de las materias primas se desploman, junto con el desaceleramiento de la economía china, Rousseff ha iniciado su segundo período presidencial diciendo que quiere reconstruir relaciones con Washington. Prácticamente no ha mencionado a Beijing.
El nuevo giro refleja cambios amplios en las economías de América del Sur que dependen de las materias primas, donde el desplome abrupto en los precios de energía, comida y metales ha abierto brechas peligrosas de comercio y financiamiento que podrían impulsar profundos cambios económicos y políticos.
En Colombia y Perú, donde las materias primas conforman las terceras partes de las exportaciones, se pronostica que los déficit de cuenta corriente llegarán al 5% del Producto Interno Bruto (PIB) este año, un nivel que no se ha visto desde los años '90 cuando la región se asociaba con impagos.
Argentina y Venezuela, países ricos en soya y petróleo respectivamente, están sufriendo por la disminución de sus reservas en moneda extranjera. Y Brasil, cuyas ventas de materias primas conforman el 60% de las exportaciones, tiene un déficit fiscal que aumentó a US$ 4 mil millones el año pasado, al igual que en 1999 cuando se vio envuelto en una crisis global de mercados emergentes.
"Estoy muy preocupado, de hecho he estado preocupado por años", dijo José Antonio Ocampo, profesor en la Universidad de Columbia en Nueva York y anterior ministro de Hacienda de Colombia. "Los precios de las materias primas ... tenían que caer tarde o temprano."
Aun en 2008, cuando los precios de las materias primas alcanzaron su nivel más alto, América del Sur tenía un déficit en su cuenta corriente combinada equivalente al 1% del PIB. Ahora la situación ha empeorado. Si los precios caen a niveles de 2003, el déficit de cuenta corriente de la región sería cercano al 7% del PIB, estima Ocampo.
El reto de financiar esta brecha, equivalente a US$ 350 mil millones, presenta el "riesgo más grande" para la región, dice. Aunque toda la región se ve afectada, hay un espectro amplio de preocupación. Por un lado están los países que gastan irresponsablemente como Venezuela, donde los inversionistas temen un impago de bonos tras el desplome del precio del petróleo a la mitad, lo cual conforma el 96% de sus exportaciones. La semana pasada, Caracas se dirigió a Beijing a pedir ayuda.
Del otro lado, hay países más prudentes, tales como Chile y Perú, con fuertes reservas fiscales y de divisas. Brasil se encuentra en el medio.
"Los inversionistas son selectivos, así que no espero un contagio de un impago venezolano", dijo Neil Shearing de la consultoría Capital Economics. "Hay también varias razones por las que no debe haber una crisis de la deuda como la de la década de los '80".
La primera es una mejoría en la forma de desarrollar políticas económicas, especialmente en el uso de las tasas de cambio flotantes, que actúan como colchón. Las divisas chilenas, colombianas y brasileñas han caído más de una cuarta parte en los últimos dos años. "En alguna forma los inversionistas ya se espantaron", dijo Shearing.
Sin embargo, Argentina y Venezuela tienen tipos de cambio fijos, mientras que Ecuador, que exporta petróleo, está "dolarizado". En otros lugares, divisas más débiles pueden cerrar la brecha comercial al incrementar las exportaciones. La depreciación rápida, sin embargo, también alimenta la inflación, provocando que los bancos centrales eleven las tasas de interés, lo que resulta en una desaceleración de la economía. Ésta ha sido la experiencia de Brasil.
"Es un maratón", dijo Alberto Ramos, un economista de Goldman Sachs. "El ajuste (de Brasil) podría tardar más de un año".
Otra razón es que la mayor parte de la región tiene deuda baja y acceso a liquidez internacional abundante para cerrar estas brechas de financiamiento. "Soy optimista respecto a esto", dijo Ocampo.
Sin embargo, América del Sur ha atraído gran inversión extranjera en la última década, llegando a
US$ 188 mil millones el año pasado, más de una tercera parte en minería y energía. Esas inversiones se podrían acabar ahora.
Aun más, las altas reservas de divisas extranjeras no siempre ofrecen protección a empresas endeudadas cuando las divisas se desploman, como muestra Rusia.
Las compañías sudamericanas tienen cerca de US$ 300 mil millones de bonos en divisas fuertes, según Bank of America, una cifra dominada por Petrobras de Brasil, que ha quedado fuera de los mercados de capital junto con otros subcontratistas debido a un escándalo de corrupción.
Las grandes implicancias de este nueva situación para América del Sur abarcan tres aspectos. Primero, ajustar el cinturón disminuirá el crecimiento. Brasil está recortando el gasto público en 2% del PIB, mientras que Colombia ha aumentado impuestos para cubrir las caídas de ingreso. "Un crecimiento más lento es la nueva norma", dijo Shearing.
Segundo, la región necesita un nuevo modelo económico, después de la bonanza, especialmente si la manufactura local se viera amenazada por las importaciones chinas. Una mayor ortodoxia económica podría seguir.
"Hay que entender que las materias primas están sujetas a ciclos profundos", dijo Ramos. "No hay que dejarse llevar por los buenos años".
Tercero, puede haber un nuevo énfasis en los lazos comerciales norte-sur que habían disminuido durante la bonanza de materias primas. El deseo de Rousseff de mejorar las relaciones con Estados Unidos y el acercamiento de Washington con Cuba –conforme Venezuela, el benefactor de este último, sufre su propia crisis económica– podrían ser dos señales de esto.