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Efímero

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 22 de enero de 2016 a las 04:00 hrs.
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Significa, en griego, lo que dura un solo día. La inesperada celeridad con que el exitoso director técnico de la Selección chilena de fútbol pasó de héroe a villano reactualiza el antiguo aforismo, “Sic transit gloria mundi”: así pasa, así se desvanece, así es de transitoria la gloria de este mundo. En las coronaciones papales un monje se lo recordaba al recién electo, tras quemar ante su vista unas ramas de lino. “Memento Mori”, advertía un esclavo que marchaba detrás de un general victorioso, mientras éste recibía los vítores de una multitud delirante: recuerda que has de morir. Equipos que se coronan campeones una temporada, están bregando por no descender en la próxima. Y el que ha vencido a su máximo rival este domingo sabe bien que no le perdonarán perder con quien sea, el próximo domingo.

Jesús conocía bien esta implacable transitoriedad de la gloria de este mundo. Durante 3 años vivió rodeado de muchedumbres que lo aclamaban como Rey y Salvador, gratuito proveedor de pan y sanación, maestro de incomparable autoridad. Tal era su popularidad, que en ocasiones tuvo que subirse a una barca para impedir ser aplastado por la multitud. Un domingo hizo entrada triunfal en Jerusalén, recibido como Mesías con vítores imposibles de acallar. El jueves ya estaba en la cárcel, sin nadie que le visitara. En la madrugada del viernes comparecía ante el tribunal, sin nadie que lo defendiera. A las tres de la tarde moría, despojado de vestidos y de honra, acompañado de su madre y de tres o cuatro discípulos. De ahí su insistencia en que procuremos bienes y valores que no queden tan brutalmente expuestos a su rápida, definitiva extinción.

La idolatría del poseer, con su lógica fogosa de nunca decir “¡Basta!”, termina convirtiéndonos en poseídos. La obsesión por el poder, mutiladora de nuestra vocación a servir, termina convirtiéndonos en adictos. La identificación de nuestro ser con el placer nos condena a vivir un par de minutos, para luego sufrir la interminable resaca del desencanto. Y la incontrolable ansiedad de parecer lo que no somos nos hace recelar, como enemigos mortales, de quienes están llamados a ser nuestros dos amigos incorruptiblemente leales: el espejo y la conciencia moral. Poseer, poder, placer y parecer son los 4 apocalípticos jinetes de nuestra desventura y desencanto vital. Porque en su ADN está la maldición de lo efímero.

Dotado de alma inmortal, todo ser humano está hecho, estructurado para bienes inmortales (la naturaleza nunca se equivoca). Y la religión confirma esta lógica de la naturaleza cuando corona su profesión de fe con este grito, solemne y victorioso: “¡Creo en la Vida Eterna!”. Believe, en inglés, y Glauben, en alemán están asociados con Vivir y Amar.

Haber amado y creído siempre es el antídoto contra la insoportable levedad de lo efímero.

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