Alberto Abarza: "Yo quería que nuestro himno se cantara en Tokio. Y lo hice a todo pulmón"
"Yo quería que nuestro himno se cantara en Tokio. Y cuando gané, más que la medalla, logré entonar la canción nacional. Y lo hice a todo pulmón. Ahí vi reflejado el esfuerzo de mi mamá", reflexiona el deportista.
Por: Mateo Navas
Publicado: Sábado 11 de septiembre de 2021 a las 04:00 hrs.
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"Este lunes, al día siguiente de llegar a Santiago, vino el caballero del gas y me regaló un cilindro. Cuando me vio me preguntó si era el deportista de Tokio. Le respondí que sí. ‘¡Oh! Sabía que era usted‘, me dijo. Como lo vi tan contento le mostré las medallas, se sacó fotos con ellas. Y al momento de pagarle me señaló que era un regalo, que no me lo podía cobrar... Al final no me aceptó la tarjeta.***
Nací en Cerrillos en 1984. A los pocos meses me diagnosticaron mi discapacidad, el síndrome Charcot-Marie-Tooth, una enfermedad que atrofia los músculos. El doctor le dijo a mi mamá que era progresiva, que me dejaría tirado en cama.
Explicó que con terapia y deporte se podía aplazar el avance de la enfermedad. Le advirtió que terminaría sí o sí postrado, pero si hacía deporte, en vez de ir a 200 kilómetros por hora, iba a ir a 50. Con 2 años me metió a clases de natación. Tenía que ser un deporte sin impacto. Le costó muchísimo económicamente. Desde Cerrillos tenía que pegarse el pique a Las Condes para conseguir una piscina.
Vengo de una familia humilde, muy humilde. Nos costó mucho, pero siempre con amor. Mi mamá me enseñó a que teníamos que luchar, salir adelante, pero sin quitarle a los demás. La vida tiene que ser así. Tenemos que equiparar hacia arriba. Que ojalá el que hace clases ‘arriba‘ haga clases en un colegio vulnerable. La ayuda debe ser mutua.
Si a mí me costó esta enfermedad, me pregunto cómo les habrá costado a mis padres. Lo que tienen que haber sufrido. Cuando me rechazaban en los colegios, en las micros... Me enseñaron a ver el lado positivo de todo. Por ejemplo, mucha gente critica el Transantiago, pero yo le agradezco tanto. Para muchos puede ser un problema, pero si lo miramos desde el punto de vista de discapacitados, por primera vez me pude subir solo a una micro.
La gente le preguntaba a mi mamá: ‘¿Para qué lo llevas a natación? Igual va a quedar postrado en cama‘. Mis tíos le decían que no fuera al colegio, pero mi mamá me llevaba de una oreja. Fue su perseverancia la que me llevó donde estoy hoy.

Mis primeros recuerdos en el agua son en la piscina de la Teletón. Iba todos los días para no ir hasta Las Condes. Se podía ir solo una vez a la semana, pero el tío Daniel me decía ‘métete no más‘. Las clases duraban 20 minutos, pero estaba una hora dentro. Ellos nunca pensaron que iba a llegar al alto rendimiento, pero me llenaron de amor.
Por todo eso no tengo presiones. La gente me pregunta si los Juegos Paralímpicos me pusieron nervioso. Yo les respondo que no, que por algo son juegos. Para mí no existe la presión psicológica de ganar o perder.
Yo siento que ya gané, estoy jugando los descuentos de mi vida. ¿Qué más puedo pedir? Tengo todo: trabajo, Teletón e hijas sanas. Me podría morir mañana y decir: lo hice todo. Una vez escuché que Maradona dijo ‘¡qué presión tiene la persona que debe llevar pan a su casa!’. Esa es la verdadera presión.
***
Antes caminaba, pero un día no pude más. No sentía las piernas. Ahí me frustré. Tenía 17. Me retiré de la natación incluso. Estaba triste, solo y lo único que hacía era ver televisión. Estuve casi cuatro años pegado sin regresar del colegio.
Ahora me arrepiento, fueron años perdidos. Un día mi mamá me aseguró: ‘Yo siempre voy a pescar por ti, pero te tengo que enseñar a hacerlo porque un día no voy a estar. Tus hermanas se van a casar y no quiero que seas un estorbo. Tienes que valerte por ti mismo. Puedes ser muy discapacitado, pero las cosas las debes conseguir tú’. Ahí empecé a salir adelante.
También quise ser cura. Desde los 7 años hasta que me quedé en silla de ruedas, alrededor de los 17. Lo encontraba muy lindo. Yo vibraba, era como ver un partido de la Selección Chilena. Me gustaba comer las hostias, ver a la gente reunida. Luego me cambió el rumbo. Creo que puedo seguir ayudando desde otro lado.
Me acuerdo que me decían ‘oye, tienes capacidades para ir a un Sudamericano, puedes ganar una medalla’. Pero yo disfrutaba de ir a comer pizza con mis amigos. Nunca me presenté a un torneo hasta los 25 años, cuando comencé a hacer natación de nuevo. Más que nada por mi hija, que me quería ver nadando.
Tenía 23 años cuando fui papá. Se te pasa por la mente que tu discapacidad es hereditaria. Fue un tema. Lo hablamos con mi pareja de ese entonces, pero nunca pensamos en un aborto. Seguimos adelante. Me acuerdo que íbamos a las ecografías y preguntaba si tenía todas las patitas y manitos.
Cuando nació empezaron los exámenes y fue muy lindo, porque nació bien. Y con mi pareja actual fue más planificado. Lo conversamos harto. También fue un tema porque yo no quería mucho, tenía miedo. También salió sana. Es inexplicable. Los médicos me dijeron que no podían entender cómo salieron así, si yo tenía una discapacidad hereditaria.

Mi hija chica, que tiene ocho meses, va tres veces a la semana a nadar. Ojalá todos los niños tengan esa posibilidad. No quiero que sea profesional. Si ella lo quiere hacer, bien, pero el ejercicio es muy bueno.
Yo trabajo en el BCI. Llegué hace casi 12 años sin nada. Había sido papá recién, no había trabajado nunca. No tenía currículum, lo dejé casi en blanco. Empecé contestando teléfonos, luego me mandaron a ver las cuentas más básicas. Después salté a las cuentas corrientes y más tarde me convertí en jefe de área. Así fui aprendiendo. Me apoyaron desde siempre, pero no porque era deportista de alto rendimiento, en ese minuto no lo era.
Un día renuncié porque ya no podía escribir con las manos. Los gerentes me dijeron que no, que iban a buscar una fórmula para que siguiera con ellos. Ahora soy ejecutivo de comunicaciones. Informamos todo lo del banco y escribo las notas corporativas.
***
En 2017, de vacaciones en Nueva York, me conseguí una piscina para practicar. Y un día me vio un entrenador. Días después él me dijo que había hablado con la federación estadounidense, que vieron mis números. Me ofrecieron irme a Estados Unidos, a entrenar con todo incluido: un sueldo, departamento y vivir bien.
No te voy a mentir. A mí se me abrieron los ojos. Pero en ese momento mi mamá y mi hermana me dijeron que tenía todo en Chile. Tenía a mi familia, mi trabajo, la Teletón. Y pensé que si queremos cambiar el futuro de los deportistas paralímpicos hay que hacerlo desde acá.
No me equivoqué, lo hice bien. Y el 2020, con esto de la pandemia y que Chile no me quería dejar entrenar, Estados Unidos volvió a intentarlo. Me querían en Tokio. De inmediato les dije que no. Me di cuenta que el dinero no lo es todo, que no puedes comprar algunas cosas.
Esta semana le dije a un encargado del comité chileno que mis medallas no fueron por su gestión. Fueron porque yo tuve recursos. Cualquier persona sin recursos no hubiera conseguido una piscina todos los días. Para que un deportista llegue al alto rendimiento, tenemos que compararnos con potencias mundiales.
Tenemos deportistas, pero hay que ayudarlos. El dinero está, pero falta gestión, un administrador público que vea las platas. No puede ser que un deportista financie sus pasajes en la cola del avión. Uno va a competir, no va a pasear. Yo pagué mis viajes durante todas las competencias, pagué mi concentración en Europa en 2019, en Francia, España. Fue gracias a mi familia y personas desinteresadas.
Sí, hay ayudas, pero no son suficientes. Que te manden a la cola del avión en un campeonato donde debes rendir no está bien. Que no le paguen a tu técnico no está bien. Que tu asistente no tenga sueldo tampoco está bien. Y cuando la medalla llega dicen que invirtieron millones de dólares en el deporte, pero de eso ¿cuánto le tocó a Alberto Abarza?
Me molestó mucho cuando llamaron a mi señora y le dijeron que íbamos a recibir $ 40 millones de pesos por la medalla. Y es verdad, pagan eso por la medalla, pero mi silla de ruedas cuesta $ 15 millones. Mantener a un deportista de alto rendimiento no lo cubres con eso. Me molestó porque le sacan en cara eso, hay que tener cuidado.
Igual valoro muchas gestiones que se han hecho. Por ejemplo Cecilia Pérez. Al principio dije: ‘Esta señora no sabe nada‘. Pero de verdad hace un trabajo espectacular. Yo nunca conocí a un ministro del Deporte. Solo los veía para la foto. Pero con ella he conversado, me pregunta cómo estoy. Es cercana. Es la que pelea con el comité.
***
Venimos de dos portonazos. El segundo fue el peor. Fue hace 10 meses. Tenían armas, dispararon, me bajaron del auto, pero no lo pudieron manejar porque era para discapacitados. No se lo pudieron llevar. Ahí comenzó la frustración. Le pegaron a mi novia. Yo tiritaba. Tenía que manejar al hospital. Llamaba a Carabineros y no me contestaban. Yo rajé, no me preocupé de nada.
No sé cómo me mantuve al volante. En ese tiempo nadie podía estar en la calle, era toque de queda. Entiendo el descontento, son personas que no tuvieron las oportunidades que tuve yo. Espero que salgan adelante, que les vaya bien en la vida. Para mí fue algo del momento, pero ellos van a seguir en lo mismo. Y eso tiene consecuencias.
Mi gran sueño era cantar el himno en los Juegos Paralímpicos. En el fútbol siempre se canta al principio, pero en el resto de los deportes se hace cuando uno gana. Yo quería que nuestro himno se cantara en Tokio. Y cuando gané, más que la medalla, logré entonar la canción nacional. Y lo hice a todo pulmón.
Ahí vi reflejado el esfuerzo de mi mamá. Ella nunca pensó que iba a ser campeón olímpico. Ella lo hizo solo porque me veía con una sonrisa. Se me vino todo a la mente.
Me encantaría vivir en el sur, irme a Puerto Varas. Me voy a jubilar pronto, quiero tener una camioneta que me lleve a todas partes. Con eso soy feliz. En la parte deportiva quiero seguir aprovechando. Voy a seguir compitiendo, pero no por la presión de ganar una medalla. Lo voy a hacer hasta que me sienta competitivo. Todo eso depende de las ayudas que consiga. Porque hasta ahora ha sido un gasto económico tremendo. Ahora es tiempo de pensar en mi familia, en mis hijas, y creo que seguir gastando en eso no sé si valdrá tanto la pena”.
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