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El fin de la doctrina “Arcos Dorados” de Thomas Friedman

En los años ‘90 el economista planteó que dos países donde existieran locales de la cadena McDonald’s nunca se enfrentarían en una guerra.

Por: Edward Luce | Publicado: Viernes 15 de mayo de 2015 a las 04:00 hrs.
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Hace casi dos décadas, Thomas Friedman planteó su "Teoría de la prevención de conflictos 'Arcos Dorados'". Dos países donde hayan restaurantes McDonald's nunca irán a la guerra. La idea sentó bien en los embriagadores años '90 posteriores a la guerra fría, cuando la gente pensaba que la humanidad se volcaría en metas post ideológicas, como acabar con el hambre. Abría una perspectiva donde el 'homo economicus' sustituiría su apetito por la guerra con un Big Mac y papas fritas. Por desgracia, la guerra está de nuevo en el menú y McDonald's está en problemas. ¿Podría la era de la globalización dar marcha atrás?

La respuesta con seguridad es no. McDonald's y otros íconos de consumo de Estados Unidos, como Coca-Cola y Kraft, están sin duda estancados. Sus ventas locales y en el extranjero han estado desplomándose. McDonald's sufrió una gran caída en los ingresos de Asia el año pasado después de que fue descubierto utilizando carne caducada en China al tiempo que un diente humano apareció en una hamburguesa en Japón. Pero los gustos también están cambiando. El rey de la comida rápida está ahora jugando con la idea de sándwiches artesanales y la col rizada. Llama a esto "recuperación de la marca".

Pero los males de los íconos antiguos del consumidor estadounidense no califican como una retirada de la globalización. Marcas estadounidenses más nuevas, como Apple, Uber y Starbucks, están cobrando fuerza. Friedman también actualizó su aforismo a la "Teoría Dell de la prevención de conflictos". No hay dos países que formen parte de la misma cadena de suministro global que peleen entre sí: la sanción económica sería simplemente demasiado alta. Por desgracia, los acontecimientos también están desafiando la versión actualizada.

Incluso cuando las sociedades se vuelven de clase media, el conflicto es endémico de nuestra especie. El regreso de una gran rivalidad entre las potencias en el siglo XXI nos recuerda que no somos animales puramente económicos. Si éste fuera el caso, hace mucho tiempo que habríamos reducido los costos de transacción mediante la abolición de los Estados nacionales y las divisas.

El hecho de que las diversas culturas compartan malos hábitos y utilicen la misma tecnología no debería ser sobre interpretado. Los líderes políticos de China han estado vistiendo trajes de negocios durante años. Combatientes yihadistas usan jeans y navegan en sus iPhones (sin duda, algunos tienen una debilidad por los McNuggets de pollo). Todavía rechazan la hegemonía global. La presencia de cientos de puntos de venta de McDonald's en Rusia no detuvo a Vladimir Putin el año pasado de anexarse Crimea, que también tiene restaurantes McDonald's. La cadena se ha retirado de la península pero no del resto de Ucrania. Tampoco es probable que la presencia de McDonald's evite una quinta guerra entre India y Pakistán. Mientras tanto la integración global de China no parece haber cambiado su sentido del nacionalismo.

La geopolítica está claramente de vuelta. Hay señales de que la economía se está integrando también más lentamente que antes. En algunos aspectos, va en la dirección opuesta. En las décadas anteriores a la crisis financiera de 2008, el comercio mundial se expandió a más o menos el doble del ritmo del crecimiento económico mundial, según la oficina holandesa de Análisis de Política Económica. Desde entonces, el comercio se ha reducido al mismo ritmo de crecimiento. Algo de esto se debe a factores estructurales, principalmente el cambio de China desde un modelo de crecimiento basado en la exportación a uno basado en el consumo interno.

La tecnología también juega un papel. La automatización permite a los fabricantes acercarse a los clientes sin incurrir en altos costos salariales y gastos de envío exorbitantes. Si la impresión 3D despega, esa tendencia se profundizará.

Pero parte de la desaceleración está ocurriendo por decisión propia. Las elecciones de la semana pasada en Reino Unido llegaron tras la campaña más introspectiva que se recuerde. El internacionalismo de Reino Unido ya no puede darse por sentado. Tampoco debería ser ignorado su mensaje: Reino Unido sigue siendo un indicador de la democracia. El auge de una política más nacionalista en Occidente probablemente seguirá siendo un problema durante algún tiempo.

Los ingresos en el mundo en desarrollo están alcanzando a los de Occidente, en algunos casos a expensas de la clase media occidental. Al menos, así es como muchos votantes lo perciben. Después de décadas de acuerdo para reducir las barreras globales, hoy estamos igual de dispuestos a reponer esas mismas barreras. Esto afecta a las regulaciones financieras, las normas que regulan Internet, la tolerancia a los inmigrantes y las barreras comerciales no arancelarias. El banco más grande de Reino Unido, HSBC, piensa incluso en volver a instalar su sede en Hong Kong.

Mientras tanto, lo que más conecta el mundo –el ciberespacio- se está convirtiendo en el campo de batalla favorito. Probablemente las potencias emergentes no están más inclinadas que la antigua Unión Soviética a utilizar armas nucleares en contra de Estados Unidos. Pero la doctrina de destrucción mutua asegurada tiene escasa relevancia para la guerra cibernética. La disuasión sólo funciona cuando el culpable puede ser identificado. En lugar de una guerra fría (cold war), el anonimato alimenta la "guerra cool", que se hace un poco menos "cool" cada año. La propagación de armas cibernéticas y la voluntad de China y Rusia de utilizarlas presenta un nuevo tipo de desafío al concepto de "Arcos Dorados". La esperanza era que los intereses económicos mutuos nos hubieran persuadido de deponer las armas. En la práctica, las ambiciones geopolíticas divergentes están presionando en la otra dirección. Actores beligerantes pueden lanzar ataques sin admitirlos a un costo económico trivial. En cierto sentido, esto puede ser una forma elevada de globalización. Pero está muy lejos de lo que una vez tan alegremente esperábamos.

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