Con 49,20% de los votos, el líder opositor del Partido Demócrata (PD) Lee Jae-Myung ganó la elección presidencial de Corea del Sur frente al candidato conservador del Partido del Poder Popular (PPP), Kim Moon Soon, que obtuvo 41,46% de apoyo.
Las elecciones se desarrollaron en medio de un complejo escenario político para Corea del Sur, donde la polarización venía aumentando producto de la fallida imposición de la ley marcial a fines de 2024, que terminó con la eventual destitución del entonces presidente Yoon Suk-Yeol.
Ese 3 de diciembre, Yoon decretó la medida —que supone la cancelación de cualquier actividad parlamentaria, prohibición de manifestaciones y la restricción de medios de comunicación— argumentando que era necesaria para proteger el orden constitucional y "erradicar las fuerzas afines a Corea del Norte". Señaló que la oposición habría estado realizando actividades contra el Estado surcoreano en sintonía con el régimen totalitario de Kim Jong-Un para derrocar al gobierno.
Sin embargo, la decisión fue ampliamente rechazada, y tanto parlamentarios de oposición como de su propia bancada manifestaron su descontento. Asimismo, pese a estar prohibidas, estallaron masivas movilizaciones.
En ese momento, el ahora presidente Lee, quien estaba en la lista de políticos de opocisión que iban a ser detenidos, hizo un llamado a los legisladores de su colectividad para cruzar las vallas de seguridad alrededor del parlamento —resguardas por soldados— y rechazar la aplicación de la ley marcial a través de una votación de emergencia.
La ley fue retirada al día siguiente y, desde ese momento, seis partidos de oposición presentaron una moción para destituir al expresidente Yoon, la cual finalmente se hizo efectiva el 14 de diciembre, mientras la Justicia abría en paralelo una investigación por "rebelión".
De cara a los desafíos
Debido a que se trataba de una situación especial, Lee asumió este miércoles oficialmente la presidencia, sin el tradicional intervalo antes del cambio de mando, pero el escenario que enfrenta no parece fácil de manejar.
En medio de la actual guerra comercial mundial, un par de horas después de que Lee asumiera, el presidente Donald Trump, impuso gravámenes del 50% a las importaciones de acero y aluminio de Estados Unidos, una medida que impactaría directamente a Corea del Sur, el cuarto mayor exportador de estos metales a EEUU en 2024, poniendo presión a la economía asiática.
Asimismo, el gobierno de Lee deberá hacerse cargo de la crisis de natalidad, con los nacimientos arrojando una leve alza de 3% en 2024 tras nueve años de caída. Y según cifras del Ministerio del Interior, 20% de la población del país supera los 65 años.
Durante su campaña, el nuevo mandatario declaró que la creciente desigualdad y el sentimiento de desesperanza de las nuevas generaciones eran las responsables del descenso prolongado de la natalidad, por lo que prometió impulsar una semana laboral más corta y aumentar el apoyo a empresas pequeñas. Pero también se comprometió a elevar la edad de jubilación desde su nivel actual de 60 años.
Por otro lado, Lee buscará reducir las tensiones con su conflictivo vecino del norte. A diferencia del distituido Yoon, que asuminó una relación más dura con Pyongyang, su predecesor, el expresidente Moon Jae-In, intentó sin éxito un acercamiento con el régimen de Kim Jong-Un, el cual continua declarando a Corea del Sur como Estado enemigo. Lee acusó a Yoon de agravar deliberadamente las tensiones con Corea del Sur para justificar la ley marcial.
Las elecciones de este año marcaron un hito para Corea del Sur, con alrededor de 80% de los 44,4 millones de habitantes con derecho a voto acudiendo a sufragar, una de las mayores tasas de participación en la historia del país.
Aunque ha sido acusado de buscar relaciones solo con China y Corea del Norte, Lee aseguró que la política exterior seguirá basada en su alianza con Estados Unidos.