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Publicado: Viernes 4 de marzo de 2016 a las 04:00 hrs.
En las próximas semanas tendremos documentado registro de las tres causales que conspiraron para matar a Cristo. El mayor homicidio de la Historia fue el resultado, en primer lugar, de la ignorancia. Sí, la ignorancia, el no saber lo que se puede y debe saber, es potencialmente letal. Por algo Jesús, momentos antes de morir, ruega al Padre perdonar a sus verdugos y atormentadores, “porque no saben lo que hacen”. Esta ignorancia homicida vio facilitado su trabajo por la cobardía. Quienes sí sabían de quién y de qué se trataba (uno de ellos había profesado clamorosamente “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo!) huyeron al ver a su Mesías arrestado, no lo visitaron en la cárcel y lo dejaron solo ante el tribunal que lo condenó a muerte por “blasfemo”. Pedro fue tan cobarde que negó tres veces, bajo juramento, siquiera conocerlo: por temor a una criada.
Pero la ignorancia y la cobardía sólo pudieron obtener su trofeo macabro gracias a la decisiva participación de Pilato. El encargado de impartir la justicia de Roma prevaricó: falló, a sabiendas, contra ley expresa y vigente en una causa criminal, condenando a muerte a un reo del que reconoció públicamente y tres veces: “no encuentro en este hombre delito alguno”. Prevaricación a la que fue inducido por su relativismo moral: “¿y qué es la verdad?). Pregunta meramente retórica. En la práctica, el Procurador romano legitimaba como verdad lo que la plebe y sus agitadores vociferaran como mayoría. Así fue como en un plebiscito de cinco minutos liberó al terrorista Barrabás y ordenó azotar y crucificar al Justo.
Las tres causales del homicidio de Cristo vuelven a conspirar, 20 siglos más tarde, para encubrir como legal el asesinato de millones de creaturas tan inocentes, como Cristo, de todo delito. Ignorancia: no saben, o pretenden no saber, que esas creaturas poseen, desde su concepción, por razones bioéticas y jurídicas, el estatuto de derechos y garantías que un Estado civilizado reconoce a toda persona, comenzando por el derecho a la vida. Cobardía: más cobardes que los discípulos directos de Cristo. Ellos arriesgaban seguir el destino de prisión, flagelación y crucifixión de su Maestro. Estos, aun llevando como distintivo el nombre de su Maestro, sólo arriesgan perder algunos de los innumerables privilegios reservados a la elite dominante. En vano disfrazan su cobardía con inverosímiles eufemismos alusivos a la libertad de elección.
Pilatos: saben que están condenando a muerte a los seres más inocentes del planeta. Identifican la verdad con espurias mayorías, pactadas o presionadas para mantenerse en el poder. Y obedecen servilmente a la promesa oficial del gobierno de turno: que la fecundidad real sea sólo la fecundidad deseada. La vida de un inocente dependerá de que yo desee que viva.
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