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“El verdadero protagonista de su vida es Dios”

Por: María del Pino Gil de Pareja | Publicado: Viernes 27 de mayo de 2016 a las 04:00 hrs.
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A comienzos de los años cincuenta, un joven sacerdote italiano se da cuenta de que la gran mayoría de los jóvenes con los que se encuentra manifiestan una gran ignorancia sobre el cristianismo. Ante esta situación, decide abandonar una prometedora carrera de teólogo para impartir clases de religión en un instituto público de Milán. Pronto reunirá en torno a sí a centenares de jóvenes que darán su vida por una novedosa experiencia eclesial que, a partir de los años setenta, se conocerá con el hombre de “Comunión y Liberación. Poco tiempo después de la muerte de Giussani en 2005, Julián Carrón, su sucesor, le encargará al periodista Alberto Savorana la investigación y escritura de la biografía de su biografía. Alberto Savorana, periodista desde 1987, colaboró desde 1993 con Luigi Giussani en el desarrollo de varios estudios y publicaciones. Actualmente es el responsable del gabinete de prensa de la oficina de relaciones públicas del movimiento. Revista Humanitas pudo entrevistarlo en una de sus jornadas de visita en Chile para la presentación de su libro, que tuvo lugar el pasado 20 de mayo en los salones de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

- En la Introducción del libro, confiesa lo siguiente: “Yo no tenía ni idea de qué quería decir escribir una biografía. ¿Por dónde empezar?”. Bien, y finalmente, ¿por dónde empezó, cómo lo hizo?

- Dije eso porque no tengo una formación histórica y, en efecto, no sabía en qué consistía escribir una biografía. Lo hice porque me lo propuso don Julián Carrón. Él me alentó a comenzar a trabajar. Me aconsejó recopilar todo lo que encontrase acerca de don Giussani: cartas, testimonios, documentos... Y entonces me dio la clave: “Déjate impresionar por lo que encuentres, no seas indiferente, no tengas una actitud científica separada de tu objeto de estudio. Verás como entonces el libro se irá haciendo a sí mismo”. Decidí seguir sus consejos y durante los primeros dos años me dediqué solo a buscar, leer y catalogar todo el material que se cruzaba en mi camino y, dejándome impresionar por lo que encontraba, comencé a vislumbrar algunos hilos conductores, ciertas huellas de la vida de don Giussani que de alguna manera explicaban y daban forma a su biografía. Vislumbré entonces que la única manera de relatar la vida de don Giussani era dejándome tomar de la mano por él.

- Usted ya conocía a don Giussani antes de este libro pero, ¿descubrió algo nuevo de él mientras lo escribía?

- Descubrí algunos episodios de su vida que no conocía. Me llamaron especialmente la atención los de su época de niño, etapa en la que ya era posible percibir algunos rasgos de la personalidad del don Giussani adulto. Pude apreciar la gran deuda que el fundador de Comunión y Liberación tuvo con su padre, quien le inculcó su afán por una incansable búsqueda del significado último de la realidad. Sobre esto comienzan a hablar desde que Giussani era bien pequeño, especialmente cuando comienza sus clases en el seminario. Su padre, socialista de pensamiento, no estaba muy contento con la decisión de su primogénito. Para provocarlo, le decía desde bien niño: “Pregúntate la razón, el motivo de todo cuanto te digan o te hagan estudiar”, tal vez esperando que algún día renunciara a su vocación sacerdotal. No sabía que, por el contrario, estaba entregando a Giussani un arma para verificar que el camino que había escogido era el más razonable.

Su mamá, en cambio, era una mujer muy católica. De ella aprendió a mirar la realidad con los ojos de la fe. Tanto es así que don Giussani nunca pudo olvidar un episodio vivido junto a ella cuando era pequeño. Una mañana de marzo, al alba, despuntaba ya la aurora, pero quedaba en el cielo la última estrella. Su madre paró sus pasos y le hizo al niño mirar al cielo: “Mira, hijo, qué lindo es el mundo y qué grande es Dios”. Aprendió de ella la relación de todas las cosas de la tierra con Dios.

Otro episodio fundamental en la vida de don Giussani tiene lugar en 1951 mientras confesaba a un joven en una parroquia de Milán. Durante la confesión, el muchacho blasfemó y despreció a Dios en varias ocasiones y dijo que, para él, el ideal humano consistía en la figura del “Capaneo” de Dante, un gigante encadenado por Dios a una roca de la que no se puede liberar. Don Giussani, algo incómodo siendo un joven sacerdote, le contestó: “Y a este Dios que odias, ¿no sería aún más grande amarlo?”. El joven quedará tan impactado ante esta pregunta que, al cabo de poco más de un mes, regresará donde Giussani para decirle que había comenzado a ir a misa. En ese momento, don Giussani percibió que, lo mismo que ese joven, existían muchos otros que necesitaban que alguien les ayudase a descubrir la belleza del cristianismo. Por ese motivo, abandonará la carrera de teología para enseñar en un liceo estatal de Milán, dando comienzo así a su presencia entre los jóvenes.

- ¿Le ha ocurrido a usted algo interiormente al escribir este libro?

Sí, mucho (ríe). Primero, don Giussani, a través de este trabajo -y en esto estoy ciertamente en deuda con él- me ha ayudado a poner mucha más atención a mi vida. Les cuento un caso concreto. Cuenta Giussani que a los trece años tuvo una crisis estando en el seminario porque comenzó a sentir, fruto de la adolescencia, los interrogantes de la vida, el destino, la verdad, etc. Ese mismo año, encontró los poemas de Giacomo Leopardi, poeta italiano del siglo XIX. Durante todo aquel verano, Giussani se empapó de todos aquellos libros. Con ellos, experimentó una especie de escape. Me sorprendió encontrar en el archivo del seminario los juicios que los profesores dictaron sobre Giussani ese año. Afirmaban que estaba pasando por una crisis, que algo no estaba bien y que incluso algo extraño se observaba en su comportamiento. Cuando leí y escuché esta anécdota, me pareció un poco exagerado que, con tan solo trece años, una persona pudiera experimentar semejante crisis. Yo tengo tres hijos que pasaron por esas edades y, para mí, fueron solo eso: niños incapaces de plantearse grandes interrogantes vitales. Esa noche, de regreso a casa, no pude evitar mirar a mi tercera hija, María Magdalena, que en ese momento estaba cumpliendo los trece. Y me sorprendí porque la miré como nunca antes la había mirado. Por primera vez no la traté solo como mi niña adorable, sino como una persona que, como yo, tenía una razón, un corazón y un deseo. Este es un pequeño episodio para mostar cómo don Giussani me fue acompañando en mi vida a lo largo de estos cinco años de trabajo.

- Don Giussani, casi al final de su vida, le escribe una carta al entonces papa Juan Pablo II. En ella, le dice textualmente: “Nunca quise fundar nada”. ¿Cómo es posible entender el movimiento tan grande que creó Dios a través de don Giussani sin una mínima intención fundacional?

- Es posible si consideramos que para don Giussani el verdadero protagonista de la historia es Dios, lo que dio a don Giussani la suficiente certeza como para comprender que todo el sentido de su vida consistía en permanecer unido a ese Dios que, para él, había adoptado un rostro humano, concreto, real. En el fondo, toda su vida se puede resumir en el deseo de conocer cada vez más el rostro de este Dios, pero no en la celda de un monasterio de clausura, sino en medio del mundo. Quienes lo rodeaban se contagiaban de su entusiasmo y esto, de alguna manera, les provocaba curiosidad. Fueron muchos los jóvenes que acudieron a su encuentro atraídos por su personalidad. Si bien, el movimiento no fue fundado por una inspiración divina, sino que hasta para el mismo Giussani fue una sorpresa que vio ocurrir en su vida. Lo dirá en 1998 hablando en la Plaza de San Pedro ante Juan Pablo II: “Dando toda mi vida a Cristo, he visto suceder un pueblo”. Su intención no era construir un pueblo, sino vivir una fe. Y fue así como cada vez más y más personas encontraron en este un camino interesante para vivir su vida en la sociedad contemporánea.

- Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, los tres papas fueron cercanos a don Giussani. ¿Pero con cuál diría usted que tuvo mayor afinidad?

- Son tres formas de afinidad las que Giussani tuvo con cada uno de ellos. Don Giussani comienza a enseñar en los mismos meses en que el futuro papa Montini se convierte en arzobispo de Milán. En ambos coincide la preocupación por lo que posteriormente se reconocerá como el fenómeno de la secularización. Ante la amenaza de una fe que se aleja del ser humano, juntos luchan por recuperar una Iglesia capaz de dialogar con el hombre moderno. Con Juan Pablo II compartirá la experiencia de una fe encarnada en la vida del hombre. Don Giussani retomará continuamente este tema evocando la frase con la que Juan Pablo II inicia su encíclica Redemptor hominis: “El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia”. Con Ratzinger hay una amistad muy profunda que comienza en los años 70 y que se forja en encuentros muy frecuentes. Cuando Ratzinger era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Giussani iba casi todos los meses a verle para compartir todas sus experiencias y dificultades en el movimiento. Dos cosas impresionaban mucho a don Giussani de la figura de Ratzinger. Una era el énfasis en la racionalidad de la fe; la otra consistía en la insistencia, que luego veríamos en las encíclicas de Benedicto XVI, en la naturaleza del cristianismo, no como discurso, como doctrina o como moral, sino como el acontecimiento de un encuentro con Cristo.

- Después de todo lo que ha investigado sobre don Giussani, ¿puede decirnos qué es lo que definitivamente lo define?

- Bueno, aquí debo contar una pequeña anécdota en relación a la introducción del libro que, como en general todo el mundo dice, es lo más difícil de escribir. Habiendo terminado todo el libro, que debía ya entregar a la editorial, me faltaba la introducción, en la cual había trabajado algunas semanas y, la verdad, me gustaba cómo había quedado. Como previamente había hecho con otros capítulos, se la envié a Julián Carrón para que me diese su visto bueno. Si bien siempre me respondía con rapidez, con esta introducción transcurrieron casi tres semanas sin respuesta. Hasta que decidí llamarlo, y entonces me dijo: “Mira, en mi opinión, tienes que hacerla de nuevo, porque tu introducción no debe ser un resumen del libro ni tampoco un conjunto de explicaciones. Las explicaciones se irán construyendo a sí mismas a medida que el lector se adentre en la obra. Tú, debes centrarte en contar qué fue lo que más te impresionó en este trabajo y, sobre todo, deberás condensar en unas pocas palabras lo que consideres como el núcleo de toda esta biografía”. Dejé entonces de lado la introducción y empecé a hojear nuevamente el esbozo del libro, y mientras más hojeaba, más me zumbaba una misma idea en la cabeza. Y con esa idea decidí finalmente iniciar la introducción: “La alegría más grande en la vida del hombre es sentir a Cristo vivo y palpitante en la carne de nuestro pensamiento y de nuestro corazón. Lo demás es ilusión vana o basura”. Sé que utilizarla nada más empezar es como revelar de inmediato quién es el asesino en una novela o thriller, pero creo que toda la vida de don Giussani reside definitivamente en esta frase. No esperen en esta biografía sino encontrar a un hombre enamorado de Cristo.

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