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REGÍSTRATE AQUÍPor: Equipo DF
Publicado: Viernes 3 de febrero de 2017 a las 04:00 hrs.
“Buró” es escritorio; “Kratos”, es poder. Burocracia es el poder que se ejerce “sin moverse del escritorio”, como lo propalaba orgulloso un célebre comercial de los 80’. De ahí una acepción peyorativa de burocracia: “administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas”.
Jesús no tiene nada contra el que se sienta en una oficina de trámites obligados y enojosos: a uno de ellos, recaudador de impuestos, lo escogió como evangelista y apóstol. Lo que a Jesús le indigna es el que abusa de su poder para sentarse sobre el hombre que espera y suplica al otro lado de su escritorio. Esa es la definición y gran pecado del burócrata. Ha hecho de la oficina su santuario privado, abierto y grato sólo para iniciados, escogidos o sentados encima de él. Sabe que tiene poder y lo disfruta intensamente. En sus impolutas manos han puesto las llaves del bien y del mal, del cielo y del infierno. Todos están obligados a recurrir a él, y de una palabra, firma o llamada suya dependen la propiedad, la libertad, en ocasiones la vida y cada vez más la salud mental de sus conciudadanos. Tanto poder marea al burócrata, induciéndole vértigo, embriaguez y locura. Por eso se olvida del hombre, se olvida de los fines, se olvida del tiempo: de todo, menos del deleite de su arbitrariedad omnipotente. Burocracia es sacrificar la persona al funcionario; las finalidades a las formalidades; las urgencias del tiempo a una impasible y exasperante eternidad. Más que sobre una silla, el burócrata se sienta sobre el hombre.
Y para justificarse invoca, el burócrata, la majestad sacrosanta de la ley. La conoce de memoria, es su esposa o amante inseparable, proveedora del artículo preciso que le faculta (él dirá que le obliga) a decir que No. O “todavía No”. Un No que pronuncia con casi lujuriosa complacencia e indisimulado tono de regocijo triunfal. Esa ley, ese artículo que fueron concebidos para servir al hombre, el burócrata los esgrime y enarbola para estorbar al máximo y dilatar hasta el infinito las empresas y expectativas del hombre.
Reedición aun mejorada del fariseo evangélico, el burócrata contemporáneo tiene en sus manos la llave, pero no entra ni deja entrar. Vive, goza inventando nuevas exigencias y minucias seudolegales, imponiendo a los demás cargas intolerables, sin mover él uno de sus refinados dedos. Y mientras más retuerce reglamentos y urde recovecos, tanto más descuida y sofoca lo esencial: la justicia, la equidad, la misericordia, el sentido común. En nombre de la ley sacrifica al hombre por quien y para quien son todas las leyes. Castigará a quien salve vidas en días feriados o sin tener licencia suya para salvar. Prohibirá apagar incendios sin garantía de pagar el agua y el hotel. Dios nos salve de la “burrocracia”.
Desde su mirada única sobre el arte contemporáneo hasta su incansable búsqueda de la excelencia, Patricia comparte su historia, su visión sobre el rol del arte en la sociedad y cómo ha construido un espacio fundamental para la escena artística chilena.