Cada año, Artel —la icónica firma de artículos escolares y de oficina— vende cerca de 45 millones de unidades, lo que equivale a que, en promedio, cada chileno adquiere al menos dos productos de esta marca. Cada año también producen cerca de 200 mil kilos de plasticina.
Con una historia que se remonta a 1938, Artel sigue en manos de la misma familia, hoy representada por la tercera y cuarta generación. Pero hace unas semanas decidieron hacer un cambio en su gobierno corporativo: nombraron un directorio con mayoría femenina, encabezado por una presidenta y con una gerenta general, en un proceso conducido por el head hunter C Group.
La librería, la guerra y las témperas
Fue Osvaldo Matzner Winter, un hijo de inmigrantes alemanes del sur de Chile, quien está en el origen de Artel. En 1938 se vino a Santiago y compró la Librería Nacional, que ya existía y estaba ubicada en la Alameda, al frente de la UC. Pero a los pocos años, en 1940, con la Segunda Guerra Mundial desatada y con los problemas de suministro y falta de importaciones que trajo el conflicto bélico, Matzner decidió aprovechar sus conocimientos técnicos en química y comenzar a fabricar témperas y pinturas, lo que fue el origen de Artel -cuyo nombre significa letra al revés-, y que hasta hoy ha funcionado como un negocio integrado verticalmente con la Librería Nacional.
El fundador tuvo dos hijos, Osvaldo y Elionor Matzner Schopf, quienes fueron los artífices del crecimiento de la compañía, pues crearon la primera fábrica y comenzaron con las representaciones. Y luego, ya en la tercera generación -con 3 hijos de Elionor y 4 de Osvaldo-, cinco de ellos entraron a trabajar en la compañía. Entre ellos, Osvaldo Matzner Thomsen, nieto del fundador y último gerente general vinculado a la familia.
Y es que como suele ocurrir, con la llegada de nuevas generaciones, la descendencia creció -hoy son siete las ramas familiares dueñas de Artel, todas en proporciones similares-. Por eso, en 2011, como grupo optaron por emprender un proceso de cambio para crear un gobierno corporativo profesional, con miembros independientes a los del grupo familiar. Y al año siguiente se dotaron de un Pacto de Familia, que dicta las pautas de la relación del clan con la empresa, en un proceso asesorado por el profesor de la PUC y experto en empresas familiares, José Rivera. Con esas bases fueron saliendo progresivamente los Matzner de la plana ejecutiva, para tomar un rol de accionistas.
Así, hoy los dos miembros del directorio de la compañía por la familia son Osvaldo Matzner Thomsen y su sobrina, Andrea Salvatierra Matzner, hija de Celsa Matzner Thomsen. Y de los miembros externos, hace pocas semanas se produjo el cambio, con la llegada de Patricia Sabag y Janet Awad, esta última además como presidenta del directorio. Ambas relevaron en sus cargos a otros independientes -José Rivera y Paula Levin- y llegan precedidas de una dilatada carrera como directoras de empresas. La primera es directora en Concha y Toro y la segunda, de Masisa. La mesa de Artel la completa el abogado Pedro Pellegrini.
También hace un mes y medio llegó una nueva gerenta general corporativa a la compañía, Valeria Flen, ingeniera comercial PUC y quien fue una emblemática gerenta general de Soprole, que luego de trabajar al alero del grupo Fonterra -incluso se desempeñó en Venezuela para este grupo neozelandés- trabajó en el grupo Gloria, en Perú, en su división alimentos. Y desde esa posición le correspondió abordar la compra de Soprole por parte de este conglomerado peruano. Flen reemplazó en el cargo a Néstor Villanueva en el grupo Artel.

“Quiero mantener el legado”
Tal como en sus orígenes, Artel sigue integrada verticalmente con la Librería Nacional en el negocio directo a consumidor y que, con un total de 30 puntos de venta en Chile, les aporta del orden del 35% del negocio. El otro 65% es el negocio B2B, la venta de los productos de oficina, escolares, manualidades y papelería, que venden en supermercados, librerías de barrio (canal tradicional) y distribuidores mayoristas.
Un dato curioso de este segmento es que Artel sigue fabricando en Chile algunas categorías de productos en su planta de Santiago, como las pinturas de manualidades y témperas, gredas o block de dibujos y archivadores, pese a que podrían importarlos. “Buscamos resguardar ante todo los estándares de calidad. La témpera no solo termina en el papel, sino que puede terminar en la cara de los niños. Nos da esa tranquilidad de que son productos de primera”, dice Andrea Salvatierra, de 40 años, ingeniera civil industrial PUC, y quien antes de llegar a este directorio, trabajó en el pasado en CCU, luego fue gerenta de retail en la empresa de su familia por siete años, luego trabajó en Casaideas y hace un año aterrizó en el directorio de Artel.
“A mí me tocaba desde chica acompañar a mi mamá a la librería en las vacaciones, porque no tenía con quién dejarme. En la mañana probaba productos, a mediodía picaba papeles en la máquina pica papeles -mi abuelo me pagaba por bolsas- y después me tocaba ir a envolver regalos”, cuenta Salvatierra sobre su relación desde corta edad con la compañía. De ahí su apego a Artel. “Quiero mantener el legado y ojalá siga en manos de la familia”, dice.
Con una venta muy estacional -el 38% se concreta en tres meses-, y pese a que el mercado en los últimos años ha cambiado con el cada vez mayor uso de tecnología, Salvatierra dice que son una compañía rentable, y que nunca desde 2011 ha dejado de generar utilidades. Todo, apuntalado con representaciones -Disney, por ejemplo- y con la búsqueda de nuevos mercados, como la tercera edad, ante la baja de natalidad. “Hay una menor demanda en algunas categorías, pero se potencia en otros”, dice Salvatierra.
Salvatierra confidencia que, habiendo tres historiadores en la cuarta generación de la familia, “qué lindo sería que cuando cumplamos 90 años podamos lanzar el libro de Artel”.