Hasta hace algunas semanas eran evidentes las tensiones que se vivían en el socialismo por su definición presidencial. La contundente mayoría de Isabel Allende en el comité central hacían difíciles, aunque nada imposible, las opciones de Ricardo Lagos para conquistar al principal órgano del partido, indispensable para avanzar en su candidatura. La decisión de la senadora de retirarse de la carrera a La Moneda, sin embargo, no solamente no despejó el camino al ex presidente. La filtración de la conversación privada entre ambos dirigentes, las presiones internas a la parlamentaria y sobre todo las interpretaciones posteriores que se le dieron a un diálogo que habría sido bastante cordial y fructífero –a diferencia de lo que finalmente trascendió–, terminaron por cristalizar lo que hace tiempo resulta evidente: el PS parece no querer a Lagos y una proclamación se vislumbra difícil, al menos en el corto plazo.
Para una buena porción de la mayoría socialista que apoya a Allende a nivel interno –como lo manifiestan en privado y algunos lo ha explicitado públicamente–, Lagos cometió una especie de feminicidio político y se inmiscuyó en la definición interna de la colectividad. El laguismo no tiene esa versión, evidentemente, aunque resulta compleja una aclaración pública. Sea como fuere, la escena del miércoles en la Cámara, de diputados socialistas reunidos con el senador Alejandro Guillier –planificada con rigurosidad y en conocimiento de los líderes tanto del PS como del PRSD– representa apenas una de las sucesivas señales que develan la reticencia que existe hacia Lagos dentro del socialismo chileno.
En primer término, conviene aclarar que si Lagos marcara bien en las encuestas, probablemente el PS no estaría tensionado entre elegir a Guillier –un senador apoyado por el Partido Radical sin mayor historia política en la centroizquierda– y un ex presidente que en 2000 fue el primer socialista en llegar a La Moneda después de Allende, como señalaban en aquellos tiempos los mismos socialistas. En momentos de pragmatismo y ansiedad por la alta probabilidad de perder el poder en las elecciones de noviembre de 2017, la decisión del PS no pasa por un proyecto de país ni necesariamente por un asunto ideológico. Cuando la Nueva Mayoría está descompuesta –como mostró en el Congreso la bochornosa discusión del reajuste para el sector público–, la definición socialista tiene relación con el corto plazo y la suposición de que la llave del éxito la tendría Guillier.
Los socialistas explican que a Lagos en el partido se le quiere, se le respeta y que en el edificio de calle París tiene su lugar. En la oficina de la presidencia del PS su retrato cuelga de una de las paredes junto a los de Salvador Allende y Michelle Bachelet, aunque Lagos nunca ha llegado a militar. Pero de acuerdo a lo que explican en la colectividad, la relación con el ex presidente tiene mucho de racionalidad y poco de emoción. Dicen que no forma parte de la peña socialista –como se le llama a la participación de las instancias partidarias, el puño en alto, la Marsellesa–, que tiene una especial relevancia en un partido donde la cultura y la tradición parecen importar demasiado en algunas circunstancias. El liderazgo de Lagos, efectivamente, emergió desde los círculos intelectuales y académicos y desde ese espacio –no desde la vida interna del PS– llegó a transformarse en una figura nacional.
En el PS a Lagos se le respeta desde la razón como un patrimonio propio pero en 2016, a diez años de dejar La Moneda, determinados sectores se resisten a apoyarlo: parece un símbolo de aquella Concertación que la Nueva Mayoría aplastó. En los últimos días algunos dirigentes exhiben en privado encuestas internas que muestran a Lagos desinflado frente a la opción de Guillier, como prueba de una decisión que les resulta difícil, pero posible: en el horizonte cercano parece poco probable que el PS lo proclame como su candidato y algunos incluso buscan la mejor fórmula para dar un salto hacia una candidatura del senador independiente por Antofagasta.
El huevo o la gallina
Para Lagos resulta urgente contar con la proclamación del PS y del PPD en lo inmediato. No tener el apoyo de sus dos partidos, que le permitieron una doble militancia simbólica en los años ’90, lo deja sin ninguna plataforma política para seguir en la carrera presidencial. Desde que lanzó su candidatura a comienzos de septiembre, recorrió Chile para la municipal y lleva adelante su postulación sin representar formalmente a nadie. Si la DC llega a su consejo general del 29 de enero con Lagos sin ser proclamado por sus propias colectividades, quedaría descartado un apoyo democratacristiano y el camino propio DC –de llevar candidato a la primera vuelta– adquiriría una inesperada fortaleza.
El ex presidente podría haber escogido una estrategia distinta a la que eligió: al margen de las definiciones de los partidos de la Nueva Mayoría, una de las opciones habría sido levantar una propuesta programática robusta –en la que ha trabajado hace años– y haber reunido las 35.000 firmas necesarias para levantar su candidatura. Habría sido, si se quiere, una apuesta ciudadana. Lagos, sin embargo, tomó la opción estratégica de recorrer el camino institucional: conquistar partido por partido –PPD, PS y la DC, en ese orden– y desde esa plataforma apostar a conquistar el apoyo popular.
No era un salto a una piscina vacía: determinados elementos y el compromiso de apoyos le habrían hecho suponer que, una vez lanzada su disposición a competir el 2 de septiembre, el PPD y el PS naturalmente le darían su respaldo. Se pensaba, incluso, que sería un trámite de algunas semanas y que el escenario se habría despejado antes de las municipales. Porque aunque Lagos no es un hombre de la entraña partidaria y muchos de los protagonistas de la transición por distintas razones están en retirada o fuera del aparataje –Ricardo Núñez, Jaime Gazmuri y Carlos Ominami, por ejemplo–, el ex presidente mantenía contactos recurrentes y fluidos con los actuales nuevos líderes.
Una muestra del supuesto respaldo a su opción presidencial se produjo el lunes 5 de septiembre, tres días después de señalar que estaba dispuesto a competir. En la residencia del diputado Marcelo Schilling esa noche Lagos compartió una comida con 11 parlamentarios socialistas, en lo que fue interpretado como una señal contundente del compromiso del partido y de su base parlamentaria. Las cosas, sin embargo, se fueron enredando en el camino y, hasta la fecha, Lagos sigue sin conseguir el apoyo ni del PPD ni de los socialistas. En ambas colectividades, por distintas razones, parecen querer retrasar la definición.
Los partidos parecen preguntarse: ¿Por qué apoyar a un candidato que no marca en las encuestas? En el laguismo, en cambio, la cuestión es diferente: ¿Podría Lagos aspirar a crecer sin estar arropado por la plataforma de sus partidos, que parecen querer aniquilarlo y no robustecerlo?
La historia de Lagos y el PS-PPD es similar a la disyuntiva de qué es primero, si el huevo o la gallina.
El efecto boomerang
En la conversación entre Lagos y Allende del jueves 27 de octubre habrían acordado, en un diálogo político franco, que era el ex presidente y no la senadora el dirigente mejor posicionado para lograr al apoyo del PPD-PS y la DC. Habría sido la parlamentaria la que, incluso, habría dado un paso al costado a favor de Lagos. La presidenta de los socialistas nunca habría estado especialmente convencida de su candidatura y junto con el riesgo de un fracaso ante Piñera –con un eventual desprestigio para el apellido Allende–, habría tenido conciencia de las dificultades para conseguir un apoyo de la DC.
Si las cosas hubieran funcionado para Lagos, la senadora habría comunicado públicamente su decisión la semana siguiente, poco antes del comité central del PS del 5 de noviembre donde supuestamente se definiría el cronograma electoral y el mecanismo de elección de candidato. Pero por diversas razones, la operación terminó siendo un boomerang para Lagos, nuevamente. La senadora Allende se emocionó en la radio al comentar su decisión y luego hizo gestos hacia Guillier en el Congreso. Para el laguismo esta secuencia resultó incomprensible.
En el PPD las cosas deberían haber resultado relativamente fácil: Lagos es el fundador del partido y, aunque no controla el aparato interno como el senador Guido Girardi, la proclamación podría haberse dado en cosa de semanas. Pero el asunto se ha retrasado y aunque existen sectores que aseguran que Lagos tiene en el bolsillo al PPD, nadie posee una respuesta clara que explique la tardanza en otorgarle el apoyo que necesita para seguir avanzando.
En el PS la situación se ha vuelto totalmente confusa. Para el comité central fijado para el 26 de noviembre –una fecha que incluso resulta tardía para Lagos– no existe ningún interés especial en definir la nominación ni el procedimiento. Podría con suerte tomarse una decisión en enero antes de la junta nacional de la DC o en marzo o en julio, donde los candidatos llegarían directamente a la primaria. Entre los socialistas que desconfían de la postulación del expresidente existe una explicación para el holgado calendario del PS: si la colectividad toma pronto partido por Lagos, se aleja de Guillier. En la misma línea se explicaría que José Miguel Insulza no baje su candidatura: al abandonar la competencia, al PS no le quedaría otra opción que proclamar a Lagos, un escenario que algunas fuerzas internas del partido pretenden evitar de cualquier manera.
En un panorama líquido, para nadie resulta claro lo que vaya a ocurrir con las definiciones de los partidos con respecto a Lagos. Pero en el laguismo no se sienten optimistas: en un tablero como el actual –donde el expresidente no consigue el apoyo ni de los PPD ni de los socialistas y no puede desplegar su agenda de ideas–, parece difícil que llegue a subir en su porcentaje de respaldo de la CEP, que está en pleno trabajo de campo. La verdadera batalla será la campaña contra Piñera pero, de llegar, Lagos emprendería la carrera bastante desangrado por el fuego amigo.